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El hipócrita y peligroso civismo de los dirigentes independentistas
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Carlos Matallanas

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El hipócrita y peligroso civismo de los dirigentes independentistas

El civismo está en la ciudadanía pero entre los dirigentes independentistas no hay mesura. Han actuado forzando la máquina hasta el extremo

Foto: Agentes de la Policía Nacional intentan retirar a los concentrados en el instituto IES Tarragona el 1-O. (EFE)
Agentes de la Policía Nacional intentan retirar a los concentrados en el instituto IES Tarragona el 1-O. (EFE)

Las mentiras, medias verdades y, en algunos casos, la ignorancia más flagrante enturbia el devenir del conflicto que vive nuestro país en relación con Cataluña. El acoso a la Policía Nacional y a la Guardia Civil tras las injustificables cargas sucedidas en algunos puntos donde se colocaron urnas fuera de la ley, y la beatificación de los Mossos por evitar cualquier acción que cumpliera el mandato judicial se contradicen fácilmente echando la vista atrás.

En el histórico 15-M de 2011, el entonces ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, se enfrentó a la difícil decisión del desalojo de la Puerta del Sol de Madrid ante la jornada de reflexión del día 21. Se optó por la inteligencia y se hizo la presión mínima para que fuera el paso de los días el que levantara la acampada. Los que por allí paseamos no olvidamos la fila de furgones de la Policía Nacional aparcados bajo el famoso reloj que preside la plaza, con decenas de antidisturbios con la actitud de siempre: preparados para cumplir órdenes.

Ellos no las recibieron en esta ocasión, todo lo contrario de lo ocurrido en aquellos históricos días en la segunda capital de España. El 'conseller' de Interior del Gobierno catalán, Felip Puig, tomó la drástica decisión de desalojar por la fuerza la plaza de Catalunya, en el día en el que, casualmente, el FC Barcelona iba a celebrar un título. Las imágenes de las cargas policiales todavía estremecen al ser revisadas. Los Mossos, por otra parte, un cuerpo con varias polémicas por el uso exagerado de la fuerza en los últimos años, convirtieron la plaza en un escenario de terror para unos jóvenes abrumados ante esa fuerza desmedida. Tanto es así que los hechos acabaron denunciados y juzgados.

placeholder Los Mossos d'Esquadra en una concentración frente a la Caixa del 15-M en La Diagonal. (EFE)
Los Mossos d'Esquadra en una concentración frente a la Caixa del 15-M en La Diagonal. (EFE)

Es una falacia que la democracia es incompatible con la violencia. Lo que sí la diferencia de regímenes totalitarios es que la violencia en democracia está bajo supervisión del pueblo. Solo se puede usar bajo el amparo de la legalidad y usarse en momentos más que justificados. Eso no quita para que siempre que se usa resulte controvertido, porque siempre se roza la línea que separa el orden que tratan de proteger y donde se engloban todos los derechos civiles del abuso y el quebrantamiento de los mismos.

Es importante que las sociedades avanzadas valoren cada vez más la paz y el rechazo de la violencia como un objetivo ideal que facilite la convivencia. Pero esto no puede llevar al pensamiento naif de que se puede erradicar el uso de la fuerza. Los policías especializados en antidisturbios, sin duda, tienen capacidad y determinación para hacer daño. La mayoría de los ciudadanos seríamos incapaces de empuñar una porra y golpear a un desconocido como parte de nuestro trabajo. Sin embargo, es necesario para el sistema democrático tener estos números especializados. Aunque, al igual que ocurre con los ejércitos de Estados democráticos, la verdadera clave de su existencia es la preservación de los valores, libertades y derechos democráticos. Es de los conceptos más contradictorios del orden constitucional, pero la democracia debe ser capaz de protegerse a sí misma de los males que la amenazan.

Por eso es tan injusto para con nuestra historia escuchar estos días hablar de represión o estado policial. Por supuesto que la estrategia de las Fuerzas de Seguridad del Estado el pasado 1-O fue más que desafortunada, muy reprochable. Requería inteligencia política y estratégica, algo que el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, y la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, demostraron no tener. Pero los errores de este tipo, en democracia, se pagan. Y al igual que en el 15-M con los Mossos, los hechos deben ser denunciados ante un tribunal por los heridos o por asociaciones, los policías que se sobrepasaron, juzgados, y los políticos implicados deben rendir cuentas. Y hay un itinerario de recursos que lleva hasta la Unión Europea para garantizar la limpieza de las sentencias. Así que, para dejar de atacar la más elemental de las inteligencias, se agradecería bastante dejar de oír términos como estado fascista, fuerzas de ocupación, etc.

Foto: Heridos en las cargas entre agentes de seguridad y vecinos en Cataluña por el 1-O. (Reuters)

Con la lamentable actuación policial del 1-O, se tapó el mayúsculo error que suponía la esperpéntica convocatoria de un supuesto referéndum, con una organización y garantías de república bananera. Los principales perjudicados son los propios ciudadanos que desean un referéndum vinculante y con reconocimiento internacional. Porque no valen los atajos. Si existe un procedimiento legal, o se sigue ese procedimiento o se buscan mayorías para adaptarlo a una nueva realidad. Y da igual que se lleve reivindicando cinco, seis o diez años, se sigue insistiendo, si lo ven lícito, intentando conseguir su objetivo dentro de la legalidad. Este salto al vacío que decidieron dar los dirigentes independentistas es una muestra de su propia incapacidad como estrategas.

Muchos ciudadanos, yo creo que la mayoría, no estamos diciendo que no se pueda votar, decimos que no se puede votar así. Por eso se habla de desafío, porque es una provocación a las leyes, al Estado de derecho y, sobre todo, a la inteligencia y al sentido común.

Por eso existe un desfase entre la dimensión descomunal del desafío y las palabras de mesura y ensalzamiento del civismo que profesan sus autores. Como el tono calmado y educado con el que se expresan los dirigentes de la CUP, Anna Gabriel y David Fernández, o los pucheros y el semblante de perrito bajo la lluvia con los que Oriol Junqueras ha recorrido los medios nacionales abjurando que él es, por encima de todo, una buena persona, o el discurso tramposo lleno de medias verdades de Carles Puigdemont, en clave de supuesta reconciliación con el resto de pueblos de España. Actitudes que no concuerdan con meter el dedo en el ojo a un Estado que conforman 47 millones de personas.

placeholder Oriol Junqueras y Carles Puigdemont. (EFE)
Oriol Junqueras y Carles Puigdemont. (EFE)

El civismo y la protesta calmada está en la ciudadanía, en la mayoría de aquellos que se manifiestan o que fueron a votar ilusionados, aunque sus dirigentes montaran una farsa que no podía tener nada de vinculante. Pero entre los dirigentes independentistas no hay mesura. Han actuado forzando la máquina hasta el extremo. Y tratan de revestir sus movimientos de revolución pacífica. Pero solo hay dos maneras de independizarse: pactando con el Estado al que se pertenece y con la aprobación de la comunidad internacional, o por la fuerza como en los Balcanes. Y el independentismo catalán pretende una vía intermedia e imposible. Montar un desafío de desobediencia del orden establecido como el que daría origen a una Guerra Civil, pero sin armas y comportándose como pacifistas en poder de no se sabe qué legitimidad para romper con todo.

Para que una revolución pacífica tenga sentido y, sobre todo, éxito, lo principal es que la motive la razón y el sentido común. Y en el desafío separatista que vivimos solo hay un argumentario, el sentimental. Y los sentimientos no se pueden rebatir.

Con la principal excusa de tener en frente al presidente del gobierno más inepto y falto de empatía democrática imaginable, los dirigentes independentistas han querido competir con él en incapacidad para gobernar. El problema es que no están midiendo el peligro de sus actos. Cualquiera que conozca un poco la calle sabe que hay gente mala, inconsciente y peligrosa que conviene no tratar, o si te cruzas con ellos, usar la inteligencia para persuadirlos y evitar la confrontación para que no salte la chispa de la violencia. Pues el desafío hace todo lo contrario, da alas a las malas intenciones de la gente mala. Y en el otro extremo también los hay, así que el caldo de cultivo para el enfrentamiento ya está servido.

Con la excusa de tener en frente al presidente más inepto, los dirigentes independentistas han querido competir con él en incapacidad para gobernar

El desafío diseñado por una parte de los políticos catalanes ha actuado como el inconsciente que rechaza a los demás para acto seguido decirle que no tiene nada contra él. Yo no tengo tan claro que esto vaya a acabar bien, y mucho menos que no acabe brotando la violencia en forma de escalada.

Decía Serrat que la palabra independencia por sí sola es hermosa, y que siempre seducirá a la juventud. Lo más entendible de estos días han sido las manifestaciones estudiantiles cargadas de brío juvenil y carentes de ecuanimidad, tal y como han sido y serán este tipo de protestas. El problema es cuando no hay diferencia entre las reivindicaciones de un joven con el fuego en el pecho y las de los dirigentes a quienes se les exige sentido de Estado y calma racional. El empuje juvenil es imprescindible en toda época, pero no puede ser parte principal del discurso de un movimiento global de tal calado.

placeholder Manifestación estudiantil el 28 de septiembre en Barcelona. (EFE)
Manifestación estudiantil el 28 de septiembre en Barcelona. (EFE)

En 2003 yo me manifesté con ira contra la ilegal guerra de Irak, las clases se interrumpían cada dos por tres en la facultad, había un debate constante entre los jóvenes (también se escuchaban utópicas propuestas irrealizables), se organizaron protestas espontáneas y llegamos a cortar la A6 a su paso por la Ciudad Universitaria. En la manifestación más multitudinaria de aquellos días, la Policía Nacional cargó con una brutalidad desmedida, convirtiendo el centro de Madrid en un lugar donde reinó el miedo, con gente llorando escondida bajo las mesas de los bares.

Aquel gobierno pagó su soberbia, sus excesos en el uso de la fuerza y, sobre todo, sus mentiras. Pero como no era suficiente el peso de la ciudadanía en este y otros controles del poder, acabó años después apareciendo el 15-M. Y a los independentistas, dejando al lado sus sentimientos, que no son rebatibles, les digo lo mismo que les dije a los más pesimistas y radicales indignados del 15-M: lucha por tus ideas y por cambiar lo que no te gusta, pero jamás, jamás, jamás se puede negar la mayor, no estamos en un Estado fascista ni represor, y la cantidad de problemas que tenemos, que son muchos, se pueden solucionar usando los instrumentos ya existentes en nuestro marco constitucional. Pero se necesita, sobre todo, el buen uso de la inteligencia y la razón. De lo contrario, la violencia está a la vuelta de la esquina, por mucho que la mayoría la detestemos.

Las mentiras, medias verdades y, en algunos casos, la ignorancia más flagrante enturbia el devenir del conflicto que vive nuestro país en relación con Cataluña. El acoso a la Policía Nacional y a la Guardia Civil tras las injustificables cargas sucedidas en algunos puntos donde se colocaron urnas fuera de la ley, y la beatificación de los Mossos por evitar cualquier acción que cumpliera el mandato judicial se contradicen fácilmente echando la vista atrás.

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