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Pedro Sánchez, el presidente al desnudo con sus contradicciones
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César Giner Parreño

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Pedro Sánchez, el presidente al desnudo con sus contradicciones

Arrimadas y Casado tienen que poner todas las opciones sobre la mesa y decir a la sociedad española que la alternativa Frankenstein no es la única posible, que existe la mayoritaria vía contractualista

Foto: Pedro Sánchez. (Reuters)
Pedro Sánchez. (Reuters)

Ya es un lugar común la afirmación de que el PSOE y Ciudadanos han cometido un error histórico al no aprovechar la sólida mayoría de 180 escaños para hacer las reformas urgentes que necesitaba la sociedad española. Y, ahora, Pedro Sánchez, Pablo Casado e Inés Arrimadas vuelven a repetir el error del persistente bloqueo de la política española a alguna forma sensata de colaboración entre la derecha, la izquierda y los liberales.

Los líderes de PSOE, Ciudadanos y PP han estresado a España con repeticiones electorales. En ese insensato juego, el PSOE ha alimentado al populismo de derechas para reducir las opciones del más directo competidor, cayendo en el mismo juego irresponsable del PP, que fomentó el populismo de izquierdas con el mismo fin. Ciudadanos se olvidó de que sus votos eran mandatos para la gobernabilidad de España. Los resultados no han sido positivos para nadie: uno ya ha firmado sus memorias, otro tuvo que dimitir por su desastre en la última repetición electoral, y el tercero, tras la impostura de su campaña basada en la centralidad política, ha acabado más débil, entregado a una oportunista negociación con los populistas y los separatistas de la izquierda que ha dejado boquiabierta a una parte de la sociedad española que no esperaba la trufa.

El PSOE quiere gobernar con Podemos con el apoyo de los secesionistas, en el marco de una estrategia más amplia que aspira a replicar esta combinación en el gobierno de Cataluña. Y viene a transmitir a la opinión pública, con descaro, que se ve forzado a esa solución porque no hay otra alternativa posible, pero sin llegar a cerrar la puerta a la misma. Ciertamente, es un juego pícaro, que recuerda al antiguo espectáculo de los trileros en la sevillana calle Sierpes. De otra parte, el PSOE vuelve a incurrir en un error histórico, el del gobierno de Rodríguez Zapatero, que consistió en pretender afrontar los problemas territoriales sin el concurso y pacto de Estado con la derecha española.

El PSOE quiere gobernar con UP con el apoyo de ERC, dentro de una estrategia más amplia que aspira a replicar esto en el gobierno de Cataluña

La reacción de populares y ciudadanos no ha sido la mejor porque no acaban de dejar inequívocamente claro que los intereses de España están por encima de cualquier ventaja partisana propia. Y para ello tienen que comunicar a la sociedad que están dispuestos a evitar que la política española dependa de los intereses coyunturales de ERC. Pablo Casado e Inés Arrimadas, que no pueden formar una mayoría, tienen que dejar claro a los españoles que el Partido Socialista podrá conseguir la investidura de su candidato por cualquiera de las combinaciones posibles, al ser la fuerza más votada. Una forma de gran coalición, la fórmula 130, o la ruta del 'Mal Menor', que consiste en tragarse el sapo de Podemos con una abstención conjunta, han de ensayarse para evitar que el Estado sea meneado a la luz de los intereses de los 'partners' necesarios de la investidura Frankenstein: la independencia de una parte del territorio español.

El desbloqueo de la política española con una fórmula de acuerdo entre PSOE, PP y Ciudadanos es pertinente, no conviene someter al país a mayor descrédito, nacional e internacional, de sus Instituciones y representantes, porque solamente los populistas, de derechas y de izquierdas, y los que quieren romper el Estado, son los que ganan en la situación de cuanto peor, mejor.

Foto: La portavoz de Ciudadanos en el Congreso, Inés Arrimadas. (EFE)

En este camino complejo, populares y ciudadanos harán bien en no manosear más a la Constitución española. No debiera usarse el constitucionalismo como instrumento de parte, simplemente porque la Constitución es una herramienta de convivencia aprobada muy mayoritariamente por todos los españoles, que de una forma más o menos ortodoxa, la han vuelto a acatar a través de sus representantes políticos. Otra cosa bien distinta es que se mire a la norma fundamental con un espíritu contractualista o reformista, y no con un enfoque revisionista de bajo perfil académico.

El contractualismo se reconoce en la labor desempeñada por los españoles en la Transición, que culmina en la Constitución, y en su desempeño positivo para el conjunto de la sociedad española durante más de cuarenta años. El contractualismo reconoce el trabajo realizado por generaciones de españoles, sus sacrificios y capacidad negociadora, y los frutos del entendimiento, que se han traducido en prosperidad para el conjunto del Estado, política, económica, social y cultural. Pero no contempla la Constitución como una norma inmutable, y aboga por las reformas graduales pertinentes para que el conjunto de la sociedad española reconozca el camino recorrido, y las aspiraciones de las nuevas generaciones, como han realizado los países con mejor tradición constitucional.

El revisionismo no académico supone negar a los españoles, a los que se les cuenta un relato falso de fracaso de lo que han sido, en verdad, sus grandes logros. Es el relato de los que quieren construir un nuevo edificio, a su imagen y semejanza, sobre las cenizas de cuarenta sensatos años de historia. Abraham Lincoln en el discurso al Liceo de los jóvenes de Springfield: la perpetuación de nuestras instituciones políticas, llamaba la atención sobre los "genios" que desdeñan la senda ya trillada y no ven distinción alguna en añadir una historia a otra y desprecian seguir las pisadas de cualquier predecesor, por ilustre que sea. Denunciaba a los que sentían sed y fuego por la distinción, que aspiraban a conseguirla, si era posible, a costa de emancipar a los esclavos o de esclavizar a los hombres libres. Ante estos hombres, Lincoln recomendaba la unidad del pueblo, su vinculación al gobierno y a la Ley, y la inteligencia para frustrar sus designios.

El revisionismo no académico supone negar a los españoles, a los que se les cuenta un relato falso de fracaso de lo que han sido sus grandes logros

Los revisionistas olvidan que las reformas sociales no responden a designios irrefutables de la historia, sino a la necesidad de la adaptación gradual de la política y la sociedad a los grandes retos. El revisionista español de nuestros días olvida a los demás, y plantea problemas de convivencia al no reconocer al diferente, ni querer vivir conforme a los postulados de una sociedad abierta. Así, en parte, se explican los sucesos de Cataluña, donde los revisionistas, con su relato falso de la historia española de esta etapa democrática, se empeñan en no dejar a los demás llevar la vida que desean llevar en una sociedad mestiza, abierta y plural, y enfocan las Instituciones y los instrumentos culturales, como la lengua, para ponerlos al servicio de una sociedad cerrada, la de ellos. La sociedad revisionista es iliberal y excluyente.

Todas las fuerzas políticas deberían estar llamadas al contractualismo, a la reforma. Pero en la sociedad española, tan propensa a arrojarse por el precipicio, como nos recuerda Manuel Azaña, hay elementos que rechazan, hoy por hoy, el marco contractual, que supone el reconocimiento de un entorno común de libertad individual e igualdad de condiciones en el conjunto del Estado español, y de Europa, y se apuntan, sin rubor, al mal revisionismo.

Sin embargo, hay mimbres para el desarrollo de la posición contractualista, y en este orden de ideas, frente a la desorientación de los socialistas, dispuestos a todo por pactar con los iliberales, los populares, y los ciudadanos, no puede dejar pasar la oportunidad de llamarles la atención para la vía de la gran coalición, o de la fórmula 130. En caso de rechazo por los socialistas de estas vías, que sin lugar a dudas son las que más estabilidad ofrecen a la política española, Pablo Casado e Inés Arrimadas deben llamar la atención de los españoles desbloqueando la situación política, apostando por el "mal menor", aunque sea aceptando a Podemos en el gobierno, ejerciendo, a partir de ese momento, una oposición contundente y razonable, y sobre todo, dejando al presidente al desnudo con sus grandes contradicciones ante la opinión pública española.

Pablo Casado e Inés Arrimadas deben ser parte de la solución, atacando de raíz al gran mal de la política española del siglo XXI, el "No es No", el invento del presidente en funciones. Hay alternativa a la vía Frankenstein, se llama la vía contractualista, con una u otra dimensión, respaldada, en términos parlamentarios, por una gran mayoría de la sociedad española. Que así sea.


*César Giner Parreño es profesor de Derecho Mercantil en la Universidad Carlos II y exdiputado del PSOE-M.

Ya es un lugar común la afirmación de que el PSOE y Ciudadanos han cometido un error histórico al no aprovechar la sólida mayoría de 180 escaños para hacer las reformas urgentes que necesitaba la sociedad española. Y, ahora, Pedro Sánchez, Pablo Casado e Inés Arrimadas vuelven a repetir el error del persistente bloqueo de la política española a alguna forma sensata de colaboración entre la derecha, la izquierda y los liberales.

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