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Juan Francisco Fuentes

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¿Es España un país de izquierdas?

Lo que explicaría el predominio del PSOE como partido de gobierno desde 1982 no sería la herencia del antifranquismo, sino todo lo contrario: la migración a la izquierda de una parte de la cultura política de la dictadura

Foto: Una bandera republicana en la plaza de Sol en Madrid. (EFE/Luca Piergiovanni)
Una bandera republicana en la plaza de Sol en Madrid. (EFE/Luca Piergiovanni)

No es una pregunta retórica, aunque podría parecerlo si recordamos que en las últimas cuatro décadas, desde las elecciones de octubre de 1982, la izquierda ha gobernado España durante veinticinco años y la derecha apenas quince. Más allá de ciertas ventajas comparativas frente a sus adversarios conservadores, como la mayor facilidad del PSOE para pactar con los partidos nacionalistas, cabe preguntarse si el predominio de gobiernos socialistas en los últimos cuarenta años obedece a la existencia en España de una mayoría social de izquierdas.

Martín Villa afirmaba en sus memorias que la victoria de UCD en las elecciones de 1977 ocultó el hecho de que la izquierda había ganado en votos populares. No lo recordaba para cuestionar la legitimidad del triunfo centrista, sino para señalar que la hegemonía de la izquierda iniciada en 1982 empezó a vislumbrarse en las primeras elecciones democráticas. Este fenómeno, que entonces pasó, según Martín Villa, inadvertido, podría explicarse de dos maneras: que, a la muerte de Franco, España era mayoritariamente antifranquista y de izquierdas, o bien que en el breve periodo transcurrido desde noviembre de 1975, una parte de la sociedad española había roto con su pasado y experimentado una súbita transformación política. Creo que las dos hipótesis son falsas.

El franquismo hizo muy poco por fomentar el sentimiento monárquico en los españoles

Lo que explicaría el buen resultado conseguido por la izquierda en las elecciones de 1977 y el predominio del PSOE como partido de gobierno desde 1982 no sería la herencia del antifranquismo, sino todo lo contrario: la migración a la izquierda de una parte de la cultura política vigente durante la dictadura. Sus principales ingredientes eran el antiamericanismo, la defensa del papel del Estado frente al mercado y una actitud indiferente, cuando no desdeñosa, hacia la monarquía.

Empecemos por esto último. El franquismo hizo muy poco por fomentar el sentimiento monárquico en los españoles. Como le dijo Franco al general Kindelán, con evidente complacencia, en España los monárquicos eran "cuatro gatos". Promocionó, sin duda, la figura de don Juan Carlos, pero como personificación de una futura monarquía "instaurada" que se saltaba el orden sucesorio para hacer posible un franquismo sin Franco, una ocurrencia condenada al fracaso, como se comprobó muy pronto. El éxito de la transición democrática y el decisivo protagonismo del rey hicieron que España se llenara de juancarlistas, pero no necesariamente de monárquicos. En la práctica, la forma de gobierno fue una monarquía meritocrática que habría sido inconcebible si el franquismo no hubiera despojado a la institución de su vieja auctoritas. Algunos dirigentes de la izquierda definieron la nueva monarquía constitucional como una "república coronada". No cabía mayor cumplido.

De la misma forma que Franco adoptó la solución dinástica por puro pragmatismo, a falta de una alternativa mejor, el dictador supo conciliar sus sentimientos antinorteamericanos —el 98 como trauma personal— con una alianza con Estados Unidos que le resultó muy provechosa. El mismo año en que se firmaron los acuerdos con EEUU (1953) se estrenaba, con todo el apoyo oficial, Bienvenido Míster Marshall, exponente de un imaginario antiamericano que se inició con la guerra de Cuba y se manifestó desde entonces a través de las ideologías más diversas y antagónicas. La resistencia de Adolfo Suárez a entrar en la OTAN y sus fotos saludando efusivamente a Fidel Castro y a Yasir Arafat expresaban su empeño en defender la independencia nacional frente a cualquier imposición yanqui. Eran un guiño también a ese sector del electorado de UCD procedente del llamado franquismo sociológico que podía sentirse atraído por el discurso antiatlantista de la izquierda. Que Suárez no se equivocaba al temer las consecuencias de un alineamiento inequívoco con Estados Unidos lo pudieron comprobar Leopoldo Calvo-Sotelo en 1982 con el ingreso de España en la OTAN y José María Aznar en 2003 al apoyar a Estados Unidos en la guerra de Irak.

Que Suárez no se equivocaba al temer las consecuencias de un alineamiento con EEUU lo pudieron comprobar Calvo-Sotelo y Aznar

La necesidad del franquismo de dotarse de una legitimidad de ejercicio que compensara su ilegitimidad de origen hizo del Estado el motor del desarrollo económico y de un modesto sistema de protección social, magnificado por la propaganda oficial. De ahí toda una pedagogía de lo público —empleo, industria, pensiones, vivienda…— que dejó una profunda huella en la sociedad española. Ya en democracia, todo el mundo tuvo que adaptarse a un paradigma irreversible: la superioridad moral del Estado providencia. La izquierda lo tenía mejor. Le bastaba con hacerse cargo del edificio socioeconómico del franquismo "con los ascensores funcionando", según la expresión atribuida a Marcelino Camacho, y convertirlo en un moderno Estado de bienestar. La cuestión, sin embargo, era más complicada, en primer lugar por la obsolescencia y el elevado coste del sector público heredado de la dictadura y, en segundo lugar, porque la izquierda había sido tradicionalmente reticente al concepto de Estado de bienestar. Cambiar sus reticencias por un fervoroso entusiasmo fue una de las claves de sus éxitos electorales.

A la derecha le resultó más difícil adaptarse a ese escenario, poco receptivo, en general, a sus postulados liberales. La paradoja radica en el hecho de que un imaginario social construido bajo el franquismo haya encontrado mejor acomodo en la izquierda posfranquista, en la que muchos ven la opción electoral más segura frente a una derecha a la que perciben como enemiga de lo público y claramente alineada con el amigo americano.

Foto: Manifestación contra la carestía de vida en Barcelona, 1977. (EFE)
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¿Es España un país de izquierdas? Las encuestas sobre autoubicación ideológica de los españoles coinciden en señalar la existencia de una mayoría de centro, ligeramente escorada hacia el centroizquierda. Este dato apenas ha variado desde la transición, si bien las empresas demoscópicas más solventes, como Metroscopia, indican un cierto crecimiento de los extremos, probablemente como resultado de las guerras ideológicas que han contaminado el debate político en los últimos tiempos. Esta es una de las razones que hacen difícil predecir el comportamiento del electorado en los próximos comicios. Otra es la deriva identitaria de la izquierda, que la ha llevado a compartir, en no pocas ocasiones, los agravios de los nacionalismos periféricos. Es un asunto delicado para el PSOE, portador históricamente de una doble alma, social y nacional —Caballero y Prieto—, que debe mantenerse unida si quiere evitar el desastre.

En España existe, pues, un fuerte apego a lo público, acrecentado incluso desde la pandemia, que puede dar grandes réditos electorales. El "escudo social", como lo ha denominado la propaganda gubernamental, podría ser por ello la principal baza electoral de la izquierda. El problema es que una parte de su electorado rechaza la alianza estratégica del gobierno con el independentismo vasco y catalán y los sucesivos peajes que ha habido que pagar por ello: indultos, reforma de la malversación y la sedición, pactos con ERC y Bildu... Si las elecciones de mayo y las encuestas de opinión indicaran un rechazo significativo a esa política, no habría que descartar un giro españolista del PSOE, aunque para eso parece ya demasiado tarde. ¿O no?

No es una pregunta retórica, aunque podría parecerlo si recordamos que en las últimas cuatro décadas, desde las elecciones de octubre de 1982, la izquierda ha gobernado España durante veinticinco años y la derecha apenas quince. Más allá de ciertas ventajas comparativas frente a sus adversarios conservadores, como la mayor facilidad del PSOE para pactar con los partidos nacionalistas, cabe preguntarse si el predominio de gobiernos socialistas en los últimos cuarenta años obedece a la existencia en España de una mayoría social de izquierdas.

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