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Genoveva Crespo

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Renovables, urbanismo y urbanidad

Que es preciso cambiar las fuentes de la energía que consumimos no lo discute nadie, pero esa necesidad no puede significar que se desplieguen sin atender a otros derechos

Foto: Parque eólico de Iberdrola en Cuenca. (Sergio Beleña)
Parque eólico de Iberdrola en Cuenca. (Sergio Beleña)
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Ha hecho falta que Rodrigo Sorogoyen pidiera clemencia para las montañas donde viven los caballos salvajes que galopan en As bestas para que toda España se enterase de que la transición ecológica que vivimos no se siente igual en todas partes y para algunos dista de ser lo justa que se pregona. Que es preciso cambiar las fuentes de la energía que consumimos no lo discute nadie, tanto por el avance impasible del cambio climático como por la guerra. Más aún en un mundo cada vez más electrodependiente.

Pero esa necesidad no puede significar que se desplieguen sin atender a otros derechos. Por eso, cuando Sorogoyen elige este tema para la breve intervención de agradecimiento del Goya a As bestas, a la mejor película, y tiene la repercusión que estamos viendo, es porque ha destapado las contradicciones del despliegue y el malestar que generan.

Foto: Aerogenerador de un parque eólico en Olleta. (EFE/Jesús Diges)

La primera de ellas es que, pese a ser referencia de la doctrina medioambiental, no haya habido una planificación previa, para decidir dónde sí y donde no, y solo se exima de las grandes instalaciones de las energéticas a los espacios protegidos. En ningún caso se han hecho análisis de los territorios para ver si las actividades desarrolladas en ellos merecen ser preservadas de aerogeneradores o placas fotovoltaicas.

Es el caso de las zonas que con un gran esfuerzo han hecho del turismo una forma de vida para permanecer en los confines de España. También de las riberas de ríos de la mitad norte de España, a las que debería migrar una parte del regadío que en el Levante o el Sur no puede soportar la creciente falta de agua, y que, en cambio, se están inundando de placas solares. Merece la pena entrar en Google Maps y ver las plantas instaladas junto a los meandros de la ribera derecha del Ebro, en Escatrón o Chiprana. Incluso en superficies a las que se han llevado regadíos con dinero público, los agricultores son tentados a abandonar sus cultivos porque es más rentable alquilar sus fincas para generar energía.

Las riberas de ríos se están inundando de placas solares. La falta de planificación se acusa en su forma de instalarse

Esa falta de planificación también se acusa en la forma de instalarse. En un país donde el Derecho Urbanístico está más que desarrollado, no se explica que se haya obviado en el diseño de los parques eólicos. Hoy, una vez acotada la superficie del proyecto, se deciden la ubicación de los aerogeneradores, de los caminos de acceso, de la estación de transformación, de las líneas de evacuación… y a cada uso se le pone un precio, en vez de regirse por las leyes del urbanismo, con un reparto igual de cargas y beneficios. En cada parque, además, se aplica un precio distinto, en función de la capacidad de negociación de los titulares de las propiedades, casi siempre escasa. Y cuando se analiza la lista de beneficiados con las mejores compensaciones, en ámbitos donde todo el mundo se conoce, las suspicacias se desatan.

La implantación de los parques ha adolecido también de falta de apoyo a los Ayuntamientos, la mayoría de ellos de presupuestos ínfimos, a los que no se ha ayudado para obtener una mejor rentabilidad, más allá de los impuestos de construcción, el de actividad y el IBI, si los terrenos son de compra. En varios países de Europa, los proyectos de renovables se despliegan con una unidad de generación para el territorio, para que sea el primer beneficiado.

Foto: La sequía y la falta de renovables han provocado que España haya tenido que aumentar las importaciones de gas. (Pexels)

Cuatro años después de creado el ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico, aún no se explica que el acceso bonificado a la energía no se haya contemplado como un incentivo para quedarse o instalarse en la España vacía. Es en sus montes y llanos donde se genera la fuerza que alimenta la voracidad electrointensiva de las grandes urbes. Un bien no deslocalizable, que prime primero a quien lo genera, como ocurrió en el pasado con las hidráulicas para compensar el enorme sacrificio de los lugares donde se instalaron. O sea, que la transición empiece por atender a vecinos y servicios, y las empresas que allí se instalen, para que sientan que la transición va con ellos no sólo como territorios a explotar y fuente de burbujas milmillonarias.

Renovables, urbanismo… y urbanidad. Esto es, respeto a los españoles que no viven las Castellana ni en la Diagonal y, aunque alguno no lo sepa, leen de todo, mientras ven cómo les cambian el paisaje desde sus flamantes despachos. Así, se sienten atropellados cuando comparan las compensaciones que han recibido frente a las operaciones que se han sucedido después. Ya hace dos años que el presidente de una de las grandes energéticas españolas presumía de haber recuperado el 80% de la inversión en un gran complejo de renovables -del que ya era recomprador- tras vender, por 245 millones de euros, el 49% de la propiedad a una de las grandes fortunas españolas. Las explicaciones iban dirigidas a mercados y accionistas, pero a los propietarios de las tierras les hacían sentirse como aquellos indios a los que los conquistadores del Oeste americano pagaban con espejuelos. Una sensación que se repite a menudo: sólo en el último mes de enero se sucedía una ola de compraventas de renovables por valor de más de 10.000 millones de euros. Imagínense qué piensan quienes han cedido las superficies firmando un contrato con una cláusula que obliga renunciar a cualquier revalorización posterior.

Hay que tener respeto a los españoles que no viven las Castellana ni en Diagonal que ven cómo les cambian el paisaje desde sus despachos

También se falta al respeto cuando se proclama el empleo que generan. Cada vez que se anuncia un parque, los empleos se cifran en miles. A la hora de construirlo, puede haber en obra unas 300 personas de toda procedencia, ya que en los municipios donde se instalan la mayoría de la población es de pensionistas. Y no queda un alma en el momento de la puesta en marcha. Acaso las rondas de un todoterreno que da vueltas, con la misma frecuencia (escasa) que la patrulla de la Guardia Civil. Ítem más, algunos agricultores agraciados con una renta suficiente de las renovables han abandonado sus cultivos.

Llevamos mucho recorrido en este necesario despliegue y esto es lo que la gente ha visto. Cuando la Vicepresidenta Teresa Ribera dice que la transición es tan necesaria como imparable y junto al sector se preocupa por el rechazo a su implantación, debería llevar a cambiar algunas de las reglas del juego aplicadas hasta ahora, que han sembrado esta creciente indignación. No es que recelen de las renovables: es que su implantación ha sido oscura e injusta.

El Gobierno ha aplicado con celeridad las instrucciones de la UE de diciembre de 2022 para suprimir la declaración de impacto ambiental en los parques de más de 50 megavatios. En paralelo debería revisarse donde sí y donde no, ayudar a los ayuntamientos y, allí donde la respuesta sea sí, mejorar las compensaciones. Hay por delante proyectos para pasar de los 30.000 megavatios instalados de eólica a 50.000 y de los 20.000 megavatios que ya hay de fotovoltaica, a 40.000. Renovables, urbanismo y urbanidad para que la transición ecológica no la paguen los de siempre. Discriminación, cooperación y compensación para que lo hecho tenga algún remedio y lo nuevo sea más equilibrado.

Ha hecho falta que Rodrigo Sorogoyen pidiera clemencia para las montañas donde viven los caballos salvajes que galopan en As bestas para que toda España se enterase de que la transición ecológica que vivimos no se siente igual en todas partes y para algunos dista de ser lo justa que se pregona. Que es preciso cambiar las fuentes de la energía que consumimos no lo discute nadie, tanto por el avance impasible del cambio climático como por la guerra. Más aún en un mundo cada vez más electrodependiente.

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