La mejor forma de evitar los grandes incendios es gestionar el bosque

El comentario entre quienes intentaban detener el avance de las llamas en el megaincendio de la Sierra de la Culebra, en Zamora, era unánime: “esto no hay quien lo apague”. Las proporciones del siniestro eran tales que se escapaban a cualquier estrategia de extinción. Uno de los máximos responsables del operativo me confiesa, todavía con la voz entrecortada por la emoción, que, de no ser por el empeño y la valentía de los que participaron poniendo en riesgo sus vidas, el desastre habría sido mucho mayor. La superficie calcinada superó las 30.000 hectáreas.

Como señalábamos hace un año en Planeta A, los expertos en extinción llevan años anunciando que la crisis climática está propiciando la aparición de un nuevo tipo de incendio forestal, llamado de sexta generación o megaincendio, que se manifiesta de forma muy virulenta, alcanzando una rapidez de propagación y unos niveles de intensidad energética desconocidos hasta ahora que lo hacen inabordable con las técnicas y el conocimiento actuales.

Se trata de una clase de incendio vinculado al avance del cambio climático con una capacidad destructora tan fulminante y elevada que la primera y única respuesta es la de poner a salvo a las personas. De ahí el extraordinario valor de quienes no dudaron en jugarse la vida para detener el avance de las llamas en La Culebra. Pero mucho antes de apelar al heroísmo de su encomiable gesta, y ante los escenarios climáticos hacia los que nos dirigimos, se hace urgente y necesario reforzar las tareas de prevención basadas en las ayudas al campo. En caso contrario, y como vienen señalando desde hace años los expertos, nos enfrentamos a la posibilidad real de que la Península Ibérica arda entera de punta a punta en un megaincendio como los que se han dado en California o Australia.

Gestionar para poder apagar

El papel de la gestión forestal en la prevención de grandes incendios forestales (GIF) resulta determinante para reducir el riesgo y facilitar las tareas de extinción. Su papel está cobrando cada vez más relevancia en los congresos internacionales que se celebran al respecto. El bosque bien gestionado no arde, o arde mucho menos que el abandonado a su suerte. En opinión de los expertos, si se compara el efecto de la gestión activa con el de un escenario de abandono, la superficie potencial de un GIF se llega a reducir hasta en un 90%.

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Como establece la propia Estrategia Forestal Europea vinculada al Pacto Verde, de lo que se trata es de proteger, restaurar y ampliar los bosques de la UE para luchar contra el cambio climático, detener la pérdida de biodiversidad y garantizar unos ecosistemas forestales resilentes y mejor adaptados al cambio climático, en los que las actividades relacionadas con la conservación de la naturaleza se compatibilicen con el uso sostenible de los recursos y el desarrollo de una auténtica bioeconomía ligada al bosque.

Estamos hablando del aprovechamiento forestal sostenible de productos madereros de larga vida, de promover el uso responsable de los recursos derivados de la madera como fuente de energía renovable (como la biomasa forestal), de favorecer el desarrollo de las industrias tradicionales del bosque, como la corchera o la resinera, y de fomentar las de nueva implantación, como el ecoturismo forestal o las nuevas terapias naturales como los famosos ‘baños de bosque’.

Como se reconoce desde Bruselas, la UE no alcanzará sus objetivos climáticos sin unos bosques “multifuncionales, sanos, gestionados de manera sostenible y con unas industrias forestales viables”. Unas actividades sostenibles que, desde el compromiso con la conservación del patrimonio natural europeo y la protección de la biodiversidad, favorezcan la economía rural, contribuyan al reto demográfico y ayuden a prevenir y extinguir los GIF.