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Historia de la innovación, una muestra del ingenio y la imaginación humana
Uno de los factores más importantes para el progreso y desarrollo de las civilizaciones es la capacidad de las personas con ingenio para innovar y
Uno de los factores más importantes para el progreso y desarrollo de las civilizaciones es la capacidad de las personas con ingenio para innovar y crear utensilios y procesos que mejoren la calidad de vida o los procesos de fabricación. Ya desde el Renacimiento, las sociedades occidentales han reconocido a los inventores la propiedad intelectual de sus hallazgos, así como el derecho a su explotación a través de incentivos o recompensas como los títulos de patentes, que ofrecen un “monopolio” temporal sobre las invenciones.
Así, podemos ver un bonito ejemplo de estas innovaciones en los grabados del pintor Samuel Stradanus, que en el año 1580 nos ofrece una representación de los avances más relevantes de su época, como el descubrimiento de América, la imprenta, el grabado en cobre, la pintura al óleo, las gafas, la silla de montar, la pólvora, la brújula, el reloj, la seda o las espuelas. [En la Biblioteca Digital Hispánica podemos ver un facsímil de su obra]
De los Privilegios y el Real Conservatorio de Artes y Oficios a la OEPM
El registro de las invenciones en España es una historia fascinante del desarrollo de nuestro país, que se remonta a más de 500 años atrás: ya en el 1.478 se concedían los llamados “privilegios de invención”, títulos concedidos por el Rey, que contaba para ello con el asesoramiento del Consejo Real, organismo en el que intervenían personas relevantes de la Corte que tuviesen conocimientos científicos o técnicos.
Sin embargo, no es hasta el siglo XIX cuando se desarrollarán los dos pilares en los que se sustenta nuestro sistema actual de protección: un organismo que concede los títulos y una normativa de protección.
Los primeros cimientos de nuestra actual Oficina de Patentes y Marcas se pusieron con la creación, en el 1810, del Real Conservatorio de las Artes y Oficios, que, entre otras funciones, se encargaba de la concesión de privilegios y patentes, al igual que ocurría en la Francia revolucionaria. Dicho Conservatorio pasaría por muchos avatares y cambios de denominación, hasta que en el año 1902 surge el Registro de la Propiedad Industrial y en el 1992 la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM).
Por otro lado, en lo relativo a la normativa, aunque existen antecedentes en un Real Decreto de 1811, y a pesar de que incluso la Constitución de 1812, “la Pepa”, reconocía en uno de sus artículos la protección a los inventores, no sería hasta el año 1826 cuando se promulgó el Real Decreto de Privilegios Exclusivos de Invención e Introducción, que se considera la primera norma eficaz en el ámbito de las patentes en España.
De hecho, la numeración de los privilegios que se conservan actualmente en el archivo de la OEPM comienza a partir de esa fecha, con el privilegio concedido al francés Jean-Marie La Perriere, el 27 de marzo de 1826, que registró un molino movido a brazo.
Nacimiento de Elzaburu, la firma de PI más antigua de España
En 1865 Julio Vizcarrondo abre una oficina de propiedad industrial en Madrid, una de las primeras con esa especialidad del país y la única, si no estamos equivocados, que sigue funcionando en nuestros días. Años después se asociaría con su sobrino Francisco de Elzaburu Vizcarrondo para configurar el germen de la actual Elzaburu.
El Primer Privilegio de Invención registrado por la firma fue solicitado el 28 de diciembre de 1864 por un vecino de Valencia, que registró un “Método de abrir pozos artesianos por medio de herramientas no usadas hasta el día”. Con la nueva Ley de Patentes de Invención, promulgada el 30 de julio de 1878, los "privilegios de invención" cambian su denominación por "patentes", término que seguimos usando hoy en día.
El final del siglo XIX, una época de gran efervescencia innovadora
El último cuarto del siglo XIX se caracteriza por una gran explosión en el registro de nuevas invenciones y tecnologías y España, a pesar de haberse incorporado a la revolución industrial tardíamente, también experimentó un florecimiento innovador.
La firma Elzaburu (entonces denominada Vizcarrondo) fue un testigo de excepción de dicha época por la escasez de profesionales de propiedad industrial en nuestro país. Observamos innovaciones en prácticamente todas las áreas productivas, pero nos han llamado la atención la gran cantidad de innovaciones en los siguientes frentes:
- La industria extractiva y de tratamiento de minerales y otras materias primas.
- Los grandes avances en la producción y distribución de energía y su aplicación a la iluminación de hogares y vías públicas. Elzaburu registra las patentes de Edison, Charles Francis Brush o los españoles Eusebio Molerá y Juan Cebrián, entre otra.
- Los numerosos inventos relativos a medios de transporte, no solo en lo relativo al ferrocarril (o, como aparecen mencionados en muchas ocasiones, “caminos de hierro”) sino también a buques, carruajes, funiculares, etc.
- El germinar de las telecomunicaciones, especialmente con el desarrollo del telégrafo y del teléfono. Curiosamente, a principios del siglo XX descubrimos ya algunos prototipos de teléfonos móviles que demuestran la vocación por conseguir una comunicación inalámbrica a distancia.
- La importancia de la industria bélica. En los archivos de Elzaburu se encuentran patentes sobre cañones, armas de fuego o explosivos, entre ello, un privilegio de Alfred Nobel, quien hizo una gran fortuna en esta área con la invención de la dinamita.
Cuando en el año 1902 se crea el Registro de la Propiedad Industrial y entra en vigor una nueva normativa que posibilita el registro de modelos industriales, se inicia una nueva época en la protección de intangibles en la que, por supuesto, Elzaburu ha seguido desempeñando un papel protagonista. Pero de esto, hablaremos ya en otro artículo….
*Elisa Prieto Castro, responsable de Gestión del Conocimiento de Elzaburu.
Uno de los factores más importantes para el progreso y desarrollo de las civilizaciones es la capacidad de las personas con ingenio para innovar y crear utensilios y procesos que mejoren la calidad de vida o los procesos de fabricación. Ya desde el Renacimiento, las sociedades occidentales han reconocido a los inventores la propiedad intelectual de sus hallazgos, así como el derecho a su explotación a través de incentivos o recompensas como los títulos de patentes, que ofrecen un “monopolio” temporal sobre las invenciones.