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El medio ambiente es por fin reconocido como un derecho humano más
La ONU incorpora el derecho a un medio ambiente limpio, saludable y sostenible en la Declaración Universal de los Derechos Humanos
En 1978, España se convirtió en la segunda democracia en reconocer el derecho al medioambiente en su Constitución. Al parecer, en su momento, los redactores de la Carta Magna pensaron en este derecho como algo “tópico”, citando las palabras de Miquel Roca al respecto. Es perfectamente comprensible: en ese momento, y en esa España, resultaba difícil hacerse una idea de la relevancia que iba a cobrar la defensa del medio ambiente para nuestra propia supervivencia. Nos habíamos acostumbrado a vivir en ese mundo “no del todo fatal” al que se refería la bióloga y conservacionista Rachel Carson, autora del imprescindible libro 'La primavera silenciosa'.
Los poderes públicos y económicos están empezando a asumir, tímidamente, su cuota de responsabilidad
Con fina ironía, se preguntaba por qué habíamos decidido que estaba bien que nuestra alimentación contuviera pequeñas dosis de veneno, que nos valía con vivir en entornos insípidos o que no pasaba nada por soportar un nivel de ruido ajustado al límite de no perder la cabeza. Nos habíamos acostumbrado a eso, y en cierta medida, seguimos conformándonos.
El problema es que el planeta ya no está del todo fatal, sino atravesando una crisis ecológica, y por extensión social, sin precedentes. Los avisos de la comunidad científica se han transformado en señales de emergencia climática que ya experimentamos en forma de sequías, lluvias torrenciales u olas de calor; y los indicadores de biodiversidad, que son indicadores de nuestra calidad de vida, caen exponencialmente, lo que se traduce en extinciones, desaparición de paisajes y paisanajes. Lo común deja de serlo, de noches con grillos, a ciudades con gorriones, a ríos con agua o bosques con árboles.
No nos resignemos. Estamos ante una década crucial para controlar el cambio climático y frenar la sexta gran extinción, dos retos imprescindibles para poner fin a la pobreza y la inequidad. Es preciso articular respuestas sólidas y globales. Sí, globales. La justicia ambiental internacional es la pieza clave que falta para no dejar a nadie atrás. Es una realidad que, contar con el derecho al medio ambiente (y el deber de cuidarlo) a nivel nacional no ha sido acicate suficiente, a pesar de que ya el 80% de los Estados lo hacen. También es cierto, que esto está cambiando, aquí y en el resto del mundo.
Afortunadamente ahora sí podemos decir que la gente, en la calle, en los pueblos, y con sus decisiones en el día a día, defiende de forma mayoritaria su derecho cívico al medio ambiente. Y podemos decir que los poderes públicos y económicos, aunque tarde, aunque de forma insuficiente, aunque tímidamente, están empezando a asumir su cuota de responsabilidad (Solo empezando y no todos).
Es momento de otorgarnos la garantía global de colocar al derecho al medio ambiente en el lugar que le corresponde: en la Declaración Universal de Derechos Humanos. El pasado viernes, se dio un paso para logarlo: el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, con el apoyo de España, aprobó una resolución que reconoce, por primera vez, el derecho al medio ambiente limpio, saludable y sostenible como un derecho importante para el disfrute de los derechos humanos. La resolución, con la jerga propia de la diplomacia, acaba invitando a la Asamblea General de la ONU a considerar el tema.
Es un paso histórico decisivo. Por eso, el viernes, en Ginebra, bajo la cúpula que Miquel Barceló creó para la Sala XX de los Derechos Humanos y de la Alianza de Civilizaciones, David R. Boyd no pudo ocultar su entusiasmo. Este profesor, de inconfundible bigote -la voz del medio ambiente en Naciones Unidas-, celebraba el gran triunfo. No estaba solo. Lo festejábamos con él todo BirdLife International en el mundo y SEO/BirdLife desde España. La flamante resolución aprobada era vital para nuestra campaña 'Un planeta, un derecho'. Esa reclamación mundial que vio la luz en el día de la Tierra, y en plena pandemia, para reclamar equidad y garantizar prosperidad.
En muy poco tiempo hemos dado un paso de gigante. Un paso que ensancha la capacidad de acción del artículo 45 de nuestra Constitución, ahora sí capaz de ser ejercitado para orientar o corregir nuevas normativas globales. Un paso que está haciendo reflexionar al Parlamento de la Unión Europea, que debatirá en las próximas semanas la posibilidad de figurar en otra lista de derechos no menor: la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea. Nuestra Unión Europea.
En 1978, todos avistábamos una década crucial, un momento vital para apuntalar una democracia que tenía en cuenta el medio ambiente. Hoy el campo de juego es otro, es global. Hoy también Miguel Roca defiende a qué nos enfrentamos. El bienestar humano depende del buen funcionamiento de la tierra. La prosperidad de la humanidad depende del estado de salud del planeta. Nos quedamos sin tiempo. Esta maldita pandemia debería servirnos para evitar mayores sufrimientos a la humanidad. Existen otras muchas predicciones que podrían cumplirse, como los conflictos por los recursos básicos como el agua, las hambrunas u otras pandemias.
Hoy, tras la mayor crisis mundial reciente en tiempos de paz, se impone gritar como sociedad: ¡ni un grado más, ni una especie menos! y aclamar a la gobernanza mundial que gozar de un planeta sano se consagre como un derecho universal más.
Asun Ruiz es directora ejecutiva de SEO/Birdlife
En 1978, España se convirtió en la segunda democracia en reconocer el derecho al medioambiente en su Constitución. Al parecer, en su momento, los redactores de la Carta Magna pensaron en este derecho como algo “tópico”, citando las palabras de Miquel Roca al respecto. Es perfectamente comprensible: en ese momento, y en esa España, resultaba difícil hacerse una idea de la relevancia que iba a cobrar la defensa del medio ambiente para nuestra propia supervivencia. Nos habíamos acostumbrado a vivir en ese mundo “no del todo fatal” al que se refería la bióloga y conservacionista Rachel Carson, autora del imprescindible libro 'La primavera silenciosa'.