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El valor de la autocrítica: en memoria de Luis Valls-Taberner Arnó (1926-2006)
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El valor de la autocrítica: en memoria de Luis Valls-Taberner Arnó (1926-2006)

“Ha sido preciso decir lo que fuimos, para disculpar lo que somos y encaminar lo que pretendemos ser”. (Quevedo) La presencia de su ausencia fue total cuando

“Ha sido preciso decir lo que fuimos, para disculpar lo que somos y encaminar lo que pretendemos ser”. (Quevedo)

La presencia de su ausencia fue total cuando me comunicaron su fallecimiento. Pidió silencio en su testamento: “Deseo morir en paz, como los santos patriarcas. Ni entierro, ni funeral, ni esquelas…”. Poco después aparecía en prensa, junto a un repertorio de notas necrológicas, una esquela anónima que decía: “Muchos te debemos mucho. Algunos te lo deben todo. La gratitud sigue siendo una virtud canina”.

¿Tenía algún sentido traicionar la voluntad del difunto? El autor de la esquela, compañero de consejo de aquel mítico banquero recién fallecido, reconocía en privado poco después que su amigo siempre fue un gran defensor de la discreción, pero también de la libertad de expresión. Quizás por ello, y por la larga tradición en la institución y lealtad hacia su compañero podía justificar ese homenaje: espontáneo, sentido y sincero. ¿Sobre qué quería llamar la atención? ¿Acaso estaba intuyendo un cambio demasiado brusco en el nuevo rumbo de aquella institución a la que ambos habían dedicado su vida? ¿Se preguntaría por qué cambiar una estrategia, si la que se está siguiendo da buenos resultados?

Aquel hombre sabio, protagonista a su pesar y al margen de su gran éxito como banquero, fue siempre, en efecto, un gran defensor de la libertad de expresión. Heredó de su padre una vocación por el periodismo y tenía un gran respeto por el trabajo del escritor. Atendía a los periodistas con naturalidad, sin miedo, quizás porque no tenía excesivos recovecos que esconder en su gestión. Entendía la labor periodística como el mayor freno al abuso de poder político o económico. Impulsó a mediados de los años setenta un diario llamado a jugar un papel importante en la etapa aperturista. Aquella aventura fracasó. Pero poco después ideó, junto a Rafael Pro, un documento revolucionario en la banca de aquella época. Una publicación anual que se editó por primera vez en 1977, el “Repertorio de Temas” cuya línea giraba sobre aquello que los números no pueden explicar.

El Repertorio tenía como regla de oro la autocrítica, como un ejercicio constante de auditoría, transparencia e higiene internaEl Repertorio tenía como regla de oro la autocrítica, como un ejercicio constante de auditoría, transparencia e higiene interna. El error se convertía en una fuente de reinvención constante y de creatividad. Entendía que la excelencia no sólo es compatible con los errores, sino que puede edificarse sobre ellos. Una tarea que exige lavar los trapos sucios al aire libre para reflexionar sobre la estrategia del banco. Creo que esta actitud no se hubiera podido trasladar si no existiera una personalidad detrás con unos valores nada complacientes, no sólo en la empresa sino sobre todo en su vida personal.

Con el paso de los años aquel ejercicio sirvió, entre otras cosas, para establecer criterios y prioridades que marcaron la línea del banco. Es de sobra conocido que defendía que una empresa con personalidad no debe seguir las modas. Elogiaba a la competencia. Rechazaba las fusiones, que en muchos casos son una excusa para tapar problemas, y de “El Padrino” de Coppola aprendió, como él decía, que el “no” hay que decirlo de manera “amable, rápida y personal” porque nunca es un gesto amistoso. Le fascinó el papel de Marlon Brando en aquella película. 

Le gustaba más influir que mandar: la autoridad se tiene, el poder se recibe. Se inhibía de la función ejecutiva porque era partidario de la separación entre propiedad y gestión. No todo el mundo vale para todo, pero todo el mundo vale para algo. Pensaba que había que alejar tentaciones evitando los préstamos especulativos: “Nadie reprochará jamás a un banquero su exceso de prudencia, pero todo el mundo le criticará por haber asumido riesgos excesivos”, decía. Se preguntaba cual es tu guerra, y quizás por ello tenía claro que había que evitar crearse problemas y concentrarse en lo que uno sabe hacer bien: “Ahí es donde el esfuerzo es sumamente rentable”. Por ello, en una guerra, a veces lo mejor es retirarse.

Ironizaba sobre los tratados de ética y de él me marcó esta frase: “Si alguien me habla de ética, me echo las manos a la cartera porque pienso que me la quiere robar". La ética no se predica, se practica. Ese conjunto de ideas fue configurando un manual de gestión bancaria, un libro de estilo curtido en los errores, un código de conducta que consolidaba una cultura corporativa, un modelo de referencia: ¿Un banco español? ¿El más rentable del mundo? No hace tanto tiempo de aquello. Cuentan que después de alcanzar ese logro, aquel banquero obsesionado con la independencia y la rentabilidad se preguntaba: ¿En qué podemos mejorar en relación a nuestra competencia? Aquel Repertorio no sólo era una herramienta para la banca, para la empresa… también lo era para la vida.

¿Pero cómo era en realidad aquel enigmático banquero? Quizás marcado por su educación durante la guerra y sus profundas convicciones religiosas, discernía nítidamente entre lo importante y lo accesorio y entendía la vida como un tránsito hacia una vida superior. Su mirada penetrante reflejaba una gran autoridad moral. En una ocasión me dijo que la comunicación es “un problema de dos”, y aunque tuviera mucho que decir, principalmente escuchaba. Quizás condicionado por su prudencia y por la enfermedad que llevó con discreción, manejaba los silencios con verdadera maestría, para al final de la conversación, formular preguntas al estilo socrático para, como él decía, “darte alas para llegar a una conclusión”. ¿Era un hombre libre? Si sólo los hombres libres pueden realmente comprometerse, él se comprometió con una vocación a la que supo imprimir un gran sentido de misión vital. Y aunque sus creencias eran de sobra conocidas, jamás hacía proselitismo de ellas porque tenía un gran respeto por la libertad de los demás.

La rentabilidad, “es efímera, puede ir a ráfagas… pero la buena gestión es una apuesta a largo plazo”Aquel hombre que en una ocasión se reconoció heterodoxo y liberal, educado en el respeto a los demás, era en el fondo, junto a su hermano Javier, muy conservador con la gestión de la confianza y los ahorros de los demás. Ambos pensaban que ni la confianza ni el éxito se pueden improvisar. Los dos supieron dónde estaba siempre su lugar y la complementariedad funcionó perfectamente durante casi cincuenta años. Una filosofía que supieron transmitir a los clientes, cientos de directores de sucursal que sacrificaron su vida por el banco. Así lo certificaba la cuenta de resultados un año sí y otro también de manera regular y ascendente. Aunque lo que más se cuidaba era el balance porque entendían que la rentabilidad, “es efímera, puede ir a ráfagas… pero la buena gestión es una apuesta a largo plazo”. No les obsesionaba el tamaño. Magnánimo, reflexivo, humilde, austero, prudente … y sobre todo muy autocrítico.

Que me disculpe si con estas líneas yo también he traicionado su última voluntad. ¿Cuál es el propósito de estas líneas?  Durante estos largos años de crisis, de incertidumbres, de soledades, he sentido el deseo de integrar para siempre las enseñanzas de un referente familiar que lo tuvo todo, completamente todo, pero que me enseñó a no estar apegado a las cosas materiales y cuyo recuerdo siempre ha sido un faro parpadeante en un mar vacío que se pregunta por donde ir. Una invitación a la autocrítica y un recuerdo que gana con el paso de los años y que sigue muy presente, cercano y vivo aunque nos dejó hace casi 7 años. Una trayectoria ejemplar de una persona singular en muchos aspectos y que creo puede inspirar a replantearnos cuál es el viaje que queremos hacer por el mundo, por la vida. Quería repasar sus ideas, sus principios, sus valores, su visión y mis notas guardadas en el bolsillo, para compartir una humilde experiencia y mantener viva la llama de su ejemplo y el modelo que representó para muchas personas. De él aprendí que el éxito no se puede entender sin la autocrítica ya que al fin y al cabo, como decía Al Pacino en “El Padrino III”, “todo el poder en la tierra no puede cambiar el destino”.

Al decir de un gran amigo, al final, las cuentas de los bancos se recuperan, pero la vida se organiza una vez y los efectos se proyectan a lo largo de todo su recorrido. Aquel repertorio se discontinuó en 2006. Con ello se fue una parte importante del legado de una persona que nos enseñó que aprender de los errores es la mejor manera de sacar adelante una empresa. Desde entonces las cosas no han ido a mejor, sino al contrario. No lograron borrar su recuerdo ni tampoco su espíritu. No importan los nombres, pero si la esencia de una vida interior, lograda, hacia el exterior. Ojalá pronto, algunos tengamos un poco más presente su ejemplo. No desde la hipocresía de quien escribe lo que no cree, pero mucho menos de quien predica lo que no practica.

“Ha sido preciso decir lo que fuimos, para disculpar lo que somos y encaminar lo que pretendemos ser”. (Quevedo)