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Sindicalistas condenados: fin de un ciclo
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Sindicalistas condenados: fin de un ciclo

El día en que se publicó la sentencia de las tarjetas 'black', un exdirigente sindical me decía: "Con la sentencia, termina un ciclo en el sindicalismo español". Malos tiempos para los trabajadores

Foto: El ex secretario general del SOMA-UGT José Ángel Fernández Villa. (EFE)
El ex secretario general del SOMA-UGT José Ángel Fernández Villa. (EFE)

Borís Sávinkov fue un activista del Partido Socialista Revolucionario Ruso (PSR). A este partido perteneció Kerenski, el primer ministro de la incipiente democracia rusa malograda por el golpe de Estado organizado por Lenin en octubre de 1917. Los eseristas, así se conocía a los miembros del PSR, sufrieron la violencia y el terror de los matones bolcheviques, los chekistas. En 1924, a Sávinkov le tiraron por una ventana de la Lubianka, la sede de la Cheka en Moscú. Unos años antes, había escrito su último libro, 'El caballo negro'. En él se lee esta frase lapidaria: “Nos distinguimos por nuestras creencias, pero no por nuestros actos”. Pensaba en los revolucionarios.

El pasado 3 de octubre, el Tribunal Supremo hacía pública la sentencia: penas de dos y tres años para la mayoría de los sindicalistas encausados por un delito continuado de apropiación indebida. Un antiguo metalúrgico de Plata Meneses que tuvo importantes responsabilidades en CCOO; otro de la Mercedes; un empleado de Unión Fenosa; varios del sector financiero. Un antiguo dirigente de la construcción, líder del sector duro del PCE reconvertido en promotor inmobiliario. Un secretario general de UGT-Madrid. Dirigentes profesionales de los sindicatos mayoritarios se pulieron cientos de miles de euros en su condición de consejeros o miembros de órganos de control de la extinta Caja Madrid y, por ello, han sido condenados junto a empresarios y representantes del PP, PSOE e IU, en lo que se conoce como el caso de las tarjetas 'black'. El día en que se publicó la sentencia, un exdirigente sindical, que nunca calló lo que pensaba, me decía: "Con la sentencia termina un ciclo en el sindicalismo español". Malos tiempos para los trabajadores.

Unos días antes, el 20 de septiembre, la Sección Tercera de la Audiencia Provincial de Oviedo condenaba a tres años de prisión a José Ángel Fernández Villa, también como autor de un delito continuado de apropiación indebida, y fijaba una indemnización de 431.330 euros para el Sindicato de Obreros Mineros de Asturias de UGT (SOMA-UGT). Fernández Villa había sido secretario general del SOMA-UGT durante 35 años y según la sentencia se habría quedado con dinero del sindicato.

¿Cómo es posible que un dirigente sindical se apropie de cientos de miles de euros durante un mandato de 35 años y nadie se de cuenta?

A estos sindicalistas, pero no solo a ellos, también a muchos que hoy tienen responsabilidades, se les puede aplicar la frase de Sávinkov: “Nos distinguimos por nuestras creencias, pero no por nuestros actos”.

¿Cómo es posible que un dirigente sindical se apropie de cientos de miles de euros durante un mandato de 35 años, cuya duración solo encuentra comparación con los líderes de Corea del Norte, y nadie se de cuenta?

El fallo de la Audiencia de Oviedo nos da alguna pista: Fernández Villa tenía una “posición jerárquica sobre el resto de los miembros y trabajadores", que "no ponían en duda ni discutían sus decisiones o simples deseos, aprobando incluso su gestión, algunos, tal vez, por desconocimiento". Es la descripción del comportamiento de un sátrapa, pero nos deja en la duda de por qué “el resto de los miembros” nunca sospecharon o dijeron nada. Porque, ¿cómo es posible que el tesorero del sindicato no detectara irregularidades?

¿Alguien tuvo el valor de preguntar? Nadie, por lo que parece. Quizás esperando el momento de poder ser ellos los que disfrutaran de la bicoca

Pongamos otro ejemplo. No pocos dirigentes de UGT en Madrid comentaban sus sospechas de que los representantes de UGT, entre ellos el secretario general —condenado a dos años—, no ingresaban en las cuentas del sindicato el dinero asignado por pertenecer a los órganos de gobierno de Caja Madrid, llámese tarjetas o dietas por asistencia. ¿Alguien tuvo el valor de preguntar? Nadie, por lo que parece. Quizás esperando el momento de poder ser ellos los que disfrutaran de la bicoca. ¿Se personó el sindicato en la causa al ver su reputación afectada por el comportamiento de sus dirigentes? No consta. Una vez conocida la sentencia ¿se ha perdido perdón por el comportamiento de sus dirigentes?

Los delitos por los que han sido condenados el líder minero y los sindicalistas presentes en Caja Madrid son, afortunadamente, una excepción. Sin embargo, quizá sean la exacerbación individual de unas prácticas colectivas instaladas desde hace años en la actuación sindical. Unas prácticas por las que el dinero público que se recibía por distintos conceptos podía tener destinos y usos, digámoslo suavemente, que forzaban las normas que regulaban esas subvenciones. De alguna manera, esos fondos públicos han parasitado al sindicato. Eran, como las tarjetas 'black', trampas para elefantes.

¿Cómo es posible que la clase política española sea incapaz de ser ejemplar?

En septiembre de 2012, César Molinas publicó un artículo titulado "Una teoría de la clase política española". Molinas se sorprendía: “¿Cómo es posible que la clase política española sea incapaz de ser ejemplar?". Y establecía el enunciado de su teoría sobre las élites extractivas: “Una élite extractiva se caracteriza por tener un sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la población en beneficio propio". Es una reflexión aplicable a las organizaciones sindicales. Sucede que algunos de sus individuos —los condenados— lo hicieron extensible a su patrimonio.

Las organizaciones sindicales no gustan a mucha gente. Algunos quisieran ver más disminuida su capacidad de defender los derechos de los trabajadores. Pero, quizás, el principal enemigo que tienen los sindicatos no es externo. Está dentro. Es un cáncer que ellos mismos han alimentado.

Los sindicatos son organizaciones con prácticas de funcionamiento predemocráticas. Y es así porque no hay una división de poderes real y efectiva

Las prácticas autoritarias de Fernández Villa en el ejercicio del poder, que relata el tribunal en la sentencia, eran un modelo para algunos dirigentes —la media de permanencia en el cargo de muchos secretarios generales de UGT se sitúa en los 25 años—. Un ejercicio del poder que convierte los conciliábulos sindicales en una sucesión de medias palabras y sobreentendidos. Para atisbar sus intenciones, es necesario tener las dotes de los analistas de la política soviética —los kremlinólogos—, que eran capaces de anticipar una crisis en el Politburó comunista porque Brézhnev había arqueado las cejas.

Los sindicatos son organizaciones con prácticas de funcionamiento predemocráticas. Y esto es así porque no hay una división de poderes real y efectiva. Sobre todo, en lo que atañe a la supervisión de las finanzas. Imaginen que alguien bienintencionado propusiese que, para evitar situaciones indeseadas en el uso de dinero público o fondos del sindicato, se constituyese un poder inspector —una suerte de Intervención General de la Administración del Estado— con autonomía, por encima de los responsables sindicales. Un poder inspector independiente que limitase el de las taifas. Posiblemente, el bienintencionado acabase como en la escena que pintó Karel Svoboda en su cuadro 'La segunda defenestración de Praga': arrojado por la ventana del castillo de la capital checa.

Las Cortes franquistas, al aprobar la reforma política, perdieron su poder para permitir que se construyese otro sobre bases democráticas. Con separación de poderes y contrapesos. No es razonable pensar que algo así suceda en el sindicalismo. En un estado de cosas más parecido al feudal que al democrático, quizá solo quede “el recurso de un Ramiro II de Aragón”. Metafóricamente hablando, se entiende. Un ciclo ha terminado.

*Pedro Gil, exsindicalista.

Borís Sávinkov fue un activista del Partido Socialista Revolucionario Ruso (PSR). A este partido perteneció Kerenski, el primer ministro de la incipiente democracia rusa malograda por el golpe de Estado organizado por Lenin en octubre de 1917. Los eseristas, así se conocía a los miembros del PSR, sufrieron la violencia y el terror de los matones bolcheviques, los chekistas. En 1924, a Sávinkov le tiraron por una ventana de la Lubianka, la sede de la Cheka en Moscú. Unos años antes, había escrito su último libro, 'El caballo negro'. En él se lee esta frase lapidaria: “Nos distinguimos por nuestras creencias, pero no por nuestros actos”. Pensaba en los revolucionarios.

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