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Prometiendo, que es gerundio
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Carlos Fonseca

Tirando a Dar

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Carlos Fonseca

Prometiendo, que es gerundio

Cada vez me resultan más aburridas e insustanciales las campañas electorales. Son todas un calco. Los partidos dedican quince días a convencer a los ciudadanos de

Cada vez me resultan más aburridas e insustanciales las campañas electorales. Son todas un calco. Los partidos dedican quince días a convencer a los ciudadanos de sus bondades y de las maldades del contrincante, y manosean el verbo prometer hasta el hartazgo. Los que gobiernan para anticipar lo que van a hacer y no hicieron cuando tuvieron oportunidad de hacerlo, y los que están en la oposición para anunciar lo que harán y no han tenido ocasión de hacer.

En su afán por hacerse de carne y hueso, abandonan sus púlpitos para bajar a ras de tierra y darse un baño de multitudes en el que los votantes convencidos pugnan por tocar al líder, que responde con una sonrisa fingida a tanto groupie de la política. Lograr un beso o que te coja al niño en brazos es lo más de lo más, y no han de faltar las fotos con el móvil para mostrar luego a la familia y amigos que uno estuvo allí y el político le dedicó unos segundos.

Con atuendo casual wear (incluso Francisco Camps prescinde de sus trajes a la medida) comparten caña o café en la barra de bar con los parroquianos (véase la foto de Rajoy el pasado lunes en Santa Cruz de Tenerife) y hace como que escucha con interés a quienes logran aproximarse a él lo suficiente para hacerle llegar sus ponderadas quejas. Nada de preguntas incómodas, nada de pronunciarse sobre tal o cual cuestión (#sinpreguntasnocobertura), que es tiempo de propaganda y una opinión puede meterte en un charco. Por eso no hay debates televisados, porque el que se siente vencedor (PP) piensa que tiene más que perder que ganar.
 
Toda campaña requiere también de fotos de estudio. Esas imágenes que convierte al candidato en una persona corriente, con las mismas inquietudes que sus votantes. Les recomiendo la foto de Alberto Ruiz-Gallardón montando en bicicleta eléctrica acompañado, entre otros, del vicealcalde Manuel Cobo (este sí pedalea) y de la concejala de Medio Ambiente, Ana Botella. El alcalde y candidato a continuar siéndolo explica después que no es que haya decidido dejar el coche oficial, sino de una forma ¿original? de anticipar que puede prometer y promete que si gana implantará el uso de la bici en la capital.

La expresión por excelencia de cualquier campaña son los mítines, esos actos multitudinarios en los que los candidatos se ofrecen a los convencidos, a los curiosos y a los que ven el telediario, para resolver todos sus problemas. Si no cumplen, siempre habrá una excusa: la crisis, que les tiene atados de pies y manos y lo que dijeron que harían requiere dinero o, en el caso de que haya vuelco, la pésima gestión de quienes les precedieron, que les han dejado la casa hecho unos zorros. Como verán, todo muy previsible y aburrido, y si no me creen recurran a la hemeroteca.

Creo que las campañas electorales deciden muy poco. Los votantes convencidos, los incondicionales, los de toda la vida, los fieles, los que haga lo que haga su candidato, aunque sea robar, le seguirán dando su voto y su apoyo. Que le imputa un tribunal, presunción de inocencia (si es del otro partido, dimisión); que le procesan, tribunal politizado; que le condenan, fallo injusto. Todo aderezado con aquello de la campaña orquestada desde la oposición para socavar la imagen de un hombre cabal. Esta palabra, cabal, se me ha quedado grabada desde que la utilizó hace años José Luis Corcuera, entonces ministro del Interior, para definir a su director de la Guardia Civil, Luis Roldán, condenado después por sus negocios a la sombra del tricornio.

Luego están los votantes cabreados con el candidato y el partido al que votaron en los anteriores comicios porque no cumplió nada de lo que dijo o hizo lo contrario. Éstos no se dejan persuadir por el agitprop y deciden su voto aplicando el “por tus actos te conocerán”. Si cambian el voto no será porque el otro partido les haya convencido con su política, sino por desapego, por desafección, por responder, por ejemplo, a la reforma laboral y a la de las pensiones.

Muchos, ni siquiera optarán por el voto de castigo e irán directamente a la abstención, y aquí la izquierda es más crítica que la derecha. Rodríguez Zapatero y el PSOE saben que aquí tienen un boquete que les puede hundir el barco y el pasado lunes recurrió al “que viene la derecha” para reclamar el voto útil. Y como todo vale y se piensan que la gente no tiene memoria, va el presidente y dice que si gana el PP va a acabar con el Estado de bienestar (no dudo de que pondrá su empeño), como si él no lo hubiera dejado en pelotas con el mayor recorte de derechos de los trabajadores que se recuerda. Zapatero culpa de los cinco millones de parados a la política del ladrillo del PP, pero no explica por qué no la cambió cuando en 2004 llegó a La Moncloa, y remata la faena diciendo que el 75% de los desempleados tiene cobertura, un derecho, que no un regalo, por el que los trabajadores cotizan en su nómina (sus aportaciones cubren aproximadamente el 50% del gasto).

Finalmente están los indecisos, esos que ni chicha ni limoná, a los que la política apenas interesa, pero que digo yo que habrá que votar. Son los únicos a los que las luces de colores de la campaña pueden convencer de que es mejor votar a unos que a otros. Pueden inclinar los comicios en una u otra dirección porque son un porcentaje considerable, y a mí me apena que su decisión dependa de las boutades que nuestros políticos pongan en circulación estos días. La política como espectáculo. ¡Viva el music hall!
Hasta el próximo miércoles.

Cada vez me resultan más aburridas e insustanciales las campañas electorales. Son todas un calco. Los partidos dedican quince días a convencer a los ciudadanos de sus bondades y de las maldades del contrincante, y manosean el verbo prometer hasta el hartazgo. Los que gobiernan para anticipar lo que van a hacer y no hicieron cuando tuvieron oportunidad de hacerlo, y los que están en la oposición para anunciar lo que harán y no han tenido ocasión de hacer.

Mariano Rajoy