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Qué significa una Europa verde

Tras los conflictos bélicos del siglo XX es probable que ahora Europa, y sobre todo Alemania, vean en esta 'Emergencia Climática' el modo de ser protagonistas en una civilización en riesgo

Foto: Un ciclista pasea por el parque periurbano de Armentia, a las afueras de Vitoria. (EFE)
Un ciclista pasea por el parque periurbano de Armentia, a las afueras de Vitoria. (EFE)

La Naturaleza, como la política, aborrece los vacíos. Si estos abren el abismo a la propia civilización occidental, o más específicamente a un modelo de sociedad, la democracia liberal, por el que durante los últimos 70 años se ha logrado un nivel de bienestar y riqueza global sin precedentes, tanto más. El liderazgo de Europa contra el Cambio Climático y a favor de la revolución verde se ha materializado estos días con la Declaración de “Emergencia Climática” por parte del Parlamento Europeo, como antesala a la reunión bajo el auspicio de la ONU en Madrid la próxima semana.

Europa es el primer continente que a nivel global enarbola la bandera verde como causa y misión y apuntala así también un frente crítico para la conjuración de su propia soberanía en clave geo-estratégica. En esta convergencia real entre intereses y valores, aspira Europa a un símbolo de identidad de vocación universal y proyección global. Esta carta de presentación auspicia una línea política tan estructural e incipiente que tomará el testigo del impulso civilizatorio de una América abducida por Trump -y ya fuera del Acuerdo de París- y de paso interpelará a Alemania para que salga del reducto nacionalista al que tiene condicionado la integración europea.

placeholder Bajo nivel del agua en un lago de Macedonia. (Reuters)
Bajo nivel del agua en un lago de Macedonia. (Reuters)

Si desde la caída del muro de Berlín en 1989, entre consumismos y “financiarizaciones”, Occidente ha estado algo despistado con los dividendos de la paz y la emergencia de China, aquí llega un despertador nuclear sincronizado con los tiempos. Son vientos frescos, nuevos, intergeneracionales, que auguran redención y cauterizacion política, económica, cultural y filosófica de las penurias que asolaron Europa durante el siglo XX.

Un cambio de paradigma a contrarreloj

Cuando la semana que viene se reúna en Madrid la Conferencia sobre Cambio Climático auspiciada por la ONU, que nuestro presidente Sánchez tuvo a bien acoger tras los disturbios en Chile, el primer reto va a ser afrontar un ajuste de la realidad en toda su crudeza. Es mucho peor de lo que se piensa. Quédense con estas referencias marco para tener una idea intuitiva de la gravedad de la situación: dónde estamos, dónde están los objetivos y cómo de precaria es nuestra capacidad para afrontarlos. Tras un reconocimiento tardío, lento y minimalista que comenzó allá por el Protocolo de Kioto (1992) -primer intento de acuerdo global de intención reducción de emisiones-, y tras los esfuerzos renovados en 2015 con el Acuerdo de París, este año 2019 vuelve a marcar un máximo en emisiones globales.

Foto: Sebastián Piñera (EFE)

Los EEUU de Trump se han descolgado oficialmente de este Acuerdo y China -imbuida en la guerra comercial-, de un tiempo a esta parte ha roto con la senda de contención acordada en el mismo. 2019 es el décimo año consecutivo en el que la ONU señala una desviación negativa con los compromisos a corto plazo. Desde que existen datos de temperatura media global -unos 150 años-, los registros más calurosos no paran de acumularse en las últimas entradas más recientes, año tras año… Todo esto enmarcado por una población mundial actual de algo más de 7.000 millones de personas y que no se espera se estabilice antes del 2050 con algo más de 10.000 millones, un 50% más... Y además, el grueso de este incremento se producirá en países en vías de desarrollo: aquellos con mayor tendencia al consumo de combustibles fósils y emisión de gases de efecto invernadero. Es un cuadro sencillamente desolador.

Si toda la articulación de objetivos del Acuerdo de París está delineada para contener las emisiones de tal forma que la subida de la temperatura media global no pase de + 2 grados dentígrados y éste haya quedado prácticamente obsoleto (como apunta la última evaluación de la ONU), quizá haya que pensar como escenario base en los 3 grados centígrados de subida media. Por los que según los expertos, subirá el nivel del mar en torno a 1 metro -poniendo en peligro a 600 millones de personas que viven en las costas-. Si se pasara a los +4 ó 5 grados centígrados de incremento, el riesgo de fundición total del casquete polar ártico y el hielo de Groenlandia es altísimo y la subida del nivel del mar alcanzaría los 10 metros.

placeholder Varias columnas de humo emergen de la planta de Neurath en Bergheim (Alemania). (EFE)
Varias columnas de humo emergen de la planta de Neurath en Bergheim (Alemania). (EFE)

Sin duda, el problema medioambiental, con el cambio climático y una estructura energética basada en el “mecherazo” de combustibles fósiles a la cabeza, amenaza con ser la gran Némesis del sistema capitalista y por extensión, de la democracia liberal. La perfección de un sistema libre de formación de precios, señales de mercado y asignación de recursos, está contestada irrefutablemente por algo que ya aparece en los libros de economía de segundo curso, y contra las que avisaba el propio Adam Smith: externalidades.

Esos costes colaterales del sistema de producción que quedan fuera de la formación eficiente y transparente de precios. Todos los esquemas de corrección diseñados -subsidios, multas, impuestos, precios a la emisión-, sobre las que se construye en la practica la revolución verde, pasan por su reconocimiento. Su desatención resultaba asumible con 3.000 millones de personas. Pero ahora que vamos camino de los 10.000 millones, resulta absolutamente suicida.

Que un problema tan obvio, tan evidente, tan predecible por cualquier analista con hoja de cálculo en los años ochenta, científicamente explicado por activa y por pasiva, haya escapado de la agenda política tan subrepticiamente, es sintomático del secuestro ideológico de toda una época. Son las derivas, los efectos colaterales de un estadio de globalización llevado en volandas por el interés privado y los designios anglosajones libérrimos (Reagan, Thatcher) que chocan ahora de bruces con limites físicos -la propia crisis medioambiental-, y jurisdiccionales -vacío legal y abulia sistémica para llegar a acuerdos globales que la enfrenten-. Para hacerse una buena idea de cómo el interés de la industria del petróleo americana secuestró la evidencia y el debate en torno a la existencia del Cambio Climático por el efecto de la acción humana, la necesidad de contenerlo y revertirlo, sirva de referente el premio al mejor libro de no ficción 2012 por parte de fuentes tan poco sospechosas contra el libre mercado como el Financial Times & McKinsey: 'Private Empire: Exxonmobil, an American Power' de Steve Coll. Es un cuadro realista de cómo el capital y las multinacionales del petróleo al amparo hegemónico de EEUU han campeado los vacíos jurisdiccionales a placer en las décadas finales del siglo XX. Es el formato de globalización que Europa quiere refutar.

Foto: Un pasajero observa un símbolo nuclear en San Petesburgo, Rusia. (Reuters)

Las propias raíces del problema medioambiental y la dificultad de abordarlo hacen del modelo europeo, por su respeto axiomático a la libertad de mercado sin condicionamientos ideológicos, por su capacidad normativa y reguladora equilibrada y por su vocación congénita a la superación de soberanías nacionales, el interlocutor protagonista para enfrentarlo. En su núcleo está el ordoliberalismo de inspiración alemana con el equilibrio mejor conseguido entre libre mercado y un Estado firme a favor del ciudadano. Conciliar el libre mercado con la causa verde (- “rojo sandía”: verde por fuera, rojo por dentro) requiere depurar concepciones del Estado y la cosa pública pueriles, interesadas o simplemente paranoicas.

En este vacío de responsabilidad generacional que asola el mundo en los primeros compases del siglo XXI (crispado aún más por la guerra comercial Trump-China y el desentendimiento oficial de americanos y real de chinos con el Acuerdo de París), la apropiación del liderazgo por parte de Europa, manifiesto en esta Declaración de “Emergencia Climática” es una rayo de esperanza. Y lo más interesante : que en la “causa verde” culmina una convergencia de intereses con valores.

Negro sobre blanco en la economía global

En ningún otro frente es más claro el secuestro ideológico y el cambio de época en ciernes que en el diagnóstico y prescripción de una realidad macroeconómica global consumada. La prognosis de la economía global en torno a “la estagnación secular” (Summers) caracterizado por un crecimiento muy débil, una inflación ínfima y bajos niveles de productividad, presenta como rúbrica masas enormes de liquidez y accesibilidad al capital (“savings glut”): políticas no ortodoxas monetarias y casi un tercio del mercado soberano global en tipos negativos. De otro lado: deficiencia estructural de la demanda interna apuntalada por la “desigualdad” que en términos macroeconómicos hace referencia a que la distribución de recursos está tan sesgada hacia agentes económicos corporativos e individuales más pudientes, que el sistema tiene dificultades en crear su propia demanda: sencillamente donde hay más, hay mayor propensión al ahorro y menos tendencia al consumo. Los recursos no se reciclan (A).

¿Y qué supone en términos macroeconómicos la crisis medioambiental y la necesidad crítica de reconversión de la estructura energética a pautas sostenibles? Pues la necesidad de provisión de un bien público internacional de interés general, un medio ambiente sostenible (B), que supla a la perfección aquella deficiencia estructural de demanda agregada sobre la que el ciclo no levanta un palmo. Que para esa internalización de costes tenga que aparecer el Estado como proveedor de bienes públicos, introduce ya un foco de sospecha para el “pensamiento único”. Que la creación efectiva de esa demanda tome necesariamente tintes fiscales, más aún. Y que lo tenga que hacer a nivel internacional con grados de compromiso sin parangón, otro reto adicional.

placeholder España ha 'entregado' simbólicamente a la ONU las instalaciones de la cumbre mundial del clima. (EFE)
España ha 'entregado' simbólicamente a la ONU las instalaciones de la cumbre mundial del clima. (EFE)

No hace falta ser ingeniero para juntar A con B. Lo que no hay que ser es talibán. La renuencia del sistema para poner negro sobre blanco el problema es un proceso de calado. Ante tanto silencio, Europa emerge como el área con más probabilidad de, siquiera, concebir y asomarse a la tarea. Por recursos políticos, por la identificación con valores afines al compromiso intergeneracional o, ya por puro interés estratégico real (siendo la zona desarrollada con menor impronta de carbono por cabeza y por unidad de PIB con diferencia), ahora ya se postula como valedor de la misión medioambiental.

A la Declaración de Emergencia climática, y tras la Cumbre de Madrid, seguirá un Nuevo Acuerdo Verde para mediados de diciembre, en el que la presidenta de la Comisión, Von der Leyen, articulará nuevos objetivos para la transición energética: reducciones más ambiciosas aún en emisiones (del 50% para el 2030) y neutralidad en carbón de la economía para el 2050, acompañados de compromisos de inversión por decenas de billones de euros en el próximo lustro. Todo un referente de los primeros pinitos serios en política fiscal estructural verde: las primeras expresiones de la prescripción económica arriba apuntada.

Acelerador para conformar la soberanía europea

El efecto de gravitación acelerada que estos brotes verdes pueden provocar sobre el proceso de integración europea son evidentes. Por algo Macron (el que más sintonizado con esta estrategia) está con el signo de los tiempos. Con razón el mandatario francés defiende colocar al medioambiente en el elenco de intereses de naturaleza “federal” que sean capaces de cristalizar una Europa soberana. Que la iniciativa en el Parlamento para la Declaración haya salido de su grupo liberal no es casualidad.

La caída de resistencias numantinas a profundizar la integración está consignada en la proyección de esta revolución verde e irá tomando forma

Del otro lado, la vocación supranacional y el tenor fiscal ineludible de estas iniciativas verdes, apagan ciertamente el brillo de las consignas más puristas del centro-derecha alemán (Merkel), en torno al hermetismo de la soberanía nacional y a la legitimidad exclusiva de políticas de oferta para la gestión macroeconómica. No es tampoco casualidad que haya sido el PPE de centro-derecha el que abogara por un término más suave en la Declaración -“urgencia”-, o que el guardián de las esencias monetarias alemanas, Weidmann, se postule en contra de cualquier consideración “verde” por parte del ECB; ya apuntada como objetivo prioritario por Lagarde. La caída de resistencias numantinas a profundizar la integración está consignada en la proyección de esta revolución verde e irá tomando forma.

Junto con todo el esfuerzo de adaptación de la oferta al credo verde, las movilizaciones de la sociedad civil y el apercibimiento más extenso del consumidor- y ahora el Nuevo Acuerdo Verde que viene, las palancas de transformación están en curso. Cuando Europa pueda metabolizar la integración política en torno al euro (con su unión fiscal y su euro-bono), y se convierta en un referente geo-estratégico ineludible, su capacidad de condicionar agendas de otras zonas (de convertir su liderazgo medioambiental de ejemplar a efectivo), crecerá exponencialmente.

Que solo en Alemania, el partido Verde se haya constituido como “mainstream” con un 20-25% de los votos, dice muchísimo. Que la inexorabilidad creciente de la evidencia de “emergencia” -cada vez más catástrofes medioambientales y más serias-, haga con toda probabilidad su credo cada vez más transversal a otros partidos, es una garantía de catarsis política para conjurar esa Europa que viene. El punto de inflexión crítico tendrá como foco romper ese hermetismo actual, esa introspección por la que Alemania, como país, en rigor, todavía no se ha volcado con Europa.

Después del trauma, desarraigo y alienación sembrados por los conflictos bélicos del siglo XX en Europa, en los que el ideal humanista y cosmopolita fue devastado por la peor versión de invocaciones atávicas y tribales.., después de varias décadas de purgación y expiación serena al amparo de aquellos mismos ideales es probable que ahora Europa, y sobre todo Alemania, encuentren en esta 'Emergencia Climática' -con sus consignas de transversalidad, universalidad, y vocación intergeneracional-, un revulsivo catártico suficiente para exorcizar fantasmas y, de nuevo, identificarse como protagonistas en un relato de civilización ahora en riesgo.

*Fernando Primo de Rivera Garcia-lomas es Economista, abogado e inversor

La Naturaleza, como la política, aborrece los vacíos. Si estos abren el abismo a la propia civilización occidental, o más específicamente a un modelo de sociedad, la democracia liberal, por el que durante los últimos 70 años se ha logrado un nivel de bienestar y riqueza global sin precedentes, tanto más. El liderazgo de Europa contra el Cambio Climático y a favor de la revolución verde se ha materializado estos días con la Declaración de “Emergencia Climática” por parte del Parlamento Europeo, como antesala a la reunión bajo el auspicio de la ONU en Madrid la próxima semana.

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