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Barcelona y el pedestal vacío
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Gonzalo Quintero Olivares

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Barcelona y el pedestal vacío

El poder municipal parece sentir una especie de odio hacia todo aquello que configuraba la personalidad de la ciudad

Foto: Operarios del Ayuntamiento de Barcelona retiran el monumento en memoria de Antonio López, el primer marqués de Comillas. (EFE)
Operarios del Ayuntamiento de Barcelona retiran el monumento en memoria de Antonio López, el primer marqués de Comillas. (EFE)

Al paseante que deambula por la zona de Barcelona que forma el espacio entre el fin de la vía Layetana y el inicio de la Barceloneta, le puede llamar la atención —si no está demasiado preocupado por el riesgo de que le roben— un pedestal vacío, sobre el cual se erguía la estatua de Antonio López, primer marqués de Comillas, y conocido mecenas, cuya figura retiró el Ayuntamiento de Barcelona en abril de 2018, argumentando que se trataba de un sujeto que hizo fortuna en las Américas, en el siglo XIX, con el tráfico de esclavos realizado por la Compañía Trasatlántica.

Cientos de catalanes se beneficiaron en América de la mano de obra esclava, pero la condena histórica había que ejecutarla en Antonio López, aprovechando que no era catalán (había nacido en Comillas). Afortunadamente, el talibanismo municipal respetó el precioso Parque Güell, obra de Gaudí impulsada por don Eusebio Güell, yerno de Antonio López y también consejero de la ominosa Compañía Trasatlántica.

Foto: Ayuntamiento de Barcelona retira el monumento en memoria de Antonio López, el primer marqués de Comillas. (EFE)

De ese modo se calmaba la ofensa que, en opinión de uno de los concejales promotores del 'desagravio', sentían muchos barceloneses. El registro de ofendidos lo debía llevar personalmente dicho edil, que, por cierto, y al igual que su jefa, no parece conocer la historia de Barcelona, ni quién es quién en los nombres de las calles. Los cambios de nombres de calles, por cierto, según el programa de los 'comuns', han de continuar con la 'desborbonización' de todos los nombres que recuerden que la forma de Estado es la monarquía y la casa de Borbón es la reinante.

El ayuntamiento pretende 'republicanizar' la ciudad, prohibir la presencia del Ejército (lo intentaron, patéticamente) y otras muchas iniciativas que contribuyen a la conformación de la idea de ciudad que ofrece ese magma político que es el planeta Podemos (En Comú Podem, en Barcelona) con sus lunas y satélites, pero solo consigue exhibir su oquedad ideológica.

El 4 de abril de 1982, Félix de Azúa publicó un artículo titulado "Barcelona es el Titanic", que causó una auténtica conmoción en la autocomplaciente vida de los diferentes grupos políticos de la época, escandalizados por la acusación de que Cataluña en general, y Barcelona en concreto, estaba degradándose en todos los ámbitos intelectuales, culturales y vitales a pasos agigantados. Desde entonces, han transcurrido 37 años, con tanto cambio que el pronóstico de Azúa hoy resulta optimista, pues la realidad es infinitamente peor, y no solo por problemas que entonces no se podían prever, como el 'procés' y el movimiento independentista, sino también por una acumulación de dinámicas dirigidas a borrar la excelente imagen de la ciudad que se había alcanzado al tiempo de la Olimpiada, no solo por los cambios urbanísticos sino como culminación de una línea continuada de progreso en todos los órdenes que, con los terribles paréntesis de la Guerra Civil y otros conflictos, como toda España, venía de mediados del siglo XIX.

Foto: Estatua de Cristóbal Colón en la Rambla de Barcelona.

Una amplia gama de confluencias fatales se ha abatido sobre la ciudad. En primer lugar, la clara animosidad del mundo convergente, de raíces menestrales y conservadoras, hacia la metrópoli que, aun siendo la urbe generadora de riqueza, era de imposible inserción en el catalanismo tradicional, por librepensadora, volteriana y pecadora. Una ciudad que gustaba de tener, incluso, temporada de teatro clásico ¡en castellano! Y, por si fuera poco, una notable afición a la fiesta de los toros, espectáculo bárbaro para muchos, dentro y fuera de Cataluña, pero, sobre todo, hispánico, adjetivo análogo a canceroso, a pesar de que Tarragona fue la capital de la Hispania Citerior y de que Ramón Berenguer I el Vell, conde de Barcelona era citado en los Usatges (base histórica del derecho catalán) como 'hispaniae subjugator'. Pero esas cosas no las sabe, o no le importan, un independentista que se precie.

Tiempo hubo en que el PSC neutralizaba esa tendencia a considerar como defecto precisamente lo que más colocaba a Barcelona en el mundo, pero paulatinamente el PSC fue perdiendo agallas en la defensa de lo que era lo mejor y lo preciso para mantener la personalidad de Barcelona, frente a los que consideraban y consideran herético que Barcelona no quiera parecerse, en su clima social, a cualquier población, a ser posible, de la Cataluña interior.

No ha sido posible mantener esa especificidad de Barcelona, especialmente con la rendición de la izquierda, algunos de cuyos dirigentes decidieron saltar al independentismo, convencidos de que en el gran útero nacionalista podrían medrar mejor, pues, a la postre, allí se cortaba el bacalao. Bastantes de ellos están ahora organizando el viaje de regreso, sin sonrojarse, pues ellos siempre han buscado lo mejor para su país, y la acusación de pretender una nómina es una infamia.

No ha sido posible mantener esa especificidad de Barcelona, especialmente con la rendición de la izquierda

La consecuencia cultural no tenía que esperar mucho para hacerse visible, y cuando muchos excelentes profesionales de las artes anunciaban su marcha, casi siempre a Madrid, abundaba, en la prensa subvencionada, la satisfacción por tan intrascendente suceso —así se calificaba— aplaudiendo la partida del ateo, cosa que se ha venido repitiendo incluso para referirse a la irrelevancia de la huida de Cataluña de miles de empresas, que, en el decir independentista, no significan nada, badulaque consuelo que no habría de preocupar si quien lo dice fuera un sandio, pero que es la valoración que expulsan los más altos representantes de la Administración.

El poder convergente ha cambiado de color, pero siguen siendo ellos, aunque muchos de sus más sensatos miembros hayan optado por alejarse al ver cómo el otrora omnipotente movimiento pujolista, porque era más un movimiento que un 'partido', ha ido perdiendo presencia formal y poder material, dejando lo que de ello quede en un abigarrado pelotón de segundones sin experiencia política ni sentido de Estado, férreamente entregados a la tarea de conducir Cataluña a un abismo. Pero la enfermedad de la impericia está extendida por toda España, y mal de muchos, consuelo de tontos.

En estas pocas líneas hablaba del terrible y, quizás, irreversible declive de Barcelona. Los cambios, sin duda, importantes, en la política catalana han tenido muchas consecuencias, pero en lo que concierne a la deriva de la que para muchos era, con razón, la perla del Mediterráneo, Barcelona, solo se ha ido a peor, y frente a eso no vale esgrimir las cifras de visitantes, de congresos, de cruceristas, de jóvenes europeos que quieren instalarse en la ciudad, sino la realidad de una conurbación enorme, desequilibrada, en la que el poder municipal parece sentir una especie de odio hacia todo aquello que configuraba la personalidad de la ciudad (tal vez, eso no lo sabían, pues 'stultorum infinitus est numerus'), comenzando por la destrucción irreversible de las Ramblas (¿alguien imagina el Boulevard Saint-Germain acogiendo la ristra de negocios que están allí instalados?). Nombrar concejal presidente del distrito de la ciudad antigua a una persona que ni siquiera sabía lo que componía esa zona de la ciudad y su historia, no es la menor de las aportaciones de la señora Colau a la catástrofe, sin olvidar sus brillantes concepciones de las competencias jurídicas de los ayuntamientos.

Creo imprescindible que el pedestal vacío continúe donde está, como pétrea simbolización y resumen de una época penosa

No es odio, dicen algunos, sino una mezcla de ignorancia y de entendimiento de lo prioritario. ¡Valiente majadería!, pues esa es la excusa para haber permitido abusos de toda clase, plasmados en el 'top manta', en pisos turísticos ilegales, en descontrol traducido en un espectacular aumento de la pequeña y de la gran criminalidad, hasta sumir la ciudad y sus habitantes en una suerte de pesimismo que, antes o después, los barceloneses, pueblo antiguo, abigarrado y más listo que sus dirigentes, expulsarán.

Así las cosas, y a la vista del variado desastre que se ha abatido sobre la ciudad, creo imprescindible que el pedestal vacío continúe donde está, como pétrea simbolización y resumen de una época penosa.

*Gonzalo Quintero Olivares, catedrático de Derecho Penal y abogado.

Al paseante que deambula por la zona de Barcelona que forma el espacio entre el fin de la vía Layetana y el inicio de la Barceloneta, le puede llamar la atención —si no está demasiado preocupado por el riesgo de que le roben— un pedestal vacío, sobre el cual se erguía la estatua de Antonio López, primer marqués de Comillas, y conocido mecenas, cuya figura retiró el Ayuntamiento de Barcelona en abril de 2018, argumentando que se trataba de un sujeto que hizo fortuna en las Américas, en el siglo XIX, con el tráfico de esclavos realizado por la Compañía Trasatlántica.

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