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Los sucesos de Melilla de este mes de agosto, que nadie ha explicado, han sido zanjados oficialmente con una visita del ministro del Interior a Rabat

Los sucesos de Melilla de este mes de agosto, que nadie ha explicado, han sido zanjados oficialmente con una visita del ministro del Interior a Rabat de la que, como en otras ocasiones, han salido proclamas de amistad y entendimiento entre los dos gobiernos, español y marroquí. Pero más allá de lo oficial, lo sucedido, en un momento de postración nacional española, ha sacado a relucir la controversia pública acerca de la política del gobierno de turno en relación con Melilla, también con Ceuta, que son objeto de interés para Marruecos. Y ello lleva a evocar y reflexionar sobre la presencia directa o indirecta de Marruecos en el devenir de España los últimos cien años.

 

Hace casi un siglo, en 1912, el norte de Marruecos se convirtió en Protectorado de España, ya empeñada militarmente en la región: las guerras marroquíes se constituyeron en el epicentro de la política militar de los diferentes gobiernos de la monarquía de Alfonso XIII, convulsionando cada vez más a la opinión española de entonces, que asistía impotente al desangramiento humano y económico que todo aquello suponía para el país. Las tragedias y derrotas se sucedían, trufadas con intereses económicos de algunas elites españolas, hasta desembocar en julio de 1921 en la derrota de Annual, cerca de Melilla, que fue un verdadero desastre para el Ejército español y un choque emocional para los españoles, todavía no repuestos de la crisis de 1898.

El intento de depurar las responsabilidades de la derrota de Annual en el Parlamento de entonces originó el golpe de Estado del general Primo de Rivera, en septiembre de 1923, tutelado por el propio Rey. Por vez primera, el Ejército, de forma corporativa, ocupó y distribuyó el poder en España. Y a partir de ese momento quedó abolido el régimen constitucional de la Restauración y sentenciada a muerte la propia monarquía.

El levantamiento militar contra la Segunda República Española se produjo el 17 de julio de 1936 en Melilla: el ejército de África, que era el mejor preparado del conjunto del ejército español, contó además con el concurso de muchos notables marroquíes, que permitieron la recluta de voluntarios entre la población indígena, para iniciar la gran tragedia española del siglo XX.

Durante las primeras décadas del franquismo hubo calma y negocios más o menos florecientes en el Protectorado: la alianza forjada en los inicios de la Guerra de España entre los militares y los notables de Marruecos garantizaban el entendimiento que duró hasta la descolonización, que se produjo en 1956, con la proclamación de Mohamed V, abuelo del actual rey de Marruecos, como rey y sultán. Y justo al año siguiente, en octubre de 1957, aprovechando la delicadísima situación económica de España, estalló la llamada Guerra de Ifni en la que el denominado Ejército de Liberación Marroquí reclamaba para Marruecos las posesiones del África Occidental Española, que incluían el Sahara Español. En pocos meses, y gracias a la ayuda de Francia desgarrada entonces por la descolonización de Argelia, se firmaron los acuerdos entre España y Marruecos por los que España hizo alguna cesión parcial de territorio, manteniendo el grueso de sus colonias en la zona.

Retirada apresurada de España

La presión descolonizadora era difícil de resistir para las potencias europeas y España no era excepción. Si a ello unimos que entre las clases dirigentes marroquíes siempre ha existido un profundo conocimiento de la política española, no es extraño que el debilitamiento del franquismo supusiera un estímulo para reverdecer sus apetencias territoriales. Y así fue: en otoño de 1975, con Franco agonizante, se desencadenó la Marcha Verde, que concluyó con la retirada apresurada de España del Sahara Occidental, que pasó a ser administrado por Marruecos. La parte del león ya se había conseguido.

Durante décadas ha habido calma y negocios, no exentos de retórica y alguna provocación y arrogancia recíprocas, como la famosa de Perejil. Bien es verdad que desde marzo de 2004 la política española inició un camino, cuya conclusión desconocemos. Sí estamos conociendo las dificultades, el agotamiento de nuestro crédito y el declive de nuestro país. No hay proyecto político nacional y sí hay bastante desconcierto y sentimiento de falta de dirección. Por eso, con tales mimbres es difícil que te respeten y ayuden, por mucho que nos llenemos la boca de decir que somos miembros de la Unión Europea.

Todo lo anterior, unido a los sucesos que inspiran este comentario, nos hace pensar en que como en la tragedia de Hamlet “algo huele a podrido en Dinamarca”, en este caso en la política española, opaca y oscura, que busca el perdón y la complacencia sin dar explicaciones a sus ciudadanos y contribuyentes. En fin, una vez más, el sentido profético de Marruecos.

*Manuel Muela es esconomista.

Los sucesos de Melilla de este mes de agosto, que nadie ha explicado, han sido zanjados oficialmente con una visita del ministro del Interior a Rabat de la que, como en otras ocasiones, han salido proclamas de amistad y entendimiento entre los dos gobiernos, español y marroquí. Pero más allá de lo oficial, lo sucedido, en un momento de postración nacional española, ha sacado a relucir la controversia pública acerca de la política del gobierno de turno en relación con Melilla, también con Ceuta, que son objeto de interés para Marruecos. Y ello lleva a evocar y reflexionar sobre la presencia directa o indirecta de Marruecos en el devenir de España los últimos cien años.

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