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De vicios privados y virtudes públicas
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De vicios privados y virtudes públicas

El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero cada vez se parece más a los españoles. Como muchos ciudadanos al contratar hipotecas, cree que los bancos, o

El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero cada vez se parece más a los españoles. Como muchos ciudadanos al contratar hipotecas, cree que los bancos, o los mercados financieros en general, son asesores desinteresados. Nada más lejos de la realidad: son comerciales de su propio beneficio. Y al unirse a sus intereses (privados), no está sino cavando la tumba de su propia ruina (pública).

 

Los mercadólogos, esa nueva secta empeñada en auscultar los deseos de la mano invisible, casi siempre ligados al sector financiero y cuyas interpretaciones se sitúan en el extremo contrario al altruismo, sitúan al Reino de España al borde la quiebra por culpa de su deuda (pública). Y cuantifican los centímetros al abismo como la inversa de los credit default swaps (CDS, cobertura contra riesgo contra quiebras). Podría decirse que ya quisieran la mayoría de los ciudadanos y empresas españolas tener una deuda equivalente al doble de sus ingresos anuales y la posibilidad legal del robo (impuestos) para amortizarla.

Pero remitiéndonos a los números. El Reino: 337 puntos básicos en su peor día. BBVA y Santander holgadamente por encima de los 400 a pesar de su diversificación geográfica. Cajamadrid y Banco Sabadell, netamente hispanos, superan los 600. A la inmensa mayoría de las cajas de ahorro españolas desde hace meses ni las aseguran dando por descontada su quiebra.

Siguiendo el argumento lineal de los mercadólogos, el estado de quiebra inminente del sistema financiero español debería deberse al tamaño de su deuda (privada). Y en este caso sí que tienen razón. Si el 25% de su cartera de activos son deudas de empresas constructoras, inmobiliarias y financieras, cuyo valor actual sin enjuagues contables ronda el cero y a las que se mantiene vivas con artificios legales y ayudas públicas, la catástrofe no puede ser sino evidente, cercana y unidireccional: la ruina. 500.000 millones de euros como poco, la misma cifra de la deuda total de la administración central, a la espera de conocer su destino.

 

El dilema de la economía española

Existiría una tercera vía menos traumática y más subrepticia que no se ha puesto sobre la mesa: que el BCE se haga cargo de la deuda (privada)

En este contexto, los trileros de las CDS, los spreads y demás jerga de esta juerga monopolizada por los mismos que tienen en juego sus intereses (privados) no apuestan a la quiebra de España. Porque los CDS no se pagan cuando se produce la quiebra, como sucedió con Lehman Brothers. Apuestan a que se repita la partida griega e irlandesa: a que esa deuda (privada) se traslade a deuda (pública) y encima parezca que se les haga un favor con un mal llamado rescate. La deuda (pública) sólo es un problema en tanto en cuanto puede caer asolada por esa deuda (privada) trastocada en cuestión de minutos. Por tanto, y como expresan los CDS, el gran dilema de la economía española no son reformitas del sector público que provocan tanta indignación (pública) como nulo efecto sobre el problema real: la deuda (privada). Tantas reformas habrá como resurgimientos de los CDS hasta que no se acabe con el quid de la cuestión. El ser o no ser de la economía española es qué hacer con la deuda (privada) en manos de las instituciones financieras.

Sólo hay dos alternativas. En el rincón izquierdo está la quiebra de los bancos, la destrucción creativa del capitalismo, la solución natural en una economía de mercado para escarmentar comportamientos malignos. En el otro estaría un mal llamado rescate, ya sea por la vía de la nacionalización o por la creación de un banco tóxico, la solución que se ha aplicado en todo el mundo en las últimas décadas con la excepción de Lehman Brothers.

Existiría una tercera vía menos traumática y más subrepticia que no se ha puesto sobre la mesa: que el Banco Central Europeo (BCE) se haga cargo de la deuda (privada). Tendría su lógica: si, contraviniendo su mandato (público), el BCE ha estado desde su creación encamado con el sector financiero, al cual no sólo no ha supervisado y vigilado sino que lo ha animado, en nombre de su propugnada independencia, tendría que pagar la factura del problema que ha creado. Pero no como ahora, comprando deuda (pública) que a su vez se haga cargo de la deuda (privada), que en última instancia terminarán pagando los ciudadanos igual pero en plazos más cómodos.

Ahora sí, internalizando el banco tóxico y enjuagando la deuda (privada) a través de la máquina de hacer billetes, en una política a la que, para parecer modernos, pueden bautizar de quantitative easing 3. Pero con todas sus ventajas, evitar el pánico financiero por ejemplo, esta solución no tendría una virtualidad: el bien merecido castigo a los bancos (y cajas) españoles e internacionales por sus excesos pasados que pueda evitar reproducir los problemas en el futuro.

Los efectos del mal llamado rescate son evidentes en Irlanda: un monumental volumen de deuda (pública) a pagar por todos los ciudadanos durante las próximas décadas por los colosales desfases de sus financieros. Permitir la quiebra de los bancos no puede ser peor que eso. Y efectivamente no lo es. Sólo que sus efectos se distribuirían de manera menos uniforme y más focalizada, cubriendo más, o mejor dicho, en alguna medida, a los principales responsables del mal llamado rescate. Afectaría a los financieros que alimentaron la burbuja inmobiliaria-financiera y que con el mal llamado rescate se irían de rositas e incluso duplicando beneficios gracias a los tipos de interés de extorsión.

Afectaría a los banqueros españoles que verían cómo sus fructíferos tesoros ya se han convertido en baratijas, ahora también en los libros de cuentas. Afectaría también a los bancos internacionales, que verían cómo lo que concedieron como crédito sin riesgo a bancos españolas se ha convertido en poco más que papelitos al dictado de lo (poco) que quede en la disolución de esos bancos.

El objetivo de los mercados

Los efectos del mal llamado rescate son evidentes en Irlanda: un monumental volumen de deuda (pública) a pagar por todos los ciudadanos durante las próximas décadas. Permitir la quiebra de los bancos no puede ser peor que eso

Este temor, tan palmario como real, y no otros es lo que provoca los movimientos de los mercados, cuyo objetivo único y final es conseguir que una instancia pública, de preferencia alemana y cualquiera que sea el costo para los ciudadanos, avale los créditos que los bancos españoles tienen contraídos con sus homólogos internacionales.

 

La quiebra de los bancos (y cajas) españoles provocaría muchos efectos. Pero otros no. Lo que no provocaría sería una degradación en la crisis de la economía (real, no financiera). Ya recibió el golpe durante los últimos dos años en forma de cuatro millones de desempleados y ha venido funcionando, mal que bien, renqueante, de manera autónoma, apalancada pero sin mayores necesidades de financiación externa. Lo que tampoco provocaría es la salida de España del euro. Sencillamente porque deshacer una unidad monetaria tiene más costes que beneficios. Si no te van a pagar los créditos morosos ni en euros ni en neopesetas, mejor que estén dentro, donde tendrán menos posibilidades de desmadrarse en la recolección de las piezas del desastre.

Lo que sí provocará la quiebra es el pánico financiero: colas a las puertas de las oficinas de ahorradores que no van a recibir su dinero, al menos no en ese momento. Durará unas semanas y será muy desagradable visual y económicamente. Será como la quiebra de Afinsa y Fórum Filatélico pero a gran escala. Pero pasará. Provocará también que el estatus financiero de España se homologase al de paria. Pero de eso ya se está cerca, así que no se notaría la diferencia. Y en cualquier caso, “los mercados” tienen una corta memoria, así que tampoco durará mucho. Provocará que entre en funcionamiento el Fondo de Garantía de Depósitos (FGD), que deberá ser recapitalizado por el sector público. Pero en cantidades mucho más exiguas a las que exigiría cualquier posible mal llamado rescate. Y si, fumigado el actual sector financiero, se crea un banco público porque alguien tiene que realizar operaciones financieras, es posible incluso que recoja buena parte del desembolso en forma de nuevos ahorros.

En esta coyuntura es hora de empezar a tomar medidas para acabar con el sainete financiero que asola al gobierno de España desde principios de año a riesgo de que torne un completo y costoso disparate. Y eso no se puede hacer si aislar la deuda pública de la privada anunciando que España no rescatará a sus bancos. Que cada palo aguante su vela. Para ello, el primer paso sería una serie de medidas conjuntas destinadas a segar la plácida hierba sobre la que los bancos están dormitando desde el inicio de la crisis financiera. Podría ser suficiente para dejarlos quebrar, pero desde luego pondría a salvo a la deuda pública de jueguitos perversos.

Financiación bancaria

Procédase así a eliminar la financiación ilimitada que el BCE ofrece a los bancos, los avales a la deuda de los bancos que ofreció graciosamente el gobierno español a principios de la crisis y la reducción de la cuantía garantizada por el FGD, además de rescatar los préstamos mil millonarios que se han concedido bajo los distintos esquemas de ayudas. No se lo merecen y no hace sino mantener vivos a zombis que amenazan con acabar con terceros mucho más útiles y con menos culpa en la crisis. Esa medida provocará la quiebra de los bancos, sin duda: de los españoles y de buena parte de los europeos. Porque están todos tan entrampados entre sí que caerán como fichas de dominó. No será inmediato, porque lucharán por maquillar sus cuentas, fabricar papelitos y proteger sus tesoros. Pero la quiebra sucederá. Lo cual no es en sí mismo bueno ni malo en una economía de mercado. Simplemente es lo natural. Todos los días nacen y desaparecen empresas.

Una vez quebrados, procédase a su liquidación ordenada sin otra aportación pública que los compromisos del FGD. El BCE podría pagar esta factura, aunque solo sea por su responsabilidad primaria en el desaguisado. Procédase a la creación de un banco público, ya sea español o europeo, que se encargue de la realización de las operaciones financieras más urgentes y de captar el ahorro disponible. El BCE puede, en prueba de su nueva (buena) voluntad, proceder a capitalizar este o estos bancos. Y, como complemento no indispensable, el BCE puede iniciarse en el quantitative easing 2 directa comprando, moderadamente, deuda (pública) de los estados a cambio de su compromiso de reducción de déficit (público).

¿Y por qué el BCE y, sobre todo, el Gobierno alemán iban a avenirse a tomar estas medidas? Pues porque no queda de otra, salvo que el Gobierno de Zapatero decida rendirse y optar por el mal llamado rescate a beneficio de los bancos. El poder de negociación que otorga la ingente deuda incobrable de los bancos españoles es, paradójicamente, ilimitado. Como reza el viejo adagio: si debes un millón al banco, tienes un problema; si debes mil millones el problema lo tiene el banco. Por la misma regla de tres, el problema ahora está sobre el alero de los bancos internacionales, y por ende sus gobiernos, que concedieron préstamos casi ilimitados a la banca española y que ahora son papel mojado. A diferencia de Grecia e Irlanda, el Ejecutivo español debería utilizar ese poder para negociación una salida que reparta los costes y haga pagar más a quienes son más responsables o, en este caso, fueron más irresponsables.

Empezar por reducir el déficit (público) con la mente puesta en que desaparecerán los problemas económicos de España es un ejercicio de pensamiento creativo digno de un mal economista, que probablemente esté alentado desde los intereses corporativos del sector financiero. No es que reducir el déficit (público) no sea bueno en sí mismo. Es que en este momento sólo contribuye a empeorar la situación. Sin solventar de manera radical el problema de la deuda (privada) no habrá paraíso de salvación en “los mercados” sino más bien algunos mojones de un previsible hundimiento común a beneficio de los intereses (privados) y en contra del bien (público). En momentos desesperados es necesario priorizar. Y desde hace dos años lo prioritario es eliminar el sector financiero tal y como lo hemos conocido para que no arrastre en su caída al resto de la economía. No queda alternativa.

 *Carlos Resa Nestares es doctor en administración de empresas.

El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero cada vez se parece más a los españoles. Como muchos ciudadanos al contratar hipotecas, cree que los bancos, o los mercados financieros en general, son asesores desinteresados. Nada más lejos de la realidad: son comerciales de su propio beneficio. Y al unirse a sus intereses (privados), no está sino cavando la tumba de su propia ruina (pública).

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