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Velázquez era un facha

Pareja fue el principal ayudante de Velázquez, en régimen de esclavitud. Aparte de preparar y trabajar duramente en las obras de su amo, fue por sí mismo un excelente retratista

Foto: Varias personas admiran 'Las meninas', de Velázquez, cuadro expuesto en el Museo del Prado. (EFE)
Varias personas admiran 'Las meninas', de Velázquez, cuadro expuesto en el Museo del Prado. (EFE)

Nuestras ciudades son el lienzo en el que vivimos, un cúmulo de experiencias pasadas y presentes que en sus fachadas, plazas, placas y estatuas nos recuerdan de dónde venimos, y nos deberían servir para analizar y valorar nuestra historia, siempre gris y compleja.

Sin embargo, ha crecido en los últimos años un movimiento puritano que, movido por el rencor y no por la concordia, se empeña en realizar una revisión total de la historia con la diana puesta en los monumentos urbanos. Se intenta convertir a ciertos nombres propios del pasado en objetivos políticos del hoy. Es preocupante que esta mentalidad radical (como otras en nuestro país), que busca juzgar el pasado desde la ignorancia, la parcialidad, el sectarismo y el revanchismo histórico, haya dejado de ser una mera anécdota minoritaria y hoy esté en el centro del debate público. Pero es que los responsables de azuzar esta batalla cultural lo han hecho desde las instituciones, a las que llegaron aprovechando la crisis económica y social de la pasada década

Por ejemplo, en su afán por reducir Barcelona a un cúmulo de casas con gente que vive en ellas, llenos de armonía y solidaridad, están la CUP y Colau enredando sobre las estatuas de Cervera y Colón, como antes estaba Celia Mayer, previo a ser apartada de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Madrid. Mayer modificó los nombres de las salas de teatro Max Aub y Fernando Arrabal en las Naves del Matadero e intentó lo mismo con el nomenclátor de la ciudad. Casos sonados de los muchos en los que, desde hace años, se aplica sistemáticamente una suerte de justicia histórica, con el mismo rigor ético e intelectual que el utilizado en el juicio público sumarísimo que, ellos mismos, le aplicaron a su excompañero y exconcejal Pablo Soto antes de hacerlo dimitir.

Y es que, entre el bien y el mal, no existe un término medio, y hoy los radicales consiguen que percibamos la moderación como una herramienta para perpetuar un ‘statu quo’ extremo y violento. Piensan que están en el lado correcto de la historia, pero olvidan que el Renacimiento fue obra de Lorenzo de Médicis y no de Savonarola. Y como en la hoguera de las vanidades, hoy se suceden en el espacio público de nuestras ciudades ‘performances’ en las que se nos acusa con el dedo. El violador, el machista y el racista eres tú y soy yo. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa… Pues nuestro pecado original como occidentales blancos es ser violadores o esclavistas o racistas. Opresores por acción u omisión y, por supuesto, por herencia. La mera objeción, la mera duda, el primer 'pero' a esta nueva moral pública, que también se infiltra en la empresa privada, es suficiente para ser linchado en las redes sociales o para convertirse en un apestado a la hora de buscar trabajo.

Así que, de perdidos al río, hagámonos a un lado para no tener problemas o, directamente, abracemos la nueva verdad revelada (que nos irá mucho mejor), ¡oh, aleluya! Y, puestos a 'deconstruir' y a 'interseccionalizar', dejémonos de cutreces y pasemos de aplicar este 'damnatio memoriae' a estatuas del almirante Cervera, de Junípero Serra o de Cristóbal Colón. Demos ejemplo de verdad y, cual inauguración olímpica berlinesa, mostremos al mundo que el advenimiento del hombre y mujer nuevo y nueva, e inmaculado e inmaculada, no ha ocurrido en el CHAZ de Seattle o en algún campus norteamericano, sino en pleno Madrid.

Yo propongo que vayamos directamente a por el premio gordo español, el Museo del Prado, un verdadero templo al machismo y al racismo.

Foto: Ilustración: El Herrero.

En el Prado, los agravios que construyen nuestros privilegios aparecen nada más cruzar la Puerta de Goya, donde encontramos la estatua de Carlos V dominando el furor (turco). Con un sarraceno desnudo, tumbado y encadenado a los pies del emperador, que bien podría recordar las prácticas de inmovilización del departamento de policía de Mineápolis.

Y no solo eso, ese mismo emperador está ensalzado en el cuadro de Tiziano, él, verdadero artífice de la conquista, asesino de masas que llevó la guerra y la intolerancia religiosa a Europa, África y América, sojuzgador de las libertades castellanas. ¿Cómo es posible que a día de hoy Carlos V, el primero de los grandes genocidas germanos, sea celebrado en el centro del principal museo del país? ¡Ni la estatua al Diablo que hay en el Retiro puede ser tan humillante para los millones de descendientes de sus víctimas!

Bueno, pues a partir de aquí, quien todavía tenga estómago para seguir adentrándose en esa caverna de la opresión y siempre dentro de la 'óptica crítica' de quienes consideran justo discriminar para luchar contra la discriminación y de racializar para combatir el racismo, uno debería tener mucho cuajo para soportar los patriarcales cuadros de Botticelli en los que se caza a doncellas y no preguntarse por esa exaltación de la violencia sobre la mujer. Y ya que nos ponemos, qué pasa con la proporción de pintoras y pintores que expone el museo, y por qué no, sobre la proporción entre pintores blancos y negros. ¿Invisibiliza la institución más famosa de España a las minorías?¿No merecería la pena algún tipo de discriminación positiva?

Y es que, como siempre, lo perverso es la forma velada en que sí que se exponen cuadros de pintores de color, valga la redundancia. Por ejemplo, la exquisita 'Vocación de San Mateo', de Juan de Pareja. 'Morisco', nacido en Antequera, Pareja fue el principal ayudante de Velázquez, en régimen de esclavitud. Aparte de preparar y trabajar duramente en las obras de su amo, fue por sí mismo un excelente retratista. Mal le pesara a Velázquez, que consideraba que la pintura era una disciplina de gran honor, que no debía rebajarse a ser producida por las manos de un esclavo y mucho menos de un individuo de ascendencia magrebí.

placeholder Retrato de Juan de Pareja. (Velázquez)
Retrato de Juan de Pareja. (Velázquez)

Juan de Pareja no solo pintó y preparó gran parte de los fondos y capas de los cuadros que hoy atribuimos exclusivamente a Velázquez, sino que a escondidas pintaría sus propias obras que, una vez descubiertas por Felipe IV, hicieron que el rey exigiera al 'maestro' la libertad del esclavo.

Y así llegamos a la deconstrucción del pintor estrella, pues la mayor parte de esa bacanal de maldad que cuelga en el museo la pintó un esclavista arribista, belicista y monárquico: Velázquez.

Diego Velázquez, antes que pintor era esclavista. Celebrar la obra de ese pintor es ningunear y ocultar a los anónimos que, como Juan de Pareja, trabajaron oprimidos y silenciados para él con el fin último de glorificar al rey de una monarquía despiadada y genocida. No solo esclavizaba sarracenos, sino que retrataba a hombres gobernando y mujeres tejiendo.

No es un personaje menor, es un pilar fundamental en la construcción del imaginario colectivo de España, perdón... del Estado español. Ensalzando la monarquía, el Ejército y la Iglesia, ayudó a perpetuar las instituciones que, durante siglos (y hasta hoy), han sojuzgado a millones de personas (fijo que además de ese bigote de falangista, tenía acciones del Ibex 35).

Celebrar al personaje nos vuelve como él. No solo fue un racista que esclavizó a quienes consideraba inferiores, no solo relegó a la mujer a roles de sometimiento en sus obras (labores domésticas y prostitución), sino que además se hizo famoso a costa de los enanos que retrataba. Vamos, que ni los de Núñez de Balboa... Alguien así no debería tener cabida en nuestra sociedad, porque, digámoslo claro, Velázquez era un facha.

Diego Velázquez, antes que pintor, era esclavista. Celebrar su obra es ningunear a los anónimos que trabajaron oprimidos y silenciados para él

Y aunque sus obras sean técnicamente fabulosas, seguir sin reconocer la coautoría de Juan de Pareja en los cuadros (que hoy por hoy solo se le atribuyen al sevillano), seguir sin derribar sus estatuas y eliminar su nombre de plazas y calles, es sinónimo de celebrar la opresión. ¿Es que no lo veis?

Desgraciadamente, es imposible borrar tan rápido a don Diego de la historia, pero para empezar, como diría sagaz Echenique, “lo decente” sería cambiar el enfoque de estudio del pintor en los colegios y universidades del Estado español, hacia un “enfoque crítico” que destaque sus prejuicios de clase, raza y género y cómo, mediante su obra, colaboró en que estos se perpetuasen en la sociedad española durante siglos. Y desde luego, el Ministerio de Cultura debería fomentar la eliminación de Velázquez de los planes académicos de estudios hispánicos en las universidades de Estados Unidos y Reino Unido, al considerar que su presencia tampoco comulga con los valores de esas sociedades y es un ataque a los espacios seguros que deben ser las universidades para sus frágiles estudiantes.

Foto: Estatuas de Lenin y de otros jerarcas soviéticos en el Parque Muzeón de Moscú (Reuters)
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Rubén Amón

Hoy, cumplido su 200 aniversario y como resultado de la pandemia, el Museo del Prado abre una exposición de sus 200 obras 'esenciales'. Así que lo dicho, ya puestos a volvernos más fanáticos y puritanos que los del Mayflower, si queremos acabar de una vez por todas con la opresión civilizatoria occidental, hagámoslo de verdad, dejémonos de estatuitas y aprovechemos la oportunidad para poner sobre la picota definitivamente sus opresoras esencias.

Ya es hora de denunciar a personajes tan siniestros como Velázquez, igual que se viene haciendo con Junípero, Cervera, Colón y otros represores y genocidas. Personajes que debemos esconder en el baúl de la historia si, lo que de verdad queremos, es crear sociedades igualitarias, armónicas y limpias.


*Fernando Caballero Mendizabal es arquitecto y urbanista.

Nuestras ciudades son el lienzo en el que vivimos, un cúmulo de experiencias pasadas y presentes que en sus fachadas, plazas, placas y estatuas nos recuerdan de dónde venimos, y nos deberían servir para analizar y valorar nuestra historia, siempre gris y compleja.

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