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Por favor, no nos "salven" de ChatGPT

Los reguladores del siglo XXI no deben caer en el fatalismo de quienes no entienden que el ciudadano digital desea decididamente utilizar a fondo todas sus ventajas

Foto: File photo: illustration shows chatgpt logo
File photo: illustration shows chatgpt logo

Es sabido que el gran objetivo de Henry Ford en los EEUU de comienzos del siglo XX era construir un automóvil que no fuera solo cosa asequible para unos pocos, sino que se convirtiera en un bien de consumo para la generalidad de los norteamericanos. Ese fue el Ford T. ChatGPT y muchas otras herramientas de inteligencia artificial (IA) creativa (Alpaca 7B, Bloom, Claude, etc.) son algo muy parecido, son "el Ford T de la inteligencia artificial": hasta ahora solo al alcance de unos pocos, desde hace apenas unos meses se han convertido en un artículo de consumo, accesible a simple golpe de tecla, a precios asequibles casi para cualquiera e incluso con versiones gratuitas.

Se trata de herramientas muy perfectibles, aunque, por ejemplo, ChatGPT, ya hoy mucho más fiables que sus versiones de hace solo unas semanas. Y si bien los textos e imágenes que producen deben hoy por hoy revisarse por humanos, constituyen instrumentos de enorme utilidad en la realización de tareas sencillas, repetitivas o fácilmente "mecanizables". Todo esto explica su éxito fulgurante, así como las enormes expectativas que están generando.

Aunque todo esto explica asimismo los riesgos que pueden causar. Por solo resaltar algunos, el educativo, al brindar a niños y jóvenes una cómoda puerta a la elaboración de magníficos ensayos o figuras, en segundos, con la consiguiente anulación de esfuerzo, pensamiento, espíritu crítico o creatividad artística. El laboral, pues no son baladíes los temores de quienes ven peligrar (sus) puestos de trabajo a manos de estos sistemas, capaces de desarrollar tareas sencillas con tasas enormes de productividad. O el jurídico, destacando a su vez en este caso otros dos riesgos (como ya venía sucediendo con la misma generalización a fines del siglo XX de la digitalidad), el de los derechos de autor y el de la privacidad: el primero, porque estos chatbots se habrían alimentado en muchos casos de obras protegidas por este tipo de derechos; el segundo, porque si algo caracteriza a los algoritmos inteligentes del "aprendizaje profundo" es su inmensa voracidad de datos, que al cabo suponen la materia prima de dicho aprendizaje.

La "piscina de datos" de la versión 3.0 de ChatGPT contenía 45 terabytes de información; OpenAI, su empresa matriz, ha anunciado que la versión 4.0 contiene muchísimos más y deben ser tantos que ni siquiera lo ha revelado con exactitud. Aun cuando solo fuera por tal voracidad de información, la IA creativa no es, por lo tanto, de entrada "amiga" de la privacidad.

Foto: Logo de ChatGPT. (Reuters/Dado Ruvic)

A esto último se debe que, en un movimiento que me atrevería a calificar de "ciberfatalista" (en otra sede he acuñado esta acepción), la Agencia de protección de datos italiana haya incluso prohibido su utilización. Y digo "ciberfatalista" en cuanto catastrofista: la supuestamente extrema peligrosidad de estos instrumentos habría justificado que sencillamente se les prohíban a todos los italianos. Antes de identificar y de calibrar los riesgos y de sopesar posibles soluciones, se les cierra el acceso a los italianos. Es paradójica la falta de reflexión de esta reacción, frente a una herramienta que justamente podría relativizar la importancia del pensamiento. ¿Hay un dolor en el brazo? Amputemos el brazo entero. ¿Se imaginan a los EEUU de 1910 prohibiendo el Ford T porque provocaba accidentes más graves que un simple caballo o contaminación atmosférica o ruido por su motor?

El problema es que el fatalismo es contagioso. Tanto, que las agencias de datos alemana, francesa y española, entre otras europeas, se han movilizado también frente a ChatGPT. La española solicitaba una acción concertada en el seno del Comité Europeo de Protección de Datos, que reúne a todas sus homólogas de la Unión. Y ha tenido éxito, pues así lo ha acordado ya el Comité. Y también la española acaba de acordar abrir una investigación a OpenAI por posibles quiebras de la protección de datos, investigación que no sabemos dónde puede terminar. Esperemos desde luego que no en la prohibición de acceso a los españoles a ChatGPT.

Foto: Foto: Reuters/Dado Ruvic.

Los riesgos de privacidad se deben combatir, pero por supuesto de modo reflexivo y prudente, proporcionadamente, sopesando ventajas e inconvenientes. Curando, no amputando. Los reguladores del siglo XXI no deben caer en el fatalismo de quienes no entienden que el ciudadano digital desea decididamente utilizar a fondo todas sus ventajas, entre otras cosas, porque, una vez las encuentra disponibles, termina muchas veces considerándolas una auténtica necesidad.

Esperemos también que la regulación digital acabe dando con las claves para ajustar su actuación a esta realidad, a la aún hoy paradoja de que, cada vez más conscientes de sus riesgos, nuestros conciudadanos quieren seguir participando de la transformación digital. A diferencia de lo que he tenido que leer a algunos, la innovación no es "una ideología, la del capitalismo tecnológico". La innovación es una necesidad, una necesidad de la prosperidad. Y una necesidad de la misma democracia y de la misma libertad. Primero vivir, después filosofar.

Eviten sus posibles abusos, pero por favor, no nos "salven" de ChatGPT.

* Pablo García Mexía es director de Derecho Digital de Herbert Smith Freehills.

Es sabido que el gran objetivo de Henry Ford en los EEUU de comienzos del siglo XX era construir un automóvil que no fuera solo cosa asequible para unos pocos, sino que se convirtiera en un bien de consumo para la generalidad de los norteamericanos. Ese fue el Ford T. ChatGPT y muchas otras herramientas de inteligencia artificial (IA) creativa (Alpaca 7B, Bloom, Claude, etc.) son algo muy parecido, son "el Ford T de la inteligencia artificial": hasta ahora solo al alcance de unos pocos, desde hace apenas unos meses se han convertido en un artículo de consumo, accesible a simple golpe de tecla, a precios asequibles casi para cualquiera e incluso con versiones gratuitas.

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