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La edad de oro del escaqueo gubernamental
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Ramón González Férriz

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La edad de oro del escaqueo gubernamental

Es llamativo que un país con una ya larga crisis inflacionaria no haya colocado esa cuestión en el centro de sus preocupaciones

Foto: Pedro Sánchez, presidente en funciones, a su llegada a un acto público del partido. (Europa Press/Álex Cámara)
Pedro Sánchez, presidente en funciones, a su llegada a un acto público del partido. (Europa Press/Álex Cámara)
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De acuerdo con el tópico, la inflación es el fenómeno económico que genera más enfado entre los ciudadanos y más inestabilidad política. En muchas ocasiones, incluso se lleva por delante a presidentes y Gobiernos. Si uno mira la historia de las décadas recientes, sin duda es cierto. Pero algo ha cambiado.

Desde 2021, España tiene una inflación acumulada de más del 14%. Los alimentos son la parte del consumo de los hogares que ha sufrido una mayor subida: en el último año, el precio del aceite ha aumentado un 31%, y el de las patatas, el arroz y la leche, más de un 20%. España es la gran economía del euro en la que, en 2022, más bajaron los salarios reales: se produjo un empobrecimiento del 5,3%.

Foto: Una frutería en el Mercado Maravillas de Madrid. (EFE/Javier Lizon)

Evidentemente, no se trata de un episodio de hiperinflación. En gran medida, ni siquiera es culpa del Gobierno, y además está remitiendo. Pero, de acuerdo con el tópico, debería haber generado un agrio debate político y alterado los equilibrios de poder. No ha sido así. Los sindicatos apenas han convocado protestas y han aceptado, tanto en el sector privado como el público, subidas de sueldo que implicaban una pérdida de poder adquisitivo. No ha habido quejas por la desmesurada subida de las pensiones a los jubilados con ingresos más altos. La oposición ha permitido que la inflación desapareciera de la agenda política. Y, por encima de todo, Pedro Sánchez obtuvo un buen resultado en las elecciones del pasado mes de julio y es probable que repita como presidente. ¿Qué ha pasado? ¿Es que ya no es cierto el tópico?

El arte de polarizar

Lo que ha pasado es que Sánchez, como toda una nueva generación de líderes políticos, domina el arte de desviar la atención mediante la polarización. Durante los últimos cinco años, la ha instigado en cuestiones como la política territorial —que en España aniquila todos los demás temas del debate público—, el feminismo o el pasado histórico. Porque, como bien sabe, en una sociedad muy polarizada, el Gobierno tiene una mayor capacidad para hacer que los medios de comunicación masivos, y en consecuencia los ciudadanos, presten atención a lo que a él le conviene. O que cuando los medios cubren noticias incómodas para el Gobierno, sus partidarios sean más impermeables a ellas. Frente a un choque apocalíptico entre dos visiones de España, frente al posible regreso de un país negro y reaccionario, ¿quién va a quejarse demasiado por unos céntimos por paquete de arroz?

Un fenómeno global

El Gobierno de Sánchez no es el único que instiga la polarización para conducir a la opinión pública hacia los asuntos que más le convienen. Reino Unido ha sido de los países europeos con mayor inflación y es el que menos crece entre las grandes economías del mundo; la respuesta del Gobierno conservador ha consistido en describir una y otra vez un país decadente por culpa de la izquierda, a pesar de que los tories llevan trece años gobernando. En Hungría, el Gobierno intenta que el tema de conversación no sea el 16% de inflación interanual, sino la maldad de la UE y su intento de destruir el cristianismo. En México, todas las mañanas a las siete, el presidente Andrés Manuel López Obrador da una rueda de prensa de varias horas de duración en la que divaga tanto, y genera tanta información sesgada, que los medios son incapaces de explicar detenidamente cuál de ella es falsa, cuál verdadera y cuál simplemente irrelevante. Todo ello es el legado del inventor de la política contemporánea, Silvio Berlusconi, que entendió que no había problema real —como, por ejemplo, que durante su mandato la economía italiana estuviera prácticamente estancada— que no pudiera solventarse mediante la comunicación política: su recurso polarizador preferido era salir en la tele acusando a los jueces de comunistas. Funcionaba.

Es la comunicación, estúpido

Suele decirse que los Gobiernos están dominados por élites desconectadas de las verdaderas preocupaciones de los ciudadanos. Eso no es cierto. Las maquinarias tecnocráticas y funcionariales intentan de verdad solventar los problemas reales, aun los más difíciles, como la inflación. Pero, hoy en día, el aparato comunicativo de los Gobiernos es tan grande que tienen mucho más margen que en el pasado para eludir su responsabilidad en aquellos aspectos de la realidad que les resultan más incómodos. Los medios no solo tienen sesgos ideológicos, sino que con frecuencia se ven obligados a seguir las agendas que marcan abrumadoramente los Gobiernos. O, como sucede en el caso de la izquierda española, sienten que, ante la polarización, su trabajo consiste en impulsarlas y protegerlas. Las redes sociales, en las que en el pasado depositamos grandes esperanzas para la expresión individual, han resultado ser un mecanismo idóneo para que los partidos y los Gobiernos difundan la propaganda diseñada por sus expertos en comunicación. La mezcla de todo ello genera una conversación tan embarullada que los ciudadanos acaban prestando atención exactamente a aquello en lo que ponen énfasis los líderes políticos.

No pretendo quitarle importancia a la cuestión territorial y la probable amnistía de los líderes independentistas. Pero es llamativo que un país con una ya larga crisis inflacionaria no haya colocado esa cuestión en el centro de sus preocupaciones. Eso es consecuencia del talento de Sánchez para marcar la agenda e imponer sus necesidades comunicativas. Pero es también un problema que va más allá de nuestro actual presidente. En la actualidad, los Gobiernos en general tienen mucho más poder para proyectar sus necesidades comunicativas que en periodos anteriores de la historia democrática. Eso da a los líderes políticos mayor espacio para no hacerse responsables de problemas reales. Eso frustra a los periodistas que sentimos que temas importantes no logran entrar con la fuerza necesaria en la agenda política. Pero debería preocupar sobre todo a los ciudadanos comunes: porque sus necesidades quedan completamente supeditadas a las necesidades comunicativas de los Gobiernos. Y, como saben ahora todos ellos, en los países muy polarizados, los Gobiernos pueden escaquearse de casi cualquier cosa.

De acuerdo con el tópico, la inflación es el fenómeno económico que genera más enfado entre los ciudadanos y más inestabilidad política. En muchas ocasiones, incluso se lleva por delante a presidentes y Gobiernos. Si uno mira la historia de las décadas recientes, sin duda es cierto. Pero algo ha cambiado.

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