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La conjura del zar

Al provocar los altercados dieron la excusa, a aquellos que los habían enviado, para castigar a los legítimos representantes

Foto: Foto: Archivo de Historia del Trabajo de la Fundación 1º de Mayo
Foto: Archivo de Historia del Trabajo de la Fundación 1º de Mayo

El jueves 24 de marzo de 1988, unos cincuenta hombres llegados en su mayoría de Asturias y Galicia apuraban los últimos lingotazos antes de regresar al hotel El Rancho en Cadaqués. Al día siguiente debían cumplir una misión que los transmutaría, al menos por una jornada, de 'liberados sindicales' en reventadores de congresos.

Reventar el congreso que en unas horas celebraría el sindicato de Barcelona del Metal de UGT. Para eso estaban allí. Ese episodio violento fue, nueve meses antes, el primer acto de la huelga general del 14 de diciembre de 1988. Un 14-D del que se cumplen 30 años. Movilización histórica que quizá marcó el inicio del declive del sindicalismo socialista en España.

Al día siguiente, la prensa daba cuenta de los "graves enfrentamientos, con varios heridos, en la asamblea del metal de UGT de Barcelona" y destacaba que "la Policía Nacional acudió con diversos coches antidisturbios". Roberto Santos y José Antonio Sánchez, editor y consejero delegado de este periódico, recogieron en el libro 'La conjura del zar' la secuencia de acontecimientos que provocaron la fractura de la familia socialista. La ruptura entre UGT y el PSOE. La dimisión de Nicolás Redondo como diputado socialista —comunicada a Felipe González el 20 de octubre de 1987— fue el preámbulo. La convocatoria de huelga general para el 14-D, su epílogo, y la violencia desatada contra los metalúrgicos, encabezados por Antonio Puerta, y que la dirección ugetista consideraba un obstáculo para sus planes, el intermedio necesario.

¿Por qué se reventó el congreso del Metal de UGT de Barcelona? La respuesta es sencilla: si los partidarios de Antonio Puerta, que era el secretario general del Metal en España, ganaban ese Congreso, Nicolás Redondo no sería capaz de controlar la federación poniendo un hombre de su confianza al frente. Y eso estaba sucediendo. El Metal de Barcelona era la pieza clave y los afines a Redondo una minoría.

Así que por las buenas o por las malas. Por lo civil o por lo militar. Pero lo sucedido fue todavía más penoso. Los 'liberados' apostados a la entrada de la asamblea como servicio de orden, y cuyo viaje, estancia, café, puro y copas iban por cuenta del tesorero de UGT, no solo impidieron por la fuerza que algunos de los asistentes, los que eran mayoría, votaran a sus representantes. Al provocar los altercados dieron la excusa, a aquellos que los habían enviado, para castigar a los legítimos representantes. Una doble humillación: os reviento el congreso por la fuerza y además me cisco en vosotros, os sanciono y os disuelvo.

El argumento, pura hipocresía: "Los dirigentes metalúrgicos habían perdido la autoridad y eran incapaces de mantener el orden en la Federación"

El argumento, pura hipocresía: "Los dirigentes metalúrgicos habían perdido la autoridad y eran incapaces de mantener el orden en la Federación". A los pocos días la dirección nacional del Metal de UGT fue suspendida sumariamente. Se nombró a un representante del zar que debía asegurar que el designado, Manuel Fernández 'Lito', fuera ungido con el óleo de la autentica fe obrera. Por supuesto, todo resultó muy democrático. La corte de mamporreros que rodeaba al líder aplaudió la sagacidad y brillante ejecutoria de la operación de purga.

En septiembre de 2013, Carlos Sánchez firmaba en este periódico una de las últimas entrevistas con 'Lito'. En ella el colaborador necesario y principal beneficiario de la purga, afirmó: "Cuando yo llegué a Madrid —el 28 de octubre de 1988— me dijo Nicolás Redondo: "Ya estamos preparados para la Huelga General [El 14-D]". Efectivamente, de eso se trataba. Ahora solo quedaba buscar una excusa para la convocatoria.

Según cuentan los autores de 'La conjura del zar', la decisión de convocar la huelga general se tomó en El Parrillón: "Aquel jueves, 10 de noviembre de 1988, los secretarios generales de los dos principales sindicatos [Nicolás Redondo y Antonio Gutiérrez] decidían al mediodía en El Parrillón, un restaurante ubicado en la castiza plaza de Chamberí, poner en marcha la mayor movilización obrera desde la Guerra Civil, dirigida precisamente contra un Gobierno socialista".

Foto: Foto: Archivo de Historia del Trabajo de la Fundación 1º de Mayo.

Hay una lógica perversa en las organizaciones que se precipitan al autoritarismo mesiánico: proteger al líder es defender a la organización. Y así, de paso, la casta que le rodea, asegura su cercanía al poder. Cuanto más fuerte sea el líder, si eres fiel y sumiso, tu trozo de pastel será mayor. Así, el que critica debilita a la organización y con ella a los trabajadores. Si te pones muy pesado con la crítica, terminarás depurado y acusado de agente del mal. ¿Qué mal? A elegir, dependiendo de las modas. En ese momento el maligno era el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Felipe González, que había perdido la verdadera fe socialista y que, quizá por ello, desplegaba sus tentáculos para domesticar a la UGT.

Son paranoias que siempre funcionan, especialmente si te va el sueldo o la posición en ello. Por el contrario, todos aquellos sospechosos de ser agentes felipistas debían apostatar y jurar fidelidad o terminarían suspendidos de militancia y expulsados del sindicato, si no se iban antes. En las pocas semanas que mediaron entre la convocatoria de la huelga general —la rueda de prensa se realizó el 12 de noviembre— y el 14-D fueron suspendidos de sus derechos como afiliados de UGT cerca de 300 cuadros sindicales, que se sumaban a los dirigentes nacionales del Metal que habían sido suspendidos sumariamente y al miembro de la Comisión Ejecutiva Confederal, Justo Zambrana, al que Redondo había fulminado con la mirada cuando osó pensar de manera distinta en público.

Todos aquellos sospechosos de ser agentes felipistas debían apostatar y jurar fidelidad o terminarían suspendidos

Jorge Semprún escribió el guion de 'La Confesión', dirigida por Costa-Gravas y protagonizada por Yves Montand. Ver esa película debería ser obligatorio. Serviría, salvando las distancias, para todo aquel que quiera entender la atmósfera de presión, desconfianza y arbitrariedad que se vivió en esos años en lo que antes era un sindicato democrático.

Fue el inicio de la gran crisis que explotó años después con la quiebra de IGS-PSV, que estuvo a punto de precipitar el cierre de UGT. Le pregunté a Roberto Santos por qué escribió el libro: "Tuve amenazas para que no lo hiciera, pero era un deber moral". Después hablé con Antonio Puerta, una persona honrada, un buen dirigente sindical sacrificado en el altar de la paranoia y la ambición. Sirvan estos recuerdos, en esta fecha del 14 de diciembre, como reconocimiento a su labor.

*Pedro Gil es exsindicalista.

El jueves 24 de marzo de 1988, unos cincuenta hombres llegados en su mayoría de Asturias y Galicia apuraban los últimos lingotazos antes de regresar al hotel El Rancho en Cadaqués. Al día siguiente debían cumplir una misión que los transmutaría, al menos por una jornada, de 'liberados sindicales' en reventadores de congresos.

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