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Gibraltar: una colonia sin metrópoli
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Gibraltar: una colonia sin metrópoli

Acostumbrados como estamos a una diplomacia nacional que suele terminar en guerras perdidas, tendemos a creer que otros paises no cometen errores, menos aún Inglaterra, la

Acostumbrados como estamos a una diplomacia nacional que suele terminar en guerras perdidas, tendemos a creer que otros países no cometen errores, menos aún Inglaterra, la patria del buen gobierno. Pero Inglaterra lleva más de un siglo sin estrategia válida. Véase, sin ir más lejos, cómo el ascenso de Alemania a finales del s. XIX no pudo ser administrado por la venerable Balanza de Poder que venía siendo el instrumento de Inglaterra para evitar, entre otras cosas, aquel 1914 cuyas consecuencias todavía padece el mundo. En fin, no soy yo, sino Brzezinski, quien niega que Inglaterra tenga hoy una doctrina estratégica propia.

En lo referente a Gibraltar, un Foreign Office (FO) bien organizado y una Inglaterra segura de sí misma hubiesen tenido como una de sus prioridades a la muerte de Franco poner fin a una de las escasas colonias todavía existentes y participar de esa manera, y de modo privilegiado, en el proceso que se conoce como Transición española. Para el continente habría quedado la UE, para Inglaterra Gibraltar. Pero, por las razones que fuesen, el FO continuó emperrado en su política antifranquista, negacionista y dilatoria, como si el fenómeno de la Transición le fuese ajeno y el colonialismo (sobre España) inmutable, y continuó diciendo a España que, aunque Inglaterra había descolonizado a medio planeta, para ella reservaba un estatus especial. Mientras los treinta y cinco mil habitantes del Peñón lo quisiesen, Inglaterra seguiría manteniendo allí una colonia, dijeran lo que dijesen la Carta del Atlántico (1941) y las resoluciones de la ONU (1967). Para más inri, nos mandó al príncipe Carlos en luna de miel, gesto que se ha permitido repetir con su hijo. Ello capaba inexorablemente la relación bilateral hispano-británica. Más allá de un cierto nivel de cordialidad juega la variable Peñón colonial y se para todo.

Pero es que, además, Inglaterra dio autonomía interna política a los gibraltareños. Y como Inglaterra ya no es un imperio y la utilidad de la colonia, nula, les dijeron que irían recibiendo cada vez menos dinero y que fuesen pensando en ser autosuficientes. Se reservaba, eso sí, la soberanía, lo que venía a decir a Gibraltar que tenía carta blanca para hacer lo que le viniese en gana. Inglaterra siempre estaría detrás.

La modulación de las relaciones bilaterales hispano-inglesas, ya de por sí capadas por la relación colonial, no dependen de sus respectivos Parlamentos sino de la necesidad de sobrevivir de una colonia sin metrópoli y de la gestión de esa imposibilidad por sus habitantes, conscientes, por otra parte, de que hagan lo que hagan, tendrán siempre detrás a Inglaterra

Y eso envenenó -todavía más- el panorama en lo bilateral y por añadidura hizo del Peñón una mina flotante. Pues querer convertir a Gibraltar en autosuficiente sin hacerla embarcarse en actividades paralegales o directamente ilegales es imposible. Y eso la convierte en un sumidero moral (contrabando, bunkering, juego, blanqueo, paraíso fiscal) y, si a eso se añade la autonomía de los gibraltareños para su administración y el respaldo incondicional inglés, es una máquina de reproducción de conflictos contra España.

Nos encontramos frente a un futuro determinista: habrá hostilidades entre España y Gibraltar. No sabemos cuándo ni las formas que adoptarán. Pero que se producirán conflictos hispano-gibraltareños sin intervención previa de Westminster y que eso llevará a Westminster a intervenir es la consecuencia inevitable de los errores inaugurales ya mencionados. Insistamos: la modulación de las relaciones bilaterales hispano-inglesas, ya de por sí capadas por la relación colonial, no dependen de sus respectivos Parlamentos, sino de la necesidad de sobrevivir de una colonia sin metrópoli y de la gestión de esa imposibilidad por sus habitantes, conscientes, por otra parte, de que hagan lo que hagan, tendrán siempre detrás a Inglaterra. Es obvio: Inglaterra sabe muy bien que sin delito no hay colonia. Esto lleva a la inversión de lo que es la soberanía. No es “con razón o sin ella es mi patria” -que sería lo suyo-, sino “con razón o sin ella es mi colonia”, que por otra parte no tiene utilidad, ni militar ni comercial.

Mientras tanto, han aparecido variables imprevistas. Ni España ni Inglaterra son lo que eran ni su relación bilateral tampoco. España ha ganado cuatro regatas Fastnet, ha comprado varias importantes compañías inglesas, bancos entre ellas, tunela el suelo de Londres para hacer nuevas líneas de metro y administra el mayor aeropuerto de Europa: Heathrow. Incluso en el orden de los símbolos, el macho hipersexuado ya no es un sevillano de nombre Don Juan, del que se protegen todas las rosas de Inglaterra, sino un policía inglés con licencia para matar que dobla como guardaespaldas de la mismísima reina Isabel II: James Bond.

Es ese contexto el que va poniendo de manifiesto el error inglés. Según pasa el tiempo, la decisión que se tomó en su día va resultando no sólo más insostenible, sino también, en la medida en la que la relación angloespañola se hace más “robusta” (FO dixit), más dañosa para la relación bilateral. No es un problema entre llanitos y españoles, sino entre España e Inglaterra y no se debe ni a la propensión a la picaresca de los gibraltareños ni a la naturaleza hiperexcitable de los meridionales (“hyperexcitable Latins”). Es un problema que deriva de la naturaleza colonial del enclave, de la falta de fondos para mantenerlo como se mantienen los enclaves coloniales: a fuerza del dinero del contribuyente -es decir, del sudor del colonizado-, y de la autonomía de la colonia para sobrevivir en esa “misión imposible”.

Todo va adquiriendo un aire de comedia de la Ealing de los años cincuenta. Inglaterra saca pecho: no puede dejar a los llanitos en manos de España. Ahora bien: España es el país con más ingleses asentados del mundo, salvo Australia y EEUU. Viven de sus pensiones, eso sí, no del bunkering ni del contrabando. Y tienen una casita modesta, no como el PM de Gibraltar, que tiene unas cuantas. Y amplias. En lo referente a la nacionalidad inglesa, España acaba de conceder la española a todos los sefardíes del planeta, compatible con cualquier otra, sin más requisito que la de ser presentados por el Consejo Judío español. Es decir, que si los gibraltareños quieren seguir siendo ingleses pueden serlo hasta la séptima generación de la séptima generación. Tampoco es cuestión de bases militares. Cerca de Gibraltar está Rota sin ningún problema. It´s the colony, stupid!

Hablemos ahora de milicia. Se nos dice que una Gran Armada llega a aguas gibraltareñas en expresión de soberanía nacional inglesa. Sorprendentemente, entre sus efectivos navega un buque español. La nave capitana es el portahelicópteros Illustrious, porque Inglaterra no tiene ya aviación embarcada, y el buque es más viejo que el Príncipe de Asturias, desguazado hace tiempo. La Armada reposta en puerto español y, para colmo de sorpresas, resulta que el Illustrious no puede fondear en Gibraltar porque su muelle es demasiado pequeño. Para poner fin a tanta locura, los Harriers del Illustrious se despiden de la vida activa sobre el cielo de Westminster en formación de fuck off.

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España aporta también su granito de arena. A los gibraltareños les basta con empadronarse en España para disfrutar de su Seguridad Social, lo que hacen sin problemas y sin pagar impuestos. Para decirlo más claro. Aunque el empeño de hacer de Gibraltar un Hong Kong está condenado al fracaso, el territorio, elemento clave de esa estrategia, lo está poniendo España.

Una lástima que Chesterton, Bernard Shaw o Evelyn Waugh no estén ya con nosotros. Habrían escrito páginas memorables.  

Acostumbrados como estamos a una diplomacia nacional que suele terminar en guerras perdidas, tendemos a creer que otros países no cometen errores, menos aún Inglaterra, la patria del buen gobierno. Pero Inglaterra lleva más de un siglo sin estrategia válida. Véase, sin ir más lejos, cómo el ascenso de Alemania a finales del s. XIX no pudo ser administrado por la venerable Balanza de Poder que venía siendo el instrumento de Inglaterra para evitar, entre otras cosas, aquel 1914 cuyas consecuencias todavía padece el mundo. En fin, no soy yo, sino Brzezinski, quien niega que Inglaterra tenga hoy una doctrina estratégica propia.

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