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La frase de don Aitor, punto redondo y adiós
Aitor Esteban negó en el Congreso que Euskadi fuese una comunidad autónoma más. Pocas veces una simple oración, casi lapidaria, habrá dicho tanto sobre el real problema que asuela a España
Del patético espectáculo, colofón de una larga tragicomedia bodrio de 10 meses vivido en el templo de la democracia de los ciudadanos españoles, las Cortes, se ha frivolizado con muchas frases, o idioteces, dichas en el evento. Celebradas fueron las rufianescas, eclesiásticas, las filoetarras y un exabrupto ciudadano que, de ser cierto, fue tan certero como inoportuno. No faltaron epigramas acerados a la gallega y florilegios por doquier, tan mediáticos como vacuos. Porque, compatriotas en busca de un autor, esas expresiones dieron titulares morbosos maravillosos, regodeo sublime de lo más granado de nuestros locutores reventadores y acerados, gayumba, birlonga y feria. Hace tiempo que la política, la de verdad, la que condiciona, lo queramos o no, la libertad, prosperidad y solidaridad de los ciudadanos del futuro, la de Adenauer y Churchill, la de Lincoln y De Gasperi, la de Delors y Jovellanos, está prácticamente desaparecida de Las Cortes, y totalmente de los titulares mediáticos.
Y la víctima, la ciudadanía, hábilmente orientada, confunde políticos y 'showmen', resultones o guapetones, ingeniosos o asquerosos, casi todos aprovechones y limitadillos, especialistas en sacar partido de los pringadillos.
Y, sin embargo, en ese erial crece a veces un baobab importante, claro e inmenso por su significado, sin duda honesto en la convicción del que lo produce, y explicativo del disparate absoluto en que hemos convertido nuestra convivencia. Y, para los que estamos afectados por la terrible enfermedad incurable de ir a las raíces de lo que importa, mucho más allá de la sesión de sobremesa, de combatir la confusión y el engaño, o el encubrimiento y el disimulo, estas frases claves son de obligado análisis y profundización. Si, además, somos radicales en la defensa de los valores innegociables que sustentan una convivencia en democracia bajo el lema de libertad (siempre por delante), igualdad y solidaridad para España, nos vemos obligados a alertar de la existencia del baobab en el desierto en el que pregonamos.
Nos centraremos en la frase que pronunció un ilustre descendiente del gran Aitor, aunque se apellide Esteban y comparta solo nombre de pila con él. Pero su racial visión no deja dudas. El ilustre diputado afirmó que “Euskadi no es una comunidad autónoma más”. Creemos entender que su señoría no utilizaba el término Euskadi en la definición de quien lo inventó, el inmensamente racista Sabino Arana, que comprendía la zona geográfica de las Vascongadas, Navarra, La Soule, Basse Navarre y Labourd. Por el encuadre, don Aitor se refería sin duda a la acepción administrativa actual, equivalente a País Vasco español que comprende las tres provincias que conforman la Comunidad Autónoma del País Vasco. Que resulta que no es una más…, dándolo por hecho cierto y aseverado.
Para los que estamos afectados por la terrible enfermedad incurable de ir a las raíces de lo que importa, hay frases claves de obligado análisis
Pocas veces una simple oración, casi lapidaria, habrá dicho tanto y tan claramente, sobre el real problema, el deletéreo, que asuela nuestra vieja nación de ciudadanos. En primer lugar, nos indica claramente que España no se concibe como una unión política de personas, sino como un ensamblaje de territorios, por cierto, inventados. En segundo lugar nos muestra que esa partición territorial, muchas veces abracadabrante, no supone una racionalización descentralizadora, sino la pugna entre regiones "que son más”, y no “otra más” en pie de igualdad. Es decir, adiós a una España de ciudadanos libres e iguales, puesto que algunos españoles no son unos españoles más… Cabe ver cómo es totalmente contrario al espíritu y a la letra de nuestra Constitución, que también se esfuma día a día.
Pero que las Vascongadas no sean una comunidad autónoma más (nadie replicó a esa terrible y contundente sentencia) significa que no es solo distinta, benditamente distinta (todas las CC.AA. lo son), sino con trato y derechos diferentes. Y como nuestros sufridos lectores son adultos leídos que no se chupan el dedo, diferentes significa superiores, claro está. O sea, que el apotegma citado instala descaradamente la existencia de ciudadanos españoles de primera clase, segunda clase, y quién sabe si alguna otra más. Con un par de bemoles, adiós a la justicia social, a la solidaridad y a la Ilustración. O sea, adiós a la democracia del siglo XXI.
El apotegma citado instala descaradamente la existencia de ciudadanos españoles de primera clase, segunda clase, y quién sabe si alguna otra más
Como les anunciamos, una frase de sobrada enjundia. No entraremos en las dificultades que tienen mis contertulios del PNV, encantadores por supuesto, y en el sentido más genuino, para explicar por qué esa visión de la sociedad no es supremacista, etnicista o directamente racista, como la de su fundador. Nunca lo logran si deciden abordar el tema, cosa que no hacen prácticamente nunca. Prefiero alertarles sobre el verdadero abismo que espera a unos ciudadanos que se ven obligados a reinventarse un colectivo, que ya no se llamará vieja nación, y que se basará en los valores de la insolidaridad, el supremacismo, el totalitarismo sectario, la opresión clientelar y tribal, la fragmentación, la envidia. Les aseguramos que, al lado de ese horror para el futuro, la crisis económica (muy agudizada por el propio problema mayor, además) es pura poesía.
Nos encontramos a menudo en la sociedad civil, en la calle, muchos conciudadanos aturdidos que aún sueñan con una España unitaria de españoles, debidamente descentralizada, por supuesto (una cosa no tiene que ver con la otra), en la que nadie mire a nadie por encima del hombro, en la que compartan exactamente iguales derechos y obligaciones –políticos y civiles–, en la que la fraternidad del humanismo se valore mucho más que el sectarismo oligárquico tribal, en la que se construya progreso material y espiritual, liberal o socialdemócrata entre iguales y no se destruya entre cainitas… Y vemos que no hay quien dé voz pública ni recoja sus anhelos. Habrá que pensarlo.
Del patético espectáculo, colofón de una larga tragicomedia bodrio de 10 meses vivido en el templo de la democracia de los ciudadanos españoles, las Cortes, se ha frivolizado con muchas frases, o idioteces, dichas en el evento. Celebradas fueron las rufianescas, eclesiásticas, las filoetarras y un exabrupto ciudadano que, de ser cierto, fue tan certero como inoportuno. No faltaron epigramas acerados a la gallega y florilegios por doquier, tan mediáticos como vacuos. Porque, compatriotas en busca de un autor, esas expresiones dieron titulares morbosos maravillosos, regodeo sublime de lo más granado de nuestros locutores reventadores y acerados, gayumba, birlonga y feria. Hace tiempo que la política, la de verdad, la que condiciona, lo queramos o no, la libertad, prosperidad y solidaridad de los ciudadanos del futuro, la de Adenauer y Churchill, la de Lincoln y De Gasperi, la de Delors y Jovellanos, está prácticamente desaparecida de Las Cortes, y totalmente de los titulares mediáticos.