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El empleo como prioridad

Si el empleo es prioritario y este se está transformando, debemos innovar —no destruyendo lo que funciona— a través de reformas que a veces deben ser rompedoras

Foto: Cola en una oficina de empleo. (EFE)
Cola en una oficina de empleo. (EFE)

Desde la gran crisis iniciada en 2008, todo gira en torno al empleo. En esas fechas, hace casi 10 años, el número de parados llegaba hasta lo que parecía increíble para cualquier economía avanzada, más de tres millones de desempleados. Pero lo peor estaba por llegar. En el comienzo de 2013 (cuatro años más tarde), el número de parados alcanzaba los cinco millones, posicionando a España como campeón mundial de los países desarrollados en tasas de desempleo. El último dato del que disponemos, de diciembre de 2016 (apenas cuatro años después de ese lamentable pico), es que contamos en España con 3.700.000 desempleados, casi un millón y medio menos de personas.

Es evidente, con un mero vistazo a estas simples cifras, que a nadie se le podía/puede escapar que todo el esfuerzo de cualquier gobernante diligente, de toda una sociedad en su conjunto, debía/debe ser atajar el problema de paro —en cierta medida estructural— en nuestro país. Y así ha sido. Así viene siendo. Las reformas económicas iniciadas en 2012 en el ámbito laboral, financiero, económico tenían como eje vertebrador que España fuera nuevamente un país ‘normal’, aceptable en lo económico y en lo social. La inmensidad de la crisis requería de un impulso reformista fuerte y decidido. Centrado en este objetivo y apoyándonos exclusivamente en estos datos, vemos como, aun no siendo fácil el camino recorrido y con la impopularidad que muchas de estas medidas conllevan, poco a poco van dando sus frutos. La determinación a la hora de llevarlas a cabo y la confianza en su buen resultado son clave, no solo para que sean eficaces sino también para que sirvan para movilizar a una sociedad que debe comprenderlas y aceptarlas, aunque nunca sean plato de buen gusto. En este sentido, en términos económicos, la visión a largo plazo frente a la del corto, tan imperante en estos momentos, es clave.

Pero miremos al futuro y no al pasado. Empezamos 2017 con una cierta sensación de incertidumbre. Inquietud política por la fragmentación del voto y la dificultad de reformar en sentidos unívocos; desasosiego ante resultados democráticos de países muy cercanos; polarización social entre globalización, nacionalismo y proteccionismo; dudas en el comienzo del año sobre índices macroeconómicos que influyen claramente en España, y, 'last but not least', problemas sociales y humanitarios derivados de la inmigración que van a propiciar muchos cambios en varias facetas.

Solamente enfocándonos en ajustar la demanda con la oferta, sin olvidar la necesaria protección social, fomentaremos la creación de empleo

En paralelo, tenemos a las puertas un cambio tecnológico que anuncia una transformación disruptiva en los modos y formas de entender en un futuro próximo la idea de trabajo, de las organizaciones empresariales. En este sentido, estamos en una época en plena ebullición, caracterizada por una aceleración que nació, precisamente, con la incorporación de la máquina como elemento esencial del sistema productivo y cuya evolución se ha caracterizado por un desarrollo progresivo en el que cada proceso tecnológico ha sido más potente y veloz que el anterior. La especialidad de esta transformación en relación con los procesos anteriores, la virulencia y velocidad con que esos cambios se instalan ahora en nuestros sistemas productivos, carecen, por completo, de precedentes. Y es en este escenario donde aparece, finalmente, la llamada economía digital, con cambios crecientes en los empleadores, los empleados y los consumidores. Ante esta realidad ciertamente ya presente, crear empleo de forma sostenible en el tiempo pudiera parecer una tarea de titanes. Pero no es así.

Para empezar, todos estos factores afectan a todos los países de nuestro entorno. España no es especial. Podrá ser 'different' —como el eslogan publicitario de hace años—, pero no especial. Competimos con otras regiones que afrontan las mismas dificultades, y lo que sí nos hace diferentes es que en nuestro hundimiento en los años pasados y en nuestro crecimiento vigoroso actual, asombro de muchos, afloran tremendas oportunidades que por supuesto debemos aprovechar. Somos un país fuerte, bien preparado, con buenas empresas, con buenos trabajadores, que ha sabido salir de dificultades extremas con determinación y optimismo, pero eso sí, como diría mi buen amigo el filósofo Javier Gomá, cuando teníamos un ideal conjunto que perseguir. Sin esa claridad de ideas, y con ruido permanente, es muy difícil que un país avance.

Por otra parte, al espíritu debe seguir la forma. No basta con ideas. Hay que ponerlas en práctica. Si el empleo es prioritario y este se está transformando, debemos innovar —no destruyendo lo que funciona— a través de reformas que a veces deben ser rompedoras con el pasado en materia de contratación, formación, colocación de trabajadores, apoyo legal al aumento de tamaño de las empresas, eliminación de burocracias, nuevas estructuras legales para las nuevas empresas digitales...

Este mundo está cambiando muy rápido, el empleo también. Solamente enfocándonos en ajustar la demanda con la oferta, sin olvidar la necesaria protección social, fomentaremos la creación de empleo y, a la par, conseguiremos un deseable equilibrio social. Esto no es una tarea solo del Gobierno. Esto incumbe a todos. Para ello, quizá sea preciso movilizar todas las instituciones sociales, económicas y empresariales en una nueva Estrategia para el Empleo en España. La recuperación económica y del mercado de trabajo debe reafirmarse. Necesitamos que sea así porque si no, todos sufriremos las consecuencias. España debe ser líder, como lo ha sido muchos años, y los líderes arriesgan, innovan y atraen a todos a su objetivo. Ese liderazgo transformador en el ámbito de empleo es lo que necesitamos. Y es urgente. Ojalá sea así.

* Iñigo Sagardoy de Simón, abogado y profesor titular de Derecho del Trabajo de la Universidad Francisco de Vitoria.

Desde la gran crisis iniciada en 2008, todo gira en torno al empleo. En esas fechas, hace casi 10 años, el número de parados llegaba hasta lo que parecía increíble para cualquier economía avanzada, más de tres millones de desempleados. Pero lo peor estaba por llegar. En el comienzo de 2013 (cuatro años más tarde), el número de parados alcanzaba los cinco millones, posicionando a España como campeón mundial de los países desarrollados en tasas de desempleo. El último dato del que disponemos, de diciembre de 2016 (apenas cuatro años después de ese lamentable pico), es que contamos en España con 3.700.000 desempleados, casi un millón y medio menos de personas.