Ecogallego
Por
Ladrillo contra natura: de la Isla de Valdecañas al Algarrobico y tiro porque me toca
La orden de demolición total del complejo turístico Isla de Valdecañas, dictada esta semana por el Tribunal Supremo, confirma que las soluciones estaban, y siguen estando, en la naturaleza, no en el cemento
Basta con recorrer España mirando a ambos lados de la carretera o la vía del tren para comprobar las numerosas cicatrices que dejó en nuestros paisajes la maldita burbuja inmobiliaria y el tsunami de hierro y hormigón que generó, un fenómeno que arrasó con buena parte del patrimonio natural de este país y acabó hundiendo nuestra economía.
Esqueletos de edificios a medio construir, parcelas urbanísticas en estado de abandono, naves industriales en ruinas luciendo todavía el cartel de ‘en venta’… la guerra del ladrillo se extendió por toda la geografía española y convirtió algunos de sus mejores rincones en descampados llenos de escombros.
Eliminar las aberraciones urbanísticas y restaurar el patrimonio natural arrasado es la mejor inversión que se puede llevar a cabo
Una de esas cicatrices sin cerrar que afean e infectan nuestros paisajes es la del hotel ilegal de El Algarrobico, construido en la playa del mismo nombre del municipio almeriense de Carboneras. Su oxidado y resquebrajado edificio es el mayor monumento al ángel caído de la especulación urbanística de todo el litoral español.
Cuando uno llega ante él no puede dejar de preguntarse quién fue capaz de consentir semejante disparate arquitectónico: un gigantesco bloque de hormigón de más de 20 plantas y 400 habitaciones que, deshabitado y ruinoso, sigue ‘okupando’ la playa casi a pie de ola y en pleno parque natural del Cabo de Gata-Nijar.
De la misma ‘corriente artística’, el conjunto turístico residencial de la Marina Isla de Valdecañas, en la provincia de Cáceres, es otro de los conjuntos monumentales más emblemáticos de la edad de oro del pavimento español.
Sus 185 villas construidas (y las 380 parcelas preparadas y listas para construir), su hotel de lujo, su centro de convenciones, su campo de golf, sus pistas de tenis, su puerto deportivo y su playa artificial dan muestra de los niveles de desvarío que se llegaron a alcanzar en este país cuando la especulación urbanística cabalgaba desbocada por nuestros paisajes, estuvieran protegidos o no. Porque la Isla de Valdecañas es un espacio natural protegido incluido en la Red Natura 2000 de la UE.
Si se debían modificar las leyes del suelo se modificaban, si se debería alterar la ordenación del territorio se alteraba: el frente común entre promotores, constructores, gobiernos locales y gobierno central estaba tan bien amasado como el hormigón que los unía. Pero no contaban con la fuerza de la razón que asistía a quienes velando por el bien común acudieron a la justicia en defensa de la naturaleza y el medio ambiente. Y la justicia se la ha dado: 15 años después, pero se la ha dado.
En sentencia firme, como un fuerte palmetazo con la mano abierta sobre la mesa del ‘Monopoly’ que hiciera saltar las fichas, el Tribunal Supremo acaba de dar la razón a la naturaleza y a quienes salieron en su defensa y ha ordenado el derribo de todos los edificios y las instalaciones del resort de la Isla de Valdecañas, requiriendo asimismo que se restaure el patrimonio natural destruido.
Un destino que aguarda igualmente al hotel ilegal de El Algarrobico, cuyo edificio a medio construir y ya en ruinas es, además de ilegalizable, totalmente irrecuperable, por lo que tan solo aguarda a que el Tribunal Supremo ordene de una vez por todas su demolición y la restauración del espacio natural que ocupa.
Respecto a quienes aluden al impacto ambiental que provoca el derribo de las construcciones ilegales una vez puestas en pié, atiéndase a lo que recoge el informe elaborado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) presentado en su momento ante el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, en el que se afirma que “los impactos ambientales asociados al uso del complejo serían diez veces mayores a los de su demolición”. Durante mucho tiempo los especuladores urbanísticos se hicieron con el tablero de juego, construyendo aquí y allá sin atender a normativas ambientales: ahora le toca tirar a la naturaleza.
Basta con recorrer España mirando a ambos lados de la carretera o la vía del tren para comprobar las numerosas cicatrices que dejó en nuestros paisajes la maldita burbuja inmobiliaria y el tsunami de hierro y hormigón que generó, un fenómeno que arrasó con buena parte del patrimonio natural de este país y acabó hundiendo nuestra economía.