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El año que ha cambiado el mundo
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Alfons Quintà

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Alfons Quintà

El año que ha cambiado el mundo

Hace un año y una semana, Tony Blair manifestaba que “las diferencias entre la derecha y la izquierda han dejado de existir. La diferencia reside en

Hace un año y una semana, Tony Blair manifestaba que “las diferencias entre la derecha y la izquierda han dejado de existir. La diferencia reside en la apertura o la cerrazón respecto de la globalización. La diferencia reside en la respuesta que se dé a la globalización”.

 

Era la vigilia de Navidad del 2007. Blair hablaba en Venecia, en una conferencia organizada por un empresariado italiano. “El siglo XXI -dijo también Blair- es una era nueva y requiere una nueva política. Los políticos de hoy permanecen en su tribu como si estuviesen dentro de la cáscara de un huevo, pese a que las diferencias entre la derecha y la izquierda han dejado de existir. Yo sostengo la importancia de la apertura, porque cerrarse significa oponerse a una fuerza implacable. Es necesario aceptar la globalización como una fuerza liberadora de potencialidades enormes, si bien los beneficios que se podrán sacar de la misma están en proporción con el grado de preparación de la sociedad. Habrá una modernización permanente y será premiado sólo aquel que estará en condiciones de adaptarse a este cambio constante.”

Después de afirmar que los gobiernos no deben concentrarse en la legislación, ni en la reglamentación, pero si en la formación, Blair recalcó, en el mismo sentido, que los gobiernos “deben interferir lo menos posible, no deben prever el futuro de la economía apoyando a ésta o a aquella empresa, sino que deben invertir en infraestructuras, ciencia, investigación e instrucción”. Esta última frase es la antítesis de lo afirmado por Nicolás Sarkozy el pasado septiembre: “Lo de la autorregulación para resolver todos los problemas, se ha acabado, lo del mercado que tiene siempre razón, se ha acabado”.    

Ha pasado un año y una semana, así como bastantes más cosas. Todo lo dicho por Blair debe ser puesto entre paréntesis. Lo afirmó cuando todo el mundo creía o decía creer que el 2008 sería un gran año. No lo ha sido. Los presagios para 2009, a pocos meses vista, aún son peores. Los meses de febrero y marzo son designados como desastrosos. Nadie imagina algo bueno antes de la reunión del G20, en Londres, a comienzos de abril. Hoy predomina el criterio de que pueda resultar un fracaso como el encuentro de noviembre en Washington.

Como son días de felicitaciones telefónicas, hablo con un amigo británico que trabaja en Dubai. Me habla de crisis en la construcción, de un inmenso proyecto multimedia que hace aguas y de la creación de fondos soberanos como norma. Esto último es una venganza de la política respecto de la economía. Otro amigo residente en Sudáfrica me explica la crisis minera en ciernes. Un amigo irlandés me narra la crisis de dos grandes bancos de su país y de un tercero de menor entidad. En un caso las acciones han perdido el 97% de su valor. Respecto a uno de ellos, dos “hedge funds” han expresado el deseo de controlarlo. El mero planteamiento tiene visos de locura.

En todos mis amigos encuentro tristeza, incertidumbre y algo de amargura. No son sentimientos que presagien la disminución de la conflictividad política y social ni, por lo tanto, la desaparición de las divisiones -ciertamente poco modernas- entre derecha e izquierda, apuntadas por Blair.

La traca llega con la cena de final de año. Estamos reunidos diversos amigos. Predominan las parejas de economistas y de abogados, seguidas de las de médicos. Oímos el buen discurso de Sarkozy en el Telediario de France 2. De repente se nos muestra a una familia catalana que ha decidido gastarse 42.000 euros (casi siete millones de pesetas) en el alquiler, por sólo una semana (sic) de un chalet en Meribel (en la Saboya francesa). Viene a ser un millón diario. La cámara los muestra muy contentos y habladores. Se nos informa de que se trata de la familia Carulla, de Barcelona. Habla Mariona Carulla, hija del fallecido industrial agroalimentario Lluís Carulla. También lo hace otro miembro de la familia, Guillermo Sagnier, al parecer miembro del grupo Europraxis, filial de Indra.

El reportaje de France 2 nos deja aturdidos. Nos miramos apenados. Creemos que los radicalismos políticos -de derecha o de izquierda- nunca han resuelto ningún problema. Pero lo mostrado por la cadena gala no nos ha estimulado la moderación. Horas después sabremos que sólo en aquella misma noche han sido quemados en Francia, por vandalismo, 1.147 coches, un 30% más que la noche de Fin de Año del 2007, en que “sólo” fueron quemados 878 automóviles. Recordamos los “Felices Veinte” que desembocaron en la crisis del 1929. Tenemos claro que la radicalización de los discursos políticos que en 2008 hemos sufrido en España representa un grave inconveniente para la superación de la actual crisis. La mezcla de irresponsabilidad, inconsciencia, arrogancia, radicalismo y crisis económica puede producir cócteles incendiarios.

Hace un año y una semana, Tony Blair manifestaba que “las diferencias entre la derecha y la izquierda han dejado de existir. La diferencia reside en la apertura o la cerrazón respecto de la globalización. La diferencia reside en la respuesta que se dé a la globalización”.

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