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Hemingway en el duelo Dominguín- Ordóñez de La Malagueta
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Agustín Rivera

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Hemingway en el duelo Dominguín- Ordóñez de La Malagueta

No a las cinco, como lloró García Lorca, ni como ahora (las siete). A la seis y cuarto de la tarde, reaparecen “después de sus cogidas

Foto: Hemingway en el duelo Dominguín- Ordóñez de La Malagueta
Hemingway en el duelo Dominguín- Ordóñez de La Malagueta

No a las cinco, como lloró García Lorca, ni como ahora (las siete). A la seis y cuarto de la tarde, reaparecen “después de sus cogidas en este sensacional mano a mano”. Luis Miguel Dominguín en el careto de la izquierda del cartel y a la derecha, Antonio Ordóñez. La “grandiosa corrida de beneficencia” sirve toros bravos de Juan Pedro Domecq. Es viernes, 14 de agosto de 1959. Estamos en la Plaza de Toros de La Malagueta y la nívea barba de Ernest Hemingway impone su pasión desde la barrera.

‘Don Ernesto’ parte de la finca de La Cónsula, propiedad del millonario matrimonio Davies, oliendo, como el viejo cazador de historias del mar, que este duelo formará un capítulo decisivo de su gran reportaje: El verano peligroso. Dominguín y Ordóñez, cuñados, acaban de sufrir dos cogidas (en Valencia y Palma). Por esta razón la corrida de Málaga se retrasa seis días. Hemingway recorre España empotrado, como estuvo en las tropas yankees el jamás olvidado periodista Julio Anguita Parrado, en el alma de dos mitos.

El escritor estadounidense no es imparcial. Ni falta que le hace. Él es hercúleo amigo de Ordóñez y lo considera ya el rey sol de la tauromaquia, el arte que le narcotizara en los Sanfermines de Pamplona. Una inseparable droga vital hasta su suicidio cerca de la ruta 93, en Ketchum (Idaho). El 20 de agosto de 2009 una treintena de peñistas taurinos estadounidenses verían las corridas en el tendido 7 (el abono les cuesta 513 euros) con el libro Fiesta en una mano y en la otra con el pañuelo limpio.

La revista Life le había encargado a Papa Hemingway una historia de terror. Un thriller-end. Que todo acabara con alguno de los dos en el nicho del cementerio. Una muerte súbita, gloriosa, en la arena. Se trataba de ver quién de los dos se alzaba con el número 1, algo muy puntuable en tenis o en los 100 metros del relámpago Bolt, pero jamás indiscutible en los toros. Al final de aquella temporada taurina del 59, emborrachada del placer de la gloria reportera que persiguiera ‘Don Ernesto’, nadie ganó por K.O. En Málaga Ordóñez y Dominguín matan a seis toros: Holandero, Juglero, Jocoso, Haraposo, Jabato y Vistoso.

Acaba la corrida en el coso del Paseo de Reding. El ganadero también da la vuelta al ruedo. A 200 metros se afinca el lujoso Hotel Miramar, inaugurado por Alfonso XIII. Los toreros llegan a hombros. Hemingway lo celebra como si él mismo se haya apostado en el ruedo su ya crepuscular físico. El Miramar es una gran juerga mediterránea que incendia la noche taurina. Fue hace 50 años. Y Hemingway estuvo aquí para contarlo. Hoy también escribiría de José Tomás. Me voy rápido a La Malagueta. Veo al dios pagano de Galapagar a un milímetro de la bestia negra.

No a las cinco, como lloró García Lorca, ni como ahora (las siete). A la seis y cuarto de la tarde, reaparecen “después de sus cogidas en este sensacional mano a mano”. Luis Miguel Dominguín en el careto de la izquierda del cartel y a la derecha, Antonio Ordóñez. La “grandiosa corrida de beneficencia” sirve toros bravos de Juan Pedro Domecq. Es viernes, 14 de agosto de 1959. Estamos en la Plaza de Toros de La Malagueta y la nívea barba de Ernest Hemingway impone su pasión desde la barrera.