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Adiós a la verdad de Iván Fandiño
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Adiós a la verdad de Iván Fandiño

Era un pedazo de torero. Uno de esos héroes medio lógicos que para colmar el ansia de vida que les exigen sus almas son capaces de ponerla cada tarde en juego en un albero

Foto: El matador Iván Fandiño, concentrado antes de una corrida en la plaza francesa de Arles. (AFP)
El matador Iván Fandiño, concentrado antes de una corrida en la plaza francesa de Arles. (AFP)

Es verdad. El toreo es verdad, pero no puedo creerme la muerte de Iván Fandiño. Esa verdad se basa precisamente en la presencia constante de la muerte, que da sentido al arte efímero del toreo. Sin el riesgo de morir, superar la imponente presencia de un toro, componer la estética de tu cuerpo con la conjunción de su embestida en un pase y acompañarlo de la imprescindible técnica para llevarlo a cabo, también sería arte, también daría miedo, pero no haría de ser torero el héroe mitológico que siguen siendo en estos tiempos.

[Álbum: una carrera de esfuerzo y tesón en imágenes]

Iván era un torero. Un pedazo de torero. Uno de esos héroes medio lógicos que para colmar el ansia de vida que les exigen sus almas son capaces de ponerla cada tarde en juego en un albero. Porque te juegas la vida delante de miles de adeptos para sentir que te quieres, que te quieres sentir vivo… y para sentir que te quieren, que no te quieren ver muerto. Iván, como el resto de los toreros, convive, convivía, que en paz descanse, con la parte egoísta de disfrutar sus sentimientos bien adentro y bien ocultos y la contraria otra parte pero igual de imprescindible que siempre acompaña al torero. Esa parte que es solo generosa y artista, olvidándose del resto y que igual también le obliga a compartir sus emociones pero no de cualquier manera: bien a las claras, bien expuestos, bien a la vista en la plaza, bien dibujando el toreo.

Iván nació en Orduña, Vizcaya, y no le fue fácil el comienzo. Desde su tierra natal emigró por el levante y el sur para foguearse en esas duras novilladas de tierra adentro, de no pagarte los gastos, de matar cualquier borrego. Fogueado y fulgurante volvió para debutar con caballos el 2 de junio de 2002 en su propio pueblo de Orduña, donde el triunfo que consiguió no le abrió por entonces ninguna puerta importante.

La escasez de contratos y su natural impaciencia le llevaron a la dura, durísima provincia de Guadalajara, famosa por sus capeas. Espectáculos a medias entre el circo romano y la tauromaquia moderna. Toros descomunales lidiados en sitios poco comunes: plazas de pueblo, corrales con talanqueras, descampados con tractores y como máximo, plaza portátil a las afueras. Allí convivió Iván a la espera de sus triunfos con toreros retirados, banderilleros duros y empresarios de tercera. Allí cambió su destino conociendo a quien después se lo forjara. A su compañero de fatigas, a su amigo, su soporte, a su buen apoderado, a Néstor (Nahún) García.

La escasez de contratos y su natural impaciencia le llevaron a la dura, durísima Guadalajara, famosa por sus capeas; mezcla de circo romano y tauromaquia

Y juntos en las tardes dolorosas del mítico Hotel España armaron la idea loca de seguir por los más duros derroteros, por los de ese toreo antiguo, de torero y apoderado unidos y solos hasta el infinito. Ese modelo de pelea independiente, de autenticidad y entrega cada tarde, de cara y cruz, de fiesta o muerte… Y pronto empezó a salir cara, cara por las cornadas pero también por los éxitos… Y juntos consiguieron mostrar todo su talento, su determinación y su empeño con su debut en Las Ventas en 2004 con una buena novillada de Navalrosal a la que cortó una oreja. Buena presentación que le abrió hueco en carteles tanto del centro como de su tierra norteña para llegar a la alternativa con buen nombre, mucha experiencia y sobre todo ganas de ser torero.

Tomó la alternativa con gran ambiente en la Feria de Bilbao, arropado por paisanos, apaisanados de la Alcarria y su fiel apoderado un 25 de agosto de 2005 de la mano del Juli, que le cedió un toro de El Ventorrillo. Más pelea y más todo a una carta hasta llegar a su confirmación de alternativa donde esa seriedad innata, esa gran pelea interna, esa fe ciega en su triunfo pega el primer puñetazo serio en la plaza de las Ventas. Esa tarde con el toro de El Ventorrillo sí que le gana contratos y obliga a la empresa a anunciarle en ese mismo San Isidro donde ratifica el triunfo con toros de Victorino, buenos pases y más de una voltereta.

Y desde ahí suma de triunfos. Las plazas reclaman su arte y su entrega y Fandiño pasa a ser un torero de exigencia. De exigencia para ubicarse en carteles más de triunfo y de pura exigencia interna, esa de la que no se desprende, y que le obliga a darlo todo cada tarde en la arena. Camina con paso firme hasta la cumbre de encerrarse con seis toros en Madrid en 2015, después de muchas orejas cortadas a ley, a esa su ley, de sangre y fuego. Sangre de las cornadas y fuego de su fuero interno. Torero de pocas sonrisas, de cero miradas al tendido, de pies atados a la arena y de búsqueda de pases imposibles o infinitos. Inconformista y exigente, pero consigo mismo. Torero en todo peculiar y que hasta hablaba de la muerte, de los pocos que lo han hecho abiertamente. Que dijo más de una vez que sabía que existía, que la sentía en su pecho, que le acompañaba muchas tardes en la habitación y en el ruedo… y que de ahí nacía su entrega, su valor y su constancia, su convencimiento de pasar a la historia, a la historia del toreo. Torero puro y por lo tanto trágico, torero consciente de todo y, en su consciente entrega, muy a menudo herido.

Torero de porta gayola a sus toros en Madrid, de entrar a matar sin muleta como queriendo morir. De matar toros herido, de arrimarse hasta el mismo fin. Iván héroe medio lógico, torero, artista… ¿feliz?

Entregado a su oficio, absorbido por su pasión, vivió sus treinta y seis años. Murió por una ilusión. Fue fiel a su concepto, fue esclavo de su fin. Fue un torero con huevos, fue un héroe para mí.

Descanse en paz, en la paz de su destino de no torear por aquí, de no soñar faenas perfectas, sino de hacerlas por ti en esa plaza infinita a la que te acabas de ir…

Descansa en paz Iván Fandiño. Se nos ha ido un torero.

Es verdad. El toreo es verdad, pero no puedo creerme la muerte de Iván Fandiño. Esa verdad se basa precisamente en la presencia constante de la muerte, que da sentido al arte efímero del toreo. Sin el riesgo de morir, superar la imponente presencia de un toro, componer la estética de tu cuerpo con la conjunción de su embestida en un pase y acompañarlo de la imprescindible técnica para llevarlo a cabo, también sería arte, también daría miedo, pero no haría de ser torero el héroe mitológico que siguen siendo en estos tiempos.

Las Ventas Tauromaquia
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