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Unas duras y reveladoras imágenes sobre el duelo en los chimpancés
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Jose Luis Gallego

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Unas duras y reveladoras imágenes sobre el duelo en los chimpancés

El comportamiento de estos grandes simios ante la pérdida de un ser querido invita a la reflexión. Su conducta revela sentimientos que algunos considerarían exclusivamente humanos

Foto: El estudio del comportamiento de los chimpancés nos aproximamos más a ellos (EFE/H.Kinsella)
El estudio del comportamiento de los chimpancés nos aproximamos más a ellos (EFE/H.Kinsella)

Los etólogos que estudian el comportamiento de los grandes simios (gorilas, bonobos, orangutanes y chimpancés) dan crónica de algunos aspectos relacionados con su conducta que, más allá de refrendar nuestra proximidad genética, obligan a plantearnos cuestiones muy profundas que van más allá de la biología evolutiva.

Hace unos años tuve la inmensa fortuna de compartir algunos pensamientos al respecto con la célebre primatóloga británica Jane Goodall, a la que conocí tras una de sus conferencias en mi ciudad, Barcelona, a la que me invitó a asistir nuestro común y añorado amigo el profesor Jorge Wagensberg. Entre mis lecturas de juventud, las que forjaron mi amor a la naturaleza y a la asombrosa historia de la evolución humana, estaba ‘En la senda del hombre’ que Jane publicó en 1971, y tenía muchas preguntas que plantearle sobre lo que allí narraba.

El libro, de obligada lectura para todo amante de la naturaleza y para el lector valiente que esté dispuesto a replantearse seriamente lo que significa ser humano y hasta qué punto estamos hermanados con el resto de criaturas de la naturaleza, se basa en los apuntes de campo tomados al natural en la entonces reserva de chimpancés de Gombe Stream, actual Parque Nacional de Gombe, situado a orillas del lago Tanganika, en la región de Kigoma, Tanzania. Un lugar al que la joven naturalista llegó en el verano de 1960, con tan solo 26 años de edad, enviada por el Dr. Louis Leakey para profundizar en el estudio del comportamiento de estos primates.

Sus hallazgos, lo que descubrió y anotó la joven Jane durante aquellos años de convivencia directa con los chimpancés respecto a su conducta, no solo causarían una enorme conmoción en la comunidad científica, sino que, debido a lo que la propia observadora calificaba como “semejanzas verdaderamente asombrosas entre la conducta del chimpancé y la del ser humano” obligaba a replantearnos nuestro verdadero lugar en el mundo natural.

placeholder La divulgadora ambiental y primatóloga Jane Goodall (EFE/A.García)
La divulgadora ambiental y primatóloga Jane Goodall (EFE/A.García)

Recuerdo que una de las cuestiones sobre la que hablé con la ya entonces (1989) célebre Dra. Goodall estaba relacionada con la forma en la que se relacionaban los chimpancés con la muerte. Me había impresionado el capítulo que había dedicado a ello en el libro. En él narraba el episodio en el que una hembra llamada Olly pierde a su cría, muerta por enfermedad, y como recibe la solidaridad del resto del grupo, especialmente de las hembras. Ya en conversación, Jane me recordaba como en aquellos días sus compañeras de grupo no se separan de ella, transmitiéndoles su dolor, abrazándola, besándola, ofreciéndole incluso a sus propias crías para que las acaronara.

Pero más allá de esos apuntes naturalísticos, unos registros etológicos que venían a certificar que el sentimiento de duelo no es exclusivo del ser humano y que en las comunidades de chimpancés existe incluso la ceremonia del pésame, me estremeció leer otro comportamiento aún más conmovedor. Y es que Jane pudo comprobar cómo, incapaz de aceptar la pérdida de su cría, aquel bellísimo cachorro, su bebé, al que había parido y amamantado y con el que había dormido tantas noches tiernamente acurrucado en su regazo, la desolada madre estuvo acarreando durante semanas su cadáver. Y no solo ella.

placeholder Las relaciones de los chimpancés son más humanas de lo que pensamos (EFE/N.Shrestha)
Las relaciones de los chimpancés son más humanas de lo que pensamos (EFE/N.Shrestha)

Otro de los comportamientos que estremecen es el de la cría mayor de Olly, la hermana del bebé muerto. “Sentada mirando al infinito, casi sin moverse -narra Goodall en el libro- salvo para espantar la nube de moscas atraídas por el olor del cadáver Gilka [así se llama la joven hermana] iba acercando el pequeño cuerpo de su hermano muerto hacia sí. Lo aseaba cuidadosamente, e incluso intentaba jugar con él, llevando la mano sin vida del cachorro hacia el lugar en el que ella tenía cosquillas, entre la clavícula y el cuello, incluso haciéndole muecas y gestos divertidos para que despertara”. Tras ello se la llevaba contra el pecho hasta que Olly, su madre venía a reclamársela para llevársela consigo a otra parte y proceder de manera similar.

Tal vez a muchos lectores este tipo de información les genere rechazo. Habrá incluso quien niegue que los hechos sean veraces y atribuya a la imaginación de la por entonces joven e inexperta naturalista la interpretación de los hechos. Es algo a lo que la propia Jane, con la que tuve la suerte y el honor de mantener contacto epistolar en los años posteriores, se tuvo que enfrentar tras dar a conocer el resultado de sus investigaciones, que generaron una auténtica sacudida en la moral victoriana de buena parte de la comunidad científica. Bien. Hasta aquí la interpretación de los hechos. Ahora me gustaría invitar al lector a comprobarlos.

35 años después

Esta semana, 35 años después de aquella primera conversación con Goodall, durante la visita al parque de animales Bioparc Valencia como parte del equipo del programa de radio Julia en la Onda, que presenta Julia Otero en las tardes de Onda Cero, para emitir desde allí en directo, tuve ocasión de comprobar hasta qué punto los hechos que narra la célebre divulgadora ambiental en su libro están basados en la ciencia y la verdad.

placeholder Dos jóvenes chimpancés jugando (EFE/Jean Michel Krief)
Dos jóvenes chimpancés jugando (EFE/Jean Michel Krief)

El Bioparc de Valencia no tiene nada que ver con lo que tradicionalmente ha venido siendo un parque de fieras, un mero recinto de exhibición de animales enjaulados en el que los pobres ejemplares son una mera caricatura de la especie en libertad. Este recinto, ubicado en la ribera del Turia y perfectamente naturalizado, es un centro de recuperación y cría de fauna africana en el que un equipo de conservacionistas, veterinarios y zoólogos trabaja en la recuperación de especies amenazadas, muchas de las cuales se encuentran al borde mismo de la extinción por el acoso y exterminio que sufren en sus países de origen, la mayoría de ellos en guerra y sometidos a las mafias del tráfico de especies.

Una de esas especies es el chimpancé. Antes de acceder al entorno que acoge a un pequeño grupo de estos animales, un entorno amplio que reproduce fielmente las características de su hábitat africano, el personal del parque nos puso en antecedentes. Hace unas semanas, una de las hembras había perdido a su cría y se negaba abandonarla, por lo que se la podía ver con su cadáver a cuestas, generalmente en la zona de las ingles, en seguida recordé aquel capítulo de ‘En la senda del hombre’ y un pasaje en el que Goodall explicaba al lector como Olly transportaba a su bebé muerto: “a menudo lo apretaba contra las ingles”. Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

Su cuidadora nos explicó cómo, nada más producirse el fallecimiento de la cría, todo el clan se acercó a la madre para darle consuelo. Y también que a veces otra hembra que acababa de parir hacía poco, se acercaba a la afligida madre para consolarla, la abrazaba y le dejaba besar y acariciar a su bebé mientras seguía con el suyo muerto en las ingles. Aquella mañana mi compañero y amigo Borja Terán grabó las imágenes que aquí compartimos.

El vídeo dice mucho; lo dice todo de hecho. Las imágenes de esa madre chimpancé con su cachorro muerto, desparasitando y besando tiernamente a su compañera y la cría viva que transporta, nos llevan del estremecimiento a la conmoción. Pero más allá de cualquier otro sentimiento, este tipo de comportamientos y el resto de los que aparecen descritos en el libro de Goodall y todos los manuales de etología dedicados a los grandes simios, deberían llevarnos a aceptar que sentimientos tan profundos como la amistad, el amor, la compasión, la ternura o la solidaridad, no son en absoluto patrimonio exclusivo del ser humano. Por el contrario, se trata de emociones que compartimos con buena parte de los animales y que nos unen a ellos más allá del ámbito de la biología, aunque muchos humanos se resistan a admitirlo.

Los etólogos que estudian el comportamiento de los grandes simios (gorilas, bonobos, orangutanes y chimpancés) dan crónica de algunos aspectos relacionados con su conducta que, más allá de refrendar nuestra proximidad genética, obligan a plantearnos cuestiones muy profundas que van más allá de la biología evolutiva.

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