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La independencia de Kosovo: ligereza de la UE y un mal precedente para España
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La independencia de Kosovo: ligereza de la UE y un mal precedente para España

Las noticias de los últimos días sobre Kosovo, provincia de Serbia que pretende su independencia, son inquietantes para Europa, porque nos retrotraen a los conflictos balcánicos

Las noticias de los últimos días sobre Kosovo, provincia de Serbia que pretende su independencia, son inquietantes para Europa, porque nos retrotraen a los conflictos balcánicos de los años 90 que creíamos superados. Para España, además, supone añadir un punto de inquietud en un momento en que la caja de Pandora de los nacionalismos, más abierta que nunca, amenaza la estabilidad constitucional y los principios de igualdad y solidaridad en que se fundamenta el Estado democrático. Por eso, tanto desde la perspectiva española como europea conviene denunciar la ligereza con la que los responsables de la UE están tratando el asunto de Kosovo, sin pararse a pensar en las consecuencias de un enfrentamiento con Serbia y, lo que es más importante, su aliada Rusia. Solo algunos pequeños países de la Unión están expresando su negativa a las pretensiones de Kosovo, sin que conste una posición enérgica de nuestro Gobierno en una materia tan sensible para España.

El desguace de la República de Yugoslavia se inició con la década de los 90 en plena crisis del Bloque Soviético y de la propia Rusia, que carecía de capacidad efectiva para defender los intereses de Serbia, núcleo fundamental de aquella República. A pesar de ello, los Balcanes sufrieron una guerra atroz que se libraba en las propias fronteras de la Unión Europea, que había estimulado las ansias independentistas pero se mostraba incapaz de detener las matanzas que esa política desencadenó. Tuvo que llegar la intervención norteamericana para frenar el holocausto y sentar unas bases mínimas de convivencia entre los nuevos estados. Pero el statu quo se rompió pronto, a costa de Serbia, con la independencia de Montenegro en paralelo con el establecimiento de un protectorado en la provincia de Kosovo. Las fuerzas internacionales allí desplegadas, en las que hay una nutrida representación española, no tenían la misión de procurar la independencia. Su papel era y es el de velar por la seguridad de los habitantes, con respeto a las fronteras surgidas de los conflictos anteriores.

La aparente calma conseguida y la atracción de Serbia hacia posiciones más moderadas en pro de su acercamiento a la UE formaban parte del bálsamo necesario para restañar heridas y recuperar el equilibrio en la península de los Balcanes. Así han transcurrido unos pocos años hasta que, para sorpresa de muchos, se plantea la posibilidad del nacimiento de un nuevo Estado, a costa de Serbia, apadrinado por las grandes potencias de Europa Occidental, principalmente Alemania y Francia, que parecen haber olvidado las consecuencias de iniciativas anteriores en la zona.

En el tiempo transcurrido se han producido en Europa dos fenómenos importantes, dignos de consideración. Por una parte, la ampliación de la Unión Europea, formada por un caleidoscopio de 27 estados, acompañada de una crisis política y de dirección que ratifica la afirmación de que la UE es un gigante económico y un enano político. Esto último tiene trazas de continuar bastante tiempo. Por otra parte, Rusia parece haber salido del marasmo en que estuvo sumida toda la década de los años 90 y, bajo el liderazgo de Putin, tiene la resolución de hacerse oír y valer como la gran potencia del Este de Europa, contando para ello con el valor estratégico de sus inmensos recursos naturales, especialmente el petróleo y el gas, que, bien administrados, son un arma de disuasión formidable en el mundo desarrollado.

Pues bien, en este escenario se plantea el asunto de la independencia de Kosovo, que reabre viejas heridas y pone a prueba la alianza de Serbia con su hoy poderoso aliado, Rusia, sin que nos consten las ventajas que para el resto del Continente tiene estimular otra ruptura más de fronteras cuando tal peligro parecía ya conjurado. En el caso de España sería un precedente política y doctrinalmente muy peligroso; porque si una pequeña provincia de Serbia, Kosovo, es aplaudida y patrocinada en sus deseos de independencia qué podría decirse en el caso de regiones españolas importantes, Cataluña y País Vasco, con un peso político, cultural y económico infinitamente mayor que el de la modesta provincia de Serbia. Por eso sorprende la tibieza de las posiciones de nuestro gobierno en la UE, como si el asunto de los nacionalismos secesionistas nos fuese ajeno.

A veces olvidamos que la condición humana nos impulsa muchas veces a tropezar en la misma piedra. Y ese parece ser el caso de algunos gobiernos europeos a propósito de Kosovo. No es de recibo, después de las tragedias vividas ante el asombro y la impotencia de los ciudadanos europeos, tentar a la suerte. Por lo menos habría que explicar hasta donde se quiere llegar y si la UE representa alguna garantía de intangibilidad de las fronteras nacionales. De momento parece que no.

*Manuel Muela es economista.

Las noticias de los últimos días sobre Kosovo, provincia de Serbia que pretende su independencia, son inquietantes para Europa, porque nos retrotraen a los conflictos balcánicos de los años 90 que creíamos superados. Para España, además, supone añadir un punto de inquietud en un momento en que la caja de Pandora de los nacionalismos, más abierta que nunca, amenaza la estabilidad constitucional y los principios de igualdad y solidaridad en que se fundamenta el Estado democrático. Por eso, tanto desde la perspectiva española como europea conviene denunciar la ligereza con la que los responsables de la UE están tratando el asunto de Kosovo, sin pararse a pensar en las consecuencias de un enfrentamiento con Serbia y, lo que es más importante, su aliada Rusia. Solo algunos pequeños países de la Unión están expresando su negativa a las pretensiones de Kosovo, sin que conste una posición enérgica de nuestro Gobierno en una materia tan sensible para España.