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¿Se ha vuelto Vox europeísta a su pesar?
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Ramón González Férriz

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¿Se ha vuelto Vox europeísta a su pesar?

El partido que siempre critica a los "burócratas de Bruselas" ahora recurre a ellos para que detengan la amnistía del Gobierno de Pedro Sánchez

Foto: Protesta convocada por Vox contra la amnistía. (Europa Press/Alberto Ortega)
Protesta convocada por Vox contra la amnistía. (Europa Press/Alberto Ortega)
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Muchas veces, Vox se refiere de manera desdeñosa a las instituciones europeas. Habla con frecuencia de los "burócratas de Bruselas", afirma que sus decisiones se toman en "oscuros despachos", dice que reina en ellas el "consenso progre" y critica las sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. En el centro de su programa político está la necesidad de que las naciones europeas recuperen la soberanía.

Además, durante años, Vox ha afirmado que el independentismo era una cuestión interna española y siempre ha criticado que los eurodiputados independentistas liderados por Carles Puigdemont intentaran internacionalizar el asunto y convertirlo en un problema de dimensión europea.

Por eso fue llamativo ver esta semana a Jorge Buxadé, el eurodiputado y vicepresidente de Vox, exigiendo en el Europarlamento que las instituciones europeas intervengan la soberanía española para impedir la amnistía de los independentistas, convirtiendo el conflicto en una cuestión paneuropea. Incluso Santiago Abascal viajó a Estrasburgo para exigir que la Comisión "actúe". De repente, Vox depositaba toda su confianza en los "burócratas de Bruselas".

Los políticos actuales utilizan cualquier plataforma que se les brinde para hacer exigencias extemporáneas y motivar a sus bases. Y, además, en los últimos años, España ha convertido "Europa" en una especie de tribunal de apelación en el que se litigan de manera estéril todos los conflictos internos. Pero la actuación de Vox de esta semana demuestra hasta qué punto los partidos más críticos con la Unión Europea, que querrían reducir su poder sobre los gobiernos nacionales, son incapaces de escapar del marco político que ha creado la UE. Se han vuelto europeístas a su pesar.

Soberanía solo cuando conviene

Hay otros ejemplos recientes. Tras la victoria del Partido por la Libertad de Geert Wilders en las elecciones de Países Bajos, esta semana varios miembros de Hermanos de Italia y la Liga le felicitaron por su gran resultado. Sin embargo, hace no tanto, mientras en Bruselas se discutía el reparto de fondos para estimular las economías tras la pandemia, Wilders salió a las calles de Ámsterdam con un cartel que decía: "¡Ni un céntimo para Italia!". Si forma parte del próximo Gobierno neerlandés, peleará por reducir la generosidad de los contribuyentes de su país con Italia. Y esta tendrá que discutir con él en el foro de negociación del que su primera ministra, Giorgia Meloni, recela profundamente: la UE.

La derecha autoritaria polaca de Ley y Justicia también ha sido víctima de una comprensión defectuosa de las lógicas que genera el funcionamiento de la Unión Europea. Basó buena parte de su acción política en denostar las regulaciones europeas. Sin embargo, midió mal sus ataques y, en parte por ello, el partido perdió el Gobierno: los polacos parecieron entender mejor que sus líderes que uno puede ser muy conservador, incluso nacionalista, pero desear una buena relación con los socios. Un caso más extremo es el de Fidész, de Hungría. Este ha convertido en una norma insultar a las instituciones europeas acusándolas de destruir la soberanía húngara y de ser como la Unión Soviética. Sin embargo, basa buena parte de su poder en su capacidad para coordinarse en la UE con otros países —hasta ahora, Polonia; en el futuro, quizás Italia— para sacar adelante sus intereses económicos. Y es capaz de renunciar a su tan preciada soberanía para recibir fondos europeos.

Europeístas a su pesar

Probablemente, nada de esto importe mucho a los votantes de esos partidos. En general, están más preocupados por contener la inmigración, reducir el poder de la izquierda en cuestiones culturales y reconstruir su orgullo nacional que por seguir estos matices políticos. Pero indica hasta qué punto, al basar buena parte de su programa en la crítica a la Unión Europea, estos partidos soberanistas y nativistas se han puesto voluntariamente una camisa de fuerza.

Vox no es exactamente un partido antieuropeo, sino que encarna una especie de utopía regresiva: sus líderes han afirmado en ocasiones que solo aspiran a que la Unión regrese a los tiempos anteriores al Tratado de Maastricht, cuando los países miembros eran mucho más libres para tomar decisiones económicas; el problema es que a España le iba mucho peor de esa manera. Hermanos de Italia, el Partido por la Libertad de Wilders y Reagrupación en Francia ya no hablan de salir de la UE: en parte, por la experiencia del Brexit. En parte, también, porque perciben que sus ciudadanos ven las ventajas comparativas de la moneda común. Pese a sus incesantes críticas, Ley y Justicia y el Fidész nunca han hablado de abandonar la Unión Europea. Todos ellos han limitado sus propias opciones: están contra unas instituciones de las que no quieren salir y no tienen fuerza suficiente para reformarlas.

Foto: El director del Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana y del CCCC, José Luis Pérez Pont, en la concentración en contra de su destitución. (EFE/Biel Aliño)

De modo que viven en una constante contradicción: quieren que sus países sean más soberanos y que se reduzcan las regulaciones europeas a las que están sometidos. Pero, siempre que se sienten agraviados —por un asunto económico o, como en el caso de la amnistía, legal—, acuden a la Unión Europea y exigen que actúe. Es una incoherencia que hace que su discurso suene hipócrita.

Vox no va a conseguir que la Unión Europea intervenga y pare la amnistía. Esta es una pésima decisión del PSOE y es mala para España, pero es una cuestión interna del país y emana de la soberanía nacional, que tanto dicen defender estos partidos. Eso no significa que no pueda internacionalizarse y debatirse agriamente en el Parlamento Europeo. Pero, en contra del deseo de Jorge Buxadé y Santiago Abascal, la Comisión Europea no puede y no debe pararla. Ni siquiera a pesar del repentino amor de Vox por los "burócratas de Bruselas" y los "oscuros despachos". Ni siquiera a pesar de que Vox se vuelva europeísta cuando le conviene.

Muchas veces, Vox se refiere de manera desdeñosa a las instituciones europeas. Habla con frecuencia de los "burócratas de Bruselas", afirma que sus decisiones se toman en "oscuros despachos", dice que reina en ellas el "consenso progre" y critica las sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. En el centro de su programa político está la necesidad de que las naciones europeas recuperen la soberanía.

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