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Doce estrellas sobre fondo azul

En esta Europa convulsa, repleta de casos de corrupción y de crisis de valores, el cristianismo es la tierra firme en la que debe arraigar su unidad, su renacimiento

Foto: La bandera de la Unión Europea, ante la sede la la Comisión en Bruselas. (Reuters)
La bandera de la Unión Europea, ante la sede la la Comisión en Bruselas. (Reuters)

En 1950 el Consejo de Europa convocó un concurso de ideas para confeccionar la bandera de la recién nacida Comunidad Europea. Entre otros diseñadores, Arsène Heitz, un artista de Estrasburgo, presentó varios proyectos y uno de ellos resultó el elegido: un círculo de doce estrellas sobre fondo azul.

Esa bandera de Europa fue definitivamente aprobada por el Consejo de Europa el 8 de diciembre de 1955, día de la Inmaculada Concepción.

En 2004 Arsène Heitz declaró a la revista francesa 'Lourdes Magazine' que su verdadera inspiración para el diseño fue el texto del Apocalipsis referido a la Virgen: "Y apareció en el cielo un gran signo: una mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza" (Ap 12:1). En aquellas fechas, dice él, leía la historia de las apariciones de la santísima Virgen en la Rue du Bac de París, que hoy es conocida como la Virgen de la Medalla de la Milagrosa. Según su testimonio, concibió entonces para la bandera de Europa las doce estrellas en círculo sobre un fondo azul, tal como representa la iconografía tradicional la corona de esta imagen de la Inmaculada Concepción. En principio Heitz lo tomó solo como una ocurrencia más entre las muchas que fluyen en la imaginación de cualquier artista. Pero la idea fue tomando cuerpo hasta el punto de convertirse en motivo de su meditación y del diseño definitivo.

De acuerdo con lo que dice en la entrevista, Heitz acostumbraba a hablar con Dios con el corazón y con la cabeza. Se declara un hombre religioso, devoto de la Virgen, a quien reza habitualmente el Santo Rosario. Por ello cree que en su trabajo creativo del diseño de la bandera europea confluyeron, además de su experiencia como artista, esa inspiración que algunas veces nos llega del silencio, cuando uno eleva intensamente su corazón a Dios.

Paul M. G. Lévy interpretó el número de las doce estrellas en la bandera de la Comunidad Europea como "guarismo de plenitud"

Cuando Paul M. G. Lévy, primer director de comunicación del Consejo de Europa, explicó a los miembros de la Comunidad Económica el sentido del diseño, interpretó el número de las doce estrellas como "guarismo de plenitud", porque en la década de los cincuenta no eran doce los miembros de dicho Consejo ni los de la Comunidad Europea, y se alejó de cualquier interpretación religiosa. Efectivamente el doce es un número simbólico que representa la integridad y el círculo habitualmente representa la unidad. Las simbologías del 12 son numerosas: meses, horas, zodiaco, apóstoles de Jesús, hijos de Jacob y tribus de Israel, dioses del Olimpo, tablas de la ley romana, trabajos de Hércules.

Pero las declaraciones del propio artista diseñador de la bandera, realizadas cuando era octogenario, están muy alejadas de las declaraciones políticamente correctas de Paul M.G. Lévy y tienen la garantía de la autenticidad que concede ese momento en la vida en el que las cosas que interesan son ya muy pocas, pero muy importantes.

Parafraseando el excelente artículo que el agnóstico Mario Vargas Llosa escribió tras la última visita de Benedicto XVI a España ('La Fiesta y la Cruzada'), una Europa democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos -empezando por la corrupción- si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida religiosa y espiritual no florece en su seno, como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que guían la conducta del individuo cuando éste se siente libre de toda responsabilidad.

Desde el siglo XIX Europa se ha ido alejando de sus orígenes cristianos y ha creído ilusamente que la religión se iría deshaciendo

Desde el siglo XIX Europa se ha ido alejando de sus orígenes cristianos y ha creído ilusamente que, con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, la cual algunos intelectuales solo consideran como una forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos, como reconoce Vargas Llosa, que ésa era la verdadera superstición que la realidad ha ido haciendo trizas. Porque ahora sabemos que la ciencia y la cultura son incapaces de cumplir aquella función sustitutoria de la espiritualidad y la religión que muchos ingenuos librepensadores les atribuyeron. Especialmente ahora. En nuestro tiempo, la cultura y la ciencia han dejado de ser esa respuesta seria y profunda que intentaron ser en el pasado a las grandes preguntas del ser humano sobre la vida, la conciencia, la muerte, el destino y la historia, y se han transformado, de un lado, en un divertimento ligero y sin consecuencias, y, de otro, en una cábala de especialistas confinados en sus fortines de jergas incomprensibles y arrogantes, a años luz del profundo sentir del común de los ciudadanos.

La cultura y la ciencia no han podido reemplazar a la espiritualidad y la religión, ni podrán hacerlo. Los seres humanos solo encuentran respuestas a través de la trascendencia, a través de la firme creencia en un orden superior del que formamos parte y que da sentido a la existencia, existencia que ni la filosofía, ni la literatura, ni la ciencia, han conseguido justificar racionalmente. Y, por más que tantos brillantísimos intelectuales y científicos traten de convencernos de que el ateísmo es la única consecuencia lógica y racional del conocimiento y la experiencia acumuladas durante siglos de civilización, la idea de que todo el universo y nuestra vida ha ocurrido simplemente por azar y de que la muerte de cada uno de nosotros es definitiva continuará siendo intolerable para cualquier ser humano, que seguirá encontrando en la espiritualidad y en la fe aquella esperanza de una vida más allá de la muerte a la que, por verdadera, nunca podrá renunciar.

Por ello, la espiritualidad y la religión, mientras no adquieran poder político y preserven su independencia y neutralidad frente a él, no sólo será siempre lícita, sino indispensable en cualquier sociedad democrática.

Aunque ni las estrellas ni el azul de nuestra bandera europea sean propiamente símbolos religiosos (lo que respeta a todos, sean cuales sean sus creencias), el hecho histórico es que el artista que la concibió se inspiró en la corona de doce estrellas de la Virgen y, coincidencia o no, la bandera fue aprobada el día de la Inmaculada Concepción.

En esta Europa convulsa, repleta de casos de corrupción y de crisis de valores, quiera Ella que los creyentes, los no creyentes y los agnósticos europeos nos alegremos no solo de que “muy probablemente Dios existe”, sino especialmente de que el cristianismo y la manera de comprender el mundo aristotélica-judeo-cristiana sea la tierra firme en la que Europa debe arraigar su unidad, su continuo renacimiento, su perpetuo viaje a la ética, su crecimiento hacia el cielo.

*José Gefaell es Director General del ICO (Instituto de Crédito Oficial).

En 1950 el Consejo de Europa convocó un concurso de ideas para confeccionar la bandera de la recién nacida Comunidad Europea. Entre otros diseñadores, Arsène Heitz, un artista de Estrasburgo, presentó varios proyectos y uno de ellos resultó el elegido: un círculo de doce estrellas sobre fondo azul.

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