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Las ciudades y el cambio climático: la próxima revolución
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Las ciudades y el cambio climático: la próxima revolución

Ante la quietud de las naciones, los alcaldes de las ciudades están tomando la iniciativa en el dialogo global, con una mentalidad ambiciosa y extraordinariamente emprendedora

Foto: Manifestación en París durante la Conferencia del Cluma. (Reuters)
Manifestación en París durante la Conferencia del Cluma. (Reuters)

La última Conferencia sobre el Cambio Climático resultó, como era de esperar, un exitoso fracaso. Los países asistentes fueron incapaces de comprometerse a emprender las acciones que requiere la lucha contra el calentamiento global. Sin embargo, al margen de la conferencia, las ciudades están emergiendo como una alternativa de organización y de equilibrio de poder con un potencial mucho mayor que el de las naciones para enfrentar el riesgo del cambio climático.

Esta reunión ha dado lugar a una hoja de ruta para que la comunidad internacional coopere en el objetivo de mantener el gradiente de calentamiento del planeta por debajo de los 2ºC, al tiempo que estudia cómo reducirlo al 1,5ºC. No obstante, no se han acordado mecanismos sancionadores para los países que infrinjan dichos acuerdos, por lo que, teniendo en cuenta la enorme oposición política que existe en los Estados Unidos y el recelo que esto genera en Rusia, China y otras naciones contaminantes y productoras de combustibles fósiles, es poco probable ver este acuerdo respetado por los países clave. Y pese a todo es el documento más optimista al que hubiera sido posible aspirar.

Quizá el mayor problema al que se ha enfrentado la COP-21 ha sido pretender reorganizar gran parte las fichas que condicionan el tablero geopolítico mundial. Intentar definir las líneas rojas medioambientales para el futuro desarrollo de la humanidad equivale a modificar la gobernanza global alterando el modelo de control y la gestión de los flujos de producción y consumo de energía, de los productos manufacturados, materias primas y alimentos, de las expectativas de los países desarrollados, de los emergentes, y los que todavía siguen en vías de desarrollo, de los conflictos territoriales -donde los intereses políticos y los energéticos van de la mano, como en Oriente Medio- y, especialmente, de la generación y transferencia de tecnología entre países, fuente de extraordinario poder e influencia geoestratégica.

La imagen y el prestigio de las ciudades en el contexto internacional dependen del clima y sus habitantes tienen una elevada conciencia medioambiental

Los problemas medioambientales son el producto del desarrollo de la vida humana y de los sistemas y herramientas que hemos creado a lo largo de la historia para avanzar en la lucha por la supervivencia. Por ello, mitigar los efectos del cambio climático equivale, simultáneamente, a modificar nuestro modo de vida y a solucionar los conflictos de intereses entre los actores de la escena internacional. En definitiva: las variables geopolíticas y los intereses cruzados nacionales e internacionales son de tal complejidad que hacen prácticamente inviable encontrar soluciones efectivas para resolver a escala nacional los problemas a los que nos enfrentamos.

El futuro de las ciudades

Sin embargo, uno de los resultados más esperanzadores de la reunión de París es el reconocimiento generalizado de la importancia que van a jugar de ahora las ciudades en la lucha contra el cambio climático. Porque ante la quietud de las naciones, los alcaldes de múltiples ciudades están tomando la iniciativa en el dialogo global, con una mentalidad ambiciosa y extraordinariamente emprendedora.

Por una parte, las ciudades de servicios demandan un entorno de calidad medioambiental altamente exigente. Su imagen y su prestigio en el contexto internacional dependen mucho de ello y sus habitantes tienen una elevada conciencia medioambiental. Por otra, las ciudades industriales han llegado a tal punto de contaminación que se ven obligadas a replantear su propio modelo productivo, porque literalmente se están ahogando en sus propios humos. Estas dos realidades llevan al urbanístico contemporáneo a incorporar las emisiones de carbono a los criterios básicos de planeamiento urbano y territorial.

Las ciudades están tomando medidas de mitigación y adaptación al cambio climático mucho más ambiciosas que sus gobiernos nacionales, y no lo hacen precisamente a nivel individual. Un concepto que se está consolidando en los últimos años en el panorama internacional es la “Diplomacia urbana”. Iniciativas como 'The Summit of Mayors”, la plataforma C40 de Bloomberg, o The Civitas Iniciative cofinanciada por la Unión Europea, ponen en relación a distintas ciudades para compartir experiencias, intercambiar buenas prácticas y establecer alianzas urbanas que trascienden las normativas nacionales y generan demanda por productos y proyectos “limpios”.

Las urbes aún no disponen de capacidad suficiente para promover internacionalmente sus actividades, regular su producción industrial, gestionar sus impuestos o calibrar sus necesidades energéticas. A pesar de ello, en buena medida ya han tomado el liderato de la gobernanza global. Algo lógico, ya que desde 2013 más del 50% de los humanos viven en ciudades. Las grandes megalópolis que se sitúan a la cabeza de este movimiento llevan muchos años administrando fondos y demografías mayores que las de muchos países. Pensemos que el área metropolitana de Los Ángeles tiene más población que Holanda, la de Johannesburgo más que Bélgica, Lima más que Suecia y Mumbay más que Suiza y Austria juntos.

En la economía mundial la competencia se da cada vez menos entre países y más entre ciudades. La ciudad de Nueva York está económicamente mucho más relacionada con Londres y Tokio que con Richmond o Baltimore -las cercanas ciudades de Virginia y Maryland-, y sin ir más lejos, hoy Madrid está económica y comercialmente mucho más vinculada a Ciudad de México o Shanghai que a su histórica área de inmigración manchega. El capital mexicano, venezolano, o chino es hoy determinante en la economía madrileña. En cambio, el éxodo del campo a la gran ciudad hace muchos años que acabó.

Múltiples culturas

Poner barreras a la globalización es ponerle puertas al campo. Pensar en globalización es pensar en un mundo integrado por individuos de múltiples culturas, no en un mundo segregado por razas. La gestión de una sociedad multirracial y multicultural implica estructuras de gobierno desconectadas de valores etnocéntricos como los de nación. Hablar de nacionalidades es definir un conjunto de características culturales y raciales, en cambio, hablar en términos de ciudadanía no requiere una definición étnica, o cultural. “Madrileño” es un concepto complejo y sofisticado, pero también abierto, real y auténtico. Madrileño es quien vive y quiere vivir en Madrid, independientemente de su lugar de origen, idioma, color, religión o estrato social.

Por supuesto al hablar de ciudades no nos referimos a “municipios”, esta idea debe quedar muy clara. Las ciudades son entes sociales que pueden englobar varios ayuntamientos no necesariamente de la misma región administrativa. Las conurbaciones como Tokio-Osaka en Japón, el Randstad holandés y la cuenca del Ruhr alemana son modelos de grandes áreas metropolitanas que abarcan diferentes estados, landers o regiones administrativas.

En la economía mundial la competencia se da cada vez más entre ciudades. Nueva York está mucho más relacionada con Londres y Tokio que con Baltimore

Aunque en este artículo nos basamos en las dificultades de la Conferencia de Paris para entender la necesidad de nuevos métodos con los que afrontar el problema del cambio climático, es importante no dejar pasar la oportunidad de plantear que existen otros argumentos para defender una mayor soberanía urbana, principalmente el de la calidad democrática.

El poder del capital privado frente al interés general de los ciudadanos es una discusión muy de moda en la actualidad, el propio presidente Obama ha hecho más de una referencia a la desigualdad y al poder del 1% más rico frente al otro 99%. Al descentralizar el poder de decisión en un número mayor de actores pequeños y más controlados por la sociedad civil -las ciudades- el poder de los gigantes económicos se equilibra mucho más que en la actualidad con el contrapoder de un electorado concienciado sobre la fuerza de su voto.

Esta búsqueda por una mayor soberanía urbana no es un brindis al sol, en México está sucediendo una experiencia que merece observarse con mucho optimismo y atención. El antiguo Distrito Federal (DF) ha ampliado su ámbito de influencia pasando a denominarse Ciudad de México (CDMX), pero el cambio supone mucho más. El nuevo ente metropolitano está empezando a redactar su propia Constitución que será tan vinculante como la de cualquier estado de la República Federal mexicana. Que algo así ya esté pasando no hace más que reforzar la idea de que existe una demanda real por una nueva gobernanza.

En resumen: las ciudades son la opción más operativa para afrontar el cambio climático. Son las que con más celeridad pueden implementar los procesos imprescindibles de adaptación y mitigación al cambio climático que promueve la COP-21. Desde las ciudades se impulsan los cambios en nuestros hábitos y formas de consumo, alimentación, trabajo o transporte mucho antes de que aparezcan en las legislaciones y normativas nacionales. En ellas están la creatividad y las oportunidades que necesitamos.

Fernando Caballero y Jaime Caballero Mendizábal son arquitectos urbanistas.

La última Conferencia sobre el Cambio Climático resultó, como era de esperar, un exitoso fracaso. Los países asistentes fueron incapaces de comprometerse a emprender las acciones que requiere la lucha contra el calentamiento global. Sin embargo, al margen de la conferencia, las ciudades están emergiendo como una alternativa de organización y de equilibrio de poder con un potencial mucho mayor que el de las naciones para enfrentar el riesgo del cambio climático.

Modelo productivo