Ecogallego
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El privilegio de habitar este planeta, y el deber de conservarlo
Tal día como hoy, hace más de cincuenta años, tuvo lugar la mayor marcha ciudadana celebrada hasta entonces, y fue en defensa del planeta: el Día de la Tierra. Hoy esa movilización tiene más sentido que nunca
El 22 de abril de 1970 más de veinte millones de norteamericanos de todas las edades y clases sociales se echaron a las calles de sus pueblos y ciudades para exigir un mayor respeto al medio ambiente.
Aquel evento iniciático, al que muchos atribuyen el nacimiento del movimiento ecologista moderno, fue bautizado como Día de la Tierra (Día Internacional de la Madre Tierra, según la ONU). Su repercusión fue tal que provocó, entre otras cosas, la puesta en marcha de la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA) y la aprobación de las primeras normativas sobre protección de la calidad del aire, del agua y la biodiversidad.
No es el planeta el que esta amenazado, sino nosotros: nuestra existencia en él. La defensa del medio ambiente es una forma de autodefensa
Veinte años después, en 1990, el Día de la Tierra sacó a las calles de todo el mundo a más de 200 millones de personas en defensa del medio ambiente. Una gigantesca movilización que culminaría con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, mas conocida como 'Cumbre de la Tierra', celebrada en Río de Janeiro en junio de 1992. de la que surgió la Declaración de Rio sobre medio ambiente y desarrollo.
Y hoy, al celebrar el Día de la Tierra, el espíritu crítico que llevó a todas aquellas personas a protagonizar la mayor revuelta social en favor del planeta sigue más vivo que nunca. Y básicamente seguimos exigiendo lo mismo: respeto. Respeto para el planeta, que la propia Declaración de Río reconoce como nuestro hogar común: el único lugar en el que podemos vivir. Ser conscientes del privilegio de habitarlo y el deber de conservarlo para conservarnos.
Porque lejos de lo que mucha gente suele opinar, quien está en peligro somos nosotros, no el planeta. Somos los seres humanos quienes estamos condenados a desaparecer si seguimos alterando las condiciones de vida que hacen posible nuestra existencia en este privilegiado y exclusivo lugar del universo conocido.
Es de un antropocentrismo ridículo pensar que el ser humano puede poner en peligro la Tierra. En cambio, lo que si podemos provocar, y de hecho estamos consiguiendo, es la alteración de las condiciones que hacen posible nuestra vida aquí: el conjunto de equilibrios ambientales que facilitan nuestra existencia y la del resto de seres vivos que formamos la biosfera.
Y nuestra mayor amenaza, la pistola con la que nos estamos apuntando a la cabeza, es la crisis climática que estamos viviendo y que por primera vez no obedece únicamente a circunstancias naturales sino que tiene un origen antrópico debido al aumento en las emisiones de gases con efecto invernadero (GEI) que venimos provocando con nuestra actividad en los últimos dos siglos.
Por todo ello en este Día de la Tierra resulta más urgente que nunca asumir esa condición de súbditos de la biosfera antes que de cualquier nación. Activar esa conciencia crítica de especie a la que el profesor Eudald Carbonell, uno de los paleontólogos más prestigiosos del mundo, codirector del yacimiento de Atapuerca, lleva años apelando. Un pensamiento crítico que nos permita evitar el colapso hacia el que, según él y muchos otros científicos, nos dirigimos como especie.
Ser conscientes del alto privilegio de estar aquí y ahora, de poblar este maravilloso planeta. Para ello me parece oportuno recuperar una palabra de nuestro diccionario que considero imprescindible: noosfera, a la que la RAE define como “Conjunto de los seres inteligentes con el medio en que viven”.
Eso es lo preciso ahora. Ser inteligentes, reaccionar por una vez como especie y cooperar para hacer frente a la mayor amenaza a la que jamás se ha enfrentado el ser humano. Y debemos hacerlo recurriendo a nuestra herramienta evolutiva más diferenciadora: la razón.
Aceptar que somos la única parte del todo con capacidad de alterarlo todo y actuar en consecuencia, dejando de alterar y empezando a reparar. Y debemos hacerlo de manera urgente para que las generaciones futuras -como la niña que mostramos arriba celebrando el Día de la Tierra- sigan disfrutando del único lugar del universo donde podemos ser: nuestro Planeta A.
El 22 de abril de 1970 más de veinte millones de norteamericanos de todas las edades y clases sociales se echaron a las calles de sus pueblos y ciudades para exigir un mayor respeto al medio ambiente.