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¿Por qué hay que creer a las mujeres?

Esa actitud renuente a aceptar el testimonio de la víctima como un punto de partida fiable de la investigación se da sistemáticamente en los casos de violencia de género

Foto: Protestas contra la violencia de género en Madrid. (EFE)
Protestas contra la violencia de género en Madrid. (EFE)

Hace algunos meses, durante una charla informal con conocidos, la conversación derivó hacia las peculiaridades de mi trabajo como juez encargado de asuntos de violencia de género. Cuando estaba comentando las dificultades que entraña en ocasiones la investigación de estos delitos, en los que frecuentemente el juez instructor se enfrenta a dos versiones contradictorias sobre un mismo suceso sin disponer de testigos u otros medios de prueba, una de mis interlocutoras comentó lo extraño que debía de resultar escuchar el relato de la víctima y, al mismo tiempo, estar pensando cómo descubrir si está mintiendo. Le expliqué que mi trabajo como juez de instrucción no consiste en averiguar si la víctima miente, sino en comprobar si dice la verdad.

Puede parecer un mero juego de palabras, pero no lo es en absoluto. La forma en la que interrogamos a la víctima, el tipo de preguntas que le hacemos, el tono de nuestro interrogatorio o las diligencias de investigación que acordamos no serán necesariamente iguales si nuestro objetivo es descubrir al mentiroso que si lo que pretendemos es buscar elementos de convicción que confirmen la versión de la víctima. Y en los casos de violencia de género, al igual que en los delitos contra la libertad sexual, esa actitud renuente a aceptar el testimonio de la víctima como un punto de partida fiable de la investigación se da sistemáticamente.

El estereotipo, de este modo, se transforma en un prejuicio discriminatorio que se basa exclusivamente en el género de la víctima

Parece estar extendida la creencia de que cuando una mujer denuncia un delito de este tipo está mintiendo. Esa creencia, que no se apoya en ningún dato o evidencia objetivos que conozcamos, es la que hace que, una y otra vez, personas de la más diversa condición me pregunten acerca de las denuncias falsas; o que este asunto sea tratado de manera recurrente en los medios de comunicación. Cuando ese estereotipo se traslada a la actuación de las autoridades encargadas de investigar aquellos delitos y proteger a las víctimas, se convierte en una barrera que dificulta que estas personas reciban una respuesta policial y judicial adecuada. El estereotipo, de este modo, se transforma en un prejuicio discriminatorio que se basa exclusivamente en el género de la víctima.

Foto: Foto: EFE

En estos días, hemos conocido la publicación de un reportaje periodístico ganador del premio Pulitzer (“Creedme”), en el que se pone de manifiesto cómo algunas víctimas de delitos sexuales en EEUU terminaron por confesar que su denuncia era falsa debido a las técnicas de investigación empleadas por la policía, normalmente aplicadas a los investigados, pese a que los hechos denunciados se demostraron posteriormente ciertos. Es un buen ejemplo de las consecuencias extremas que produce el responder a la petición de ayuda de las víctimas desde los estereotipos.

Esto no quiere decir que debamos asumir su relato como una verdad irrefutable. Ello iría en contra de la presunción de inocencia

La solución pasa, naturalmente, por no cuestionar acríticamente a estas mujeres. Esto no quiere decir que debamos asumir su relato como una verdad irrefutable. Ello iría en contra de la presunción de inocencia y quebraría las reglas básicas de nuestro sistema de libertades. La versión de la víctima debe ser contrastada durante el proceso, primero en la fase de instrucción y luego en el juicio. Y solamente si un tribunal imparcial, tras someterla a crítica racional, la considera suficiente como para excluir cualquier duda razonable sobre la culpabilidad del acusado, puede este ser condenado con fundamento en la declaración de la víctima.

Pero esto no nos obliga a asumir como punto de partida de la investigación criminal que, a menos que se demuestre lo contrario, la víctima está mintiendo. Hay que creer a las mujeres que denuncian delitos sexuales o de violencia de género. No para destruir la presunción de inocencia, sino para que estas víctimas reciban el mismo trato que todas las demás.

*Jorge Fernández Vaquero. Magistrado y Vocal de la Comisión de Igualdad de la Asociación de Jueces y Magistrados.

Hace algunos meses, durante una charla informal con conocidos, la conversación derivó hacia las peculiaridades de mi trabajo como juez encargado de asuntos de violencia de género. Cuando estaba comentando las dificultades que entraña en ocasiones la investigación de estos delitos, en los que frecuentemente el juez instructor se enfrenta a dos versiones contradictorias sobre un mismo suceso sin disponer de testigos u otros medios de prueba, una de mis interlocutoras comentó lo extraño que debía de resultar escuchar el relato de la víctima y, al mismo tiempo, estar pensando cómo descubrir si está mintiendo. Le expliqué que mi trabajo como juez de instrucción no consiste en averiguar si la víctima miente, sino en comprobar si dice la verdad.

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