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Gloria Elizo

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No os importe matar

Verdad, justicia y reparación. Habrá un antes y un después de este Gobierno de coalición. Debe haberlo

Foto: El exministro Rodolfo Martín Villa. (EFE)
El exministro Rodolfo Martín Villa. (EFE)

“No os importe matar”, decía por la radio el mando policial a sus agentes. Pamplona, 1978. Era la respuesta ante los disturbios que la propia policía había provocado en mitad de los Sanfermines con su irrupción en la plaza de toros, parece que para quitar una pancarta que pedía la libertad de los presos, quién sabe si simplemente para demostrar quién manda ante los silbidos e insultos del público por su presencia. Acabaron disparando por las calles de Pamplona. No. No les importó que un joven muriera de un disparo en la frente. Lo explicó el propio Martín Villa, ministro entonces de Gobernación: que, según los informes, la policía no disparó directamente contra Germán Rodríguez. Simplemente no les importó.

No era un caso aislado. Dos años antes, entre las 17:00 y las 22:00 del 3 de marzo de 1976, la misma Policía Armada había desalojado de una iglesia de Vitoria a 4.000 trabajadores en huelga reunidos en asamblea. La policía lanzó gases lacrimógenos al interior de la iglesia y luego disparó con fuego real a las personas que salían del recinto. Más de 150 heridos. Cinco trabajadores muertos. Lo resume la radio de la policía: "¡Muchas gracias, eh! ¡Buen servicio! ¡Hemos contribuido a la paliza más grande de la historia! Aquí ha habido una masacre. Cambio". Lo explicó el propio Martín Villa, ministro entonces de Relaciones Sindicales: un conflicto laboral es siempre un problema de orden público, incluso cuando aparentemente tiene una naturaleza estrictamente laboral.

Foto: Bandera franquista durante la exhumación del cuerpo de Franco del Valle de los Caídos y su traslado a Mingorrubio (EFE)

Rodolfo Martín Villa. Siempre Martín Villa. Su trayectoria, ligada a la represión franquista —y si tenía un interés antisindical, con más interés—, empezó a despegar con los estertores del franquismo —gobernador civil en Catalunya, procurador franquista, jefe provincial del Movimiento Nacional en Barcelona—, pero cogió verdadero impulso a partir de su nombramiento como ministro de Arias Navarro y luego, a partir de julio de 1976, como ministro del interior de Suárez. Esa democracia que siempre guardó su trocito de tarta para los tipos duros del franquismo, el sector azul de la Transición, los que hacen lo que hay hacer cuando la gente se te va de las manos. No os importe matar…

Es el momento del baile de nombres: el Tribunal de Orden Público pasa a llamarse Audiencia Nacional, el Ministerio de Gobernación pasa a ser de Interior y la Policía Armada pasa a ser Nacional. Pero es sobre todo el momento en que los pilotos de la reforma deciden qué parte de la represión se va a mantener, qué parte de la opacidad se va a publicar, qué parte de los privilegios se va a mantener, qué parte de los crímenes se va a juzgar. Y, sobre todo, con qué parte del aparato franquista —ellos mismos— se tendrá que contar. El paso de Martín Villa por el Ministerio del Interior fue determinante. Los torturadores del franquismo ascendieron con el nuevo Gobierno, las nuevas fuerzas de seguridad aparecían implicadas en acciones terroristas, los antiguos miembros de la Brigada Político-Social dirigían las jefaturas superiores de Policía del país mientras la Asociación Profesional de Funcionarios del Cuerpo General de Policía se convierte en el Sindicato Profesional del Cuerpo Superior de Policía, tan cercano al subsuelo de las cloacas desde entonces y hasta nuestros días.

Hasta nuestros días, el silencio sobre la larga pata del franquismo sobre la democracia, la eliminación política, las torturas, los asesinatos...

Hasta nuestros días, el silencio sobre la larga pata del franquismo sobre la democracia, sobre el control de los tiempos, la eliminación política, penal o directamente física de los adversarios, sobre las torturas, los asesinatos. Silencio sobre el cambalache de los privilegios, la impunidad de sus guardianes, los grupos de poder públicos y su conexión con las cloacas. Silencio sobre una Transición que, como recuerda el escritor Sánchez Soler, “no fue el cuento de hadas que nos cuentan. Cada vez que había una fecha decisiva para el cambio político, se recrudecía la violencia política en la calle. El objetivo era que la calle no fuera de izquierdas, así como controlar el proceso sin tocar a los franquistas ni los grandes capitalistas. Se pretendía desestabilizar y frenar el proceso democrático”.

No os importe matar. No os pasará nada. El indulto, la desaparición del acusado, el amparo judicial, el filibusterismo procesal, la suspensión de la condena, la limitación del número de acusados, la no admisión de las pruebas, la, la, la… Desde los peores crímenes en el despacho de los abogados laboralistas de Atocha hasta las pequeñas razias fascistas en una librería como la de Blanquerna. El poder judicial —un poder judicial que salió completamente ileso del franquismo a la democracia— ha demostrado su incapacidad parcial para hacer justicia en todo lo que roza el sector azul del nuevo régimen.

No supo estar a la altura siquiera cuando tuvo que llegar la Justicia extranjera a abrir un proceso sobre los crímenes del franquismo, cuando solicitó la extradición de Martín Villa sobre la base del principio de justicia universal y la imprescriptibilidad de los crímenes de genocidio y lesa humanidad. Lo adelantó el ministro Catalá del PP, lo pidió la Fiscalía y lo certificó la Audiencia Nacional: la ley de amnistía de octubre de 1977 era para los represores un remedo de la de septiembre de 1939. Un mes… y 38 años después, el Estado absolvía otra vez a quienes lejos de merecer las iras de la ley son acreedores de la gratitud de sus conciudadanos, sobre todo cuando supieron observar la conducta patriótica consecuente a dichos ideales, formando en su inmensa mayoría en las filas de las armas nacionales.

El poder judicial no supo estar a la altura siquiera cuando tuvo que llegar la Justicia extranjera a abrir un proceso sobre los crímenes del franquismo

No os importe matar. “Al fin y al cabo, lo nuestro son errores, lo suyo son crímenes”, concluyó Martín Villa. ¿Y quién puede juzgar los errores? Nunca hubo culpa —y esa es quizá la gran clave— para los hombres del Movimiento, y así precisamente definió Fernando Sordo a Martín Villa al recomendarlo para el ministerio. Uno de los nuestros. El resto viene solo: senador, diputado, miembro de la ejecutiva nacional del PP, presidir una eléctrica, un medio de comunicación, un banco malo... Lo normal, ya se sabe. En noviembre de 2013, el hombre al que el régimen encargó eliminar el archivo criminal de Falange ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas con un discurso sobre las claves de la Transición y la reconciliación entre los españoles.

Solo errores. Nadie se acordó de las víctimas, la democracia miró para otro lado. Solo ellas pidieron justicia. Pidieron un proceso judicial para averiguar la verdad, el mismo esfuerzo argumentativo e interpretativo que se hace para tratar de esclarecer los crímenes cuando las víctimas cambian de bando.

Y no. La Justicia española no puede ampararse en cuestiones interpretativas cuando están en juego el derecho y la protección de las víctimas. De todas las víctimas. La Justicia debe estar al servicio de la verdad para las víctimas. Esa es la razón última que la dota de legitimidad. Y si el presunto agresor es una persona que ha representado al Estado, nada menos que como ministro del Interior, con mayor intensidad, pues a él le es exigible un plus de integridad en la vida pública por la posición que ocupa.

La Justicia española no puede ampararse en cuestiones interpretativas cuando están en juego el derecho y la protección de las víctimas

Por eso nunca hemos entendido, sobre todo si defendemos la actuación de la Justicia como un servicio público y no como una prebenda de clase, la inhibición en determinados casos de los organismos judiciales españoles, lo que ha sido definido por numerosos organismos internacionales como el modelo español de impunidad.

Por eso no entenderemos que se pongan más trabas burocráticas a algo tan simple como que el señor Martín Villa, con todas las garantías del Estado de derecho —las mismas que él no concedió a las víctimas de sus actuaciones—, preste declaración ante un órgano judicial. Aunque, por desgracia, tenga que ser un órgano judicial argentino y no español. Porque la impunidad, el silencio, es ajena a cualquier idea de justicia. Porque los errores son errores y los crímenes son crímenes, pero eso no lo decide un ministro. Lo decide un tribunal.

Verdad, justicia y reparación. Habrá un antes y un después de este Gobierno de coalición. Debe haberlo. Un Gobierno que echa a andar desafiando las mentiras y las amenazas de los que creen que España es esa idea que permite robar, mentir y —en último término— matar, que esa España ya les ha absuelto por adelantado de cualquier error.

Tiene que haber un antes y un después como país, como democracia, como sociedad. Y ese después tiene una deuda con el antes. No lo olvidemos. Esa deuda es con las víctimas y con la verdad. Lo que está en juego es mucho más que unos Presupuestos o un proyecto de ley: si el privilegio de los poderosos, la parcialidad de la Justicia, la impunidad de los sicarios y la ocultación de los crímenes fueron la hipoteca de la democracia, debe quedar absolutamente claro que esta sociedad ya la ha terminado de pagar.

*Gloria Elizo es vicepresidenta tercera del Congreso de los Diputados.

*Eduardo Santos Itoiz es consejero de Políticas Migratorias y Justicia del Gobierno de Navarra.

“No os importe matar”, decía por la radio el mando policial a sus agentes. Pamplona, 1978. Era la respuesta ante los disturbios que la propia policía había provocado en mitad de los Sanfermines con su irrupción en la plaza de toros, parece que para quitar una pancarta que pedía la libertad de los presos, quién sabe si simplemente para demostrar quién manda ante los silbidos e insultos del público por su presencia. Acabaron disparando por las calles de Pamplona. No. No les importó que un joven muriera de un disparo en la frente. Lo explicó el propio Martín Villa, ministro entonces de Gobernación: que, según los informes, la policía no disparó directamente contra Germán Rodríguez. Simplemente no les importó.

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