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Ibarretxe e Imaz a través del espejo

El PNV afronta sus elecciones internas en medio de una división muy parecida a la que vivió cuando España perdió la guerra con los Estados Unidos,

El PNV afronta sus elecciones internas en medio de una división muy parecida a la que vivió cuando España perdió la guerra con los Estados Unidos, ocasión que los nacionalismos periféricos aprovecharon para elevar el listón de sus reivindicaciones, dispuestos a desmarcarse de un Estado que entraba en decadencia.

La similitud es tan cierta que se puede afirmar sin miedo al error que Ibarretxe e Imaz defienden hoy, en el seno del Partido Nacionalista Vasco, las mismas posiciones que, entre 1898 y 1906, propugnaron los aranistas radicales, por un lado, y la Sociedad Euskalerria que lideraba Sir Ramón de la Sota, antiguo marqués de Llano, por otro.

El radicalismo del Sabino Arana de la primera época (1893-1898) le llevó a dar con sus huesos en la cárcel en dos ocasiones. La primera en 1895, debido a unos artículos publicados en el Bizkaitarra; la segunda en 1902, por culpa de un telegrama dirigido al presidente Roosevelt, a quien felicitaba por el triunfo de los EEUU en la guerra contra España.

Para el joven Sabino de finales del XIX, como para muchos nacionalistas de hoy, España era y es la causa de todas las desgracias del País Vasco. Abanderado de un proyecto político que aspiraba a lograr un Estado Vasco Confederal, decidió cambiar el tradicional nombre de Euskalerria (pueblo que habla euskera) por el de Euzkadi (pueblo de raza vasca). Raza y catolicismo representaban el colmo de sus aspiraciones. “Bizkaia, dependiente de España –sostenía-, no puede dirigirse a Dios”.

En 1898 comenzaron a cambiar las cosas. Frente al aranismo radical imperante hasta entonces, el ingreso en el PNV de Ramón de la Sota supuso la entronización en el partido de un pactismo que, muchos años antes, ya habían practicado los liberales fueristas y los comerciantes de Bilbao. Las tesis pactistas de Sir Ramón, que ahora defiende Imaz frente a Ibarretxe y Egibar, no debieron pasar inadvertidas a los ojos de un Arana que en su último año de vida (1902-1903) evolucionó hacia el españolismo, hasta el punto de proponer la desaparición del PNV y la creación de un partido regionalista al que denominó ‘Liga de Vascos Españolistas’.

Los nacionalismos periféricos suelen vivir mirando al pasado. Para ellos, el futuro consiste en lograr el sueño que un día alumbraron los padres fundadores: la independencia. Imaz representa en el PNV del siglo XXI lo que Sir Ramón de la Sota en los siglos XIX y XX, mientras que Ibarretxe y Egibar, el contrincante de Josu Jon a la presidencia del PNV, equivalen a los Arana de la primera época, los Sabinos de 1893-1898.

Los nacionalismos se forjan en las raíces y convierten la ideología en creencia, de forma que si aquélla evoluciona, ésta suele permanecer inalterable, aferrada al cogollo de fé. No se puede ser nacionalista con la misma facilidad con que se es, por ejemplo, socialista. Al nacionalismo se accede desde la lactancia o por casamiento, por amor a la etxekoandre (ama de casa). El nacionalismo imprime carácter desde la cuna. Se adquiere con la papilla, con la leche materna, un nutriente que, a tan tierna edad, llega al estómago convertida en creencia más que en simple ideología.

El Estado de las Autonomías nació para atender las continuas reivindicaciones nacionalistas y amansar la pelea de gallos surgida en el corral de las razas. Probablemente, los constitucionalistas españoles de 1978 debieron tener muy en cuenta el subtítulo –“Los vicios privados hacen la prosperidad pública”– de la famosa obra –The fable of the bees o private vices, public benefit- que en 1.714 publicó el jansenista holandés Bernard de Mandeville: “Todos aspiramos a ser más de lo que somos y tan rápidamente como podemos procuramos imitar a aquellos que de alguna manera son superiores a nosotros”.

* Javier Ybarra Ybarra es abogado y autor de Nosotros los Ybarra

El PNV afronta sus elecciones internas en medio de una división muy parecida a la que vivió cuando España perdió la guerra con los Estados Unidos, ocasión que los nacionalismos periféricos aprovecharon para elevar el listón de sus reivindicaciones, dispuestos a desmarcarse de un Estado que entraba en decadencia.

Josu Jon Imaz