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Las leyes de educación y el efecto boomerang
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Las leyes de educación y el efecto boomerang

Estoy plenamente convencido de que, en cuanto se produzca un cambio de signo en el Gobierno, los primeros esfuerzos del nuevo equipo gestor se concentrarán en derogar la LOMLOE para promulgar una nueva norma

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¿Les suenan estas siglas? En efecto, son las ocho leyes orgánicas de educación promulgadas (hasta la fecha) desde la reinstauración de la democracia en España. Y a estas habría que añadir una treintena de normas autonómicas, fruto del carácter de competencia repartida que otorga a la materia el artículo 149.1.30 de la Constitución Española.

Los puntos suspensivos no los he añadido de manera gratuita, ya que estoy plenamente convencido de que, en cuanto se produzca un cambio de signo en el Gobierno, los primeros esfuerzos del nuevo equipo gestor se concentrarán en derogar la LOMLOE para promulgar una nueva norma marco de enseñanza. Siempre y cuando, eso sí, sean capaces de encontrar una nueva combinación de siglas para bautizarla que no haya sido utilizada con anterioridad. Es ahí donde radicará la principal dificultad, más aún que para lograr reunir la mayoría absoluta exigida por la Carta Magna para su aprobación, dado que, cosa curiosa, el reforzado voto se obtiene con mayor facilidad cuando se trata de cargarse la ley orgánica de enseñanza previa que cuando se precisa para cualquier otro menester.

Disculpen el tono, que soy consciente de que no es asunto poco serio. La recurrente utilización de las leyes educativas en nuestro país como instrumento político es un tema triste, y al mismo tiempo muy grave.

Foto: Estudiantes utilizando ordenadores en una clase. (EFE/Antonio García)

Y es que a nuestra clase política (sea del signo que sea) se le llena la boca a la hora de defender con fiereza la imperiosa necesidad de cada nueva reforma educativa, poniendo como ejemplo a los países comúnmente alabados como referentes en la materia, que no son otros que los nórdicos (en especial, Finlandia), sin que en ningún caso se detengan a profundizar en las razones por las que su nivel académico es superior al nuestro.

En primer lugar, habría que volver la vista atrás (no tanto, por desgracia) para constatar en qué fecha logramos nosotros la completa alfabetización frente a cuándo lo hicieron dichas naciones, que es el paso básico cuando de Educación se habla. Pues bien, si a principios del siglo XX tanto Suecia como Noruega y Finlandia habían alcanzado la alfabetización plena, en ese momento el nivel de analfabetismo en España superaba con holgura el 50% y no sería hasta bastante después de mediado el siglo pasado cuando lograría bajar del 10%. En realidad, ni siquiera en la actualidad podemos afirmar que se ha alcanzado la plenitud letrada, puesto que casi un 2% de la población española no sabe leer ni escribir. En resumen, llevamos un retraso de un siglo con relación a nuestros admirados ejemplos, ni más ni menos.

placeholder La ministra de Educación, Isabel Celaá. EFE Marta Pérez.
La ministra de Educación, Isabel Celaá. EFE Marta Pérez.

Pero lo peor es que, en lugar de hacer todo lo posible por recuperar ese retraso, parece que nos empeñamos en perpetuarlo. Porque todos esos países que tanto embelesan a nuestros dirigentes han logrado algo que ellos son incapaces ni siquiera de intentar: un pacto nacional por la enseñanza que dé estabilidad a todo el sistema, de manera que su grado de eficiencia sea mucho mayor. Volviendo a la manida Finlandia, su sistema educativo se puso en marcha entre 1972 y 1977, sin haberse modificado desde entonces. Y lo mismo ocurre en otros lugares como Japón, Corea del Sur o Singapur, todos ellos modelos a seguir.

Reflexionemos por un momento. ¿Qué tienen en común todas estas naciones? Pues que ninguna de ellas ha sido agraciada con grandes recursos naturales, por lo que sus economías se han volcado en los sectores secundario y terciario, para cuyo desarrollo y éxito es clave el nivel académico, dado que lo que se vende y lo que se exporta es fruto de la capacitación profesional. De ahí la tremenda importancia de formar de manera adecuada a su población.

Foto: Una joven repasa apuntes ante la Facultad de Ingeniería en Bilbao en la prueba de selectividad de este año. (EFE/Luis Tejido)

También España durante estas últimas décadas ha acentuado el tránsito de productor (tampoco es que tuviéramos una posición preponderante, ni mucho menos) a fuente de bienes elaborados y, en especial, servicios, que solo resultarán innovadores y, por ende, competitivos, si conseguimos preparar bien a nuestros jóvenes, que son los habrán de crearlos y presentarlos de forma que sean preferidos a los de otros oferentes.

Ante este panorama observamos con terror cómo los partidos políticos convierten las leyes de Educación en arma arrojadiza, sin caer en la cuenta de que se trata en realidad de un boomerang que acabará por dar la vuelta y golpearnos a todos. Habrá que confiar en que no sean capaces de dar con una nueva combinación de siglas con la que denominar a su nueva ley, porque me temo que es lo único que pueda lograr detenerlos en su empeño derogador.

* Javier Vasserot es abogado y escritor.

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