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Metano: la batalla que estamos librando contra el enemigo invisible
Por qué este gas de efecto invernadero debería ser una de nuestras principales preocupaciones y qué es lo que estamos haciendo al respecto para ganarle la guerra climática
El metano es un gas que nos resulta familiar, pero su papel en la emergencia climática ha pasado prácticamente desapercibido para la opinión pública. Cuando hablamos de la subida exponencial de la temperatura global, el primer sospechoso es, sin duda, el CO2. Sin embargo, aunque haya pasado inadvertido, el metano (CH4) es el gran enemigo invisible. Este gas ocupa el segundo puesto en el ranking de gases de efecto invernadero (GEI). Es 82.5 veces más potente que el CO2 y ha contribuido a un calentamiento global de 0.5ºC, cerca de los 0,8 ºC atribuibles al dióxido de carbono. A pesar de que ha mantenido en alerta a la comunidad científica durante décadas, las grandes corporaciones no han parado de aumentar sus emisiones a la atmósfera desde la Revolución Industrial. Ahora, la ciencia climática advierte que su ritmo está aumentando drásticamente y podría contribuir a sobrepasar puntos de no retorno que dispararían las temperaturas por encima de los 1,5ºC, el máximo al que se ha comprometido la comunidad internacional.
No solo es preocupante su contribución a la crisis climática, también tiene repercusiones indirectas sobre la salud de las personas. Esto se debe a que el metano es un gas precursor del dañino ozono troposférico (O3). El ozono producido por las emisiones antropogénicas de metano es responsable de decenas de miles de muertes prematuras al año en todo el mundo, incluyendo miles en Europa.
"España es uno de los países clave. Sus emisiones de metano procedentes del sector agrario y el de los residuos alcanza el tercer puesto de la UE"
Pero no es pesimismo todo lo que arrojan los datos. Abordar de inmediato las emisiones de metano podría tener efectos significativos en el corto plazo. En comparación con la degradación del CO2 que requiere siglos, el CH4 tiene una vida media en la atmósfera de solo 12 años. Los resultados se notarían en poco tiempo, aliviando la situación.
Pero, ¿qué se está haciendo para atajar este grave problema? Una vez más, el compromiso internacional se vuelve a quedar por debajo de las expectativas científicas. Frente a la propuesta de reducción de un 30% para 2030 con respecto a los valores de 2020, recogida en la Global Methane Pledge impulsada por EE UU, el Programa Ambiental para la Evaluación Global del Metano de la ONU ha recomendado un objetivo del 45% para ese mismo año. Este organismo alerta que, de lo contrario, no se alcanzarían los objetivos climáticos.
En cuanto a la Unión Europea (UE), sus esfuerzos se han concentrado en las emisiones procedentes de la industria gasista a través de una propuesta de ‘Reglamento sobre Reducción de emisiones de metano en el sector energético’. Es un inicio, pero el reglamento incluye grandes lagunas al no contemplar las emisiones de la cadena de suministro de los combustibles fósiles fuera de las fronteras nacionales. Tampoco se ataja la cuestión de las fugas de metano, que son muy frecuentes en la industria petrolera y gasista, ni se limitan o prohíben cuestiones como el venteo o la quema en antorcha, que se realizan actualmente de forma rutinaria y producen pérdidas económicas, además de los impactos ambientales asociados.
La cuestión de implementar el sistema de medición, notificación y verificación (MRV) a las importaciones fósiles es esencial, ya que la UE importa el 70% de la hulla, el 97% del petróleo y el 90% del gas fósil que utiliza, lo que, según la propia Comisión Europea, representaría entre el 75 y el 90% de las emisiones de metano relacionadas con el consumo energético de la UE. Según los datos oficiales, las importaciones de petróleo y gas de la UE en 2020 aportaron unas 9.000 Mt de emisiones de metano, superando las emisiones de CO2 de 56 centrales eléctricas de carbón. Por su parte, la Environmental Investigation Agency (EIA) considera que las emisiones de metano del sector energético están infraestimadas de forma crónica, reportando que las emisiones del sector energético en 2021 fueron aproximadamente un 70% más altas que las reportadas por los gobiernos nacionales. Se pone por ello de manifiesto la necesidad de reducir las importaciones de combustibles fósiles de forma urgente, vengan de donde vengan.
El caso del gas fósil es flagrante, ya que es en sí mismo predominantemente metano. Las emisiones se producen a lo largo de toda la cadena de suministro: durante la extracción, el procesamiento, la licuefacción, la regasificación, el transporte, el almacenamiento y la distribución. De hecho, las emisiones son tan grandes que pueden detectarse mediante satélites. La falta de una adecuada implantación del sistema MRV aguas arriba de la cadena de suministro provoca que los anuncios de compañías gasistas como Enagás de reducir sus emisiones de GEI acaben como papeles mojados. Teñidos, eso sí, de verde.
Estas fugas no solo suceden durante la cadena de suministro, también durante el uso, e incluso cuando los aparatos están apagados. A nivel doméstico, un estudio de la Universidad de Stanford reporta que las calderas y cocinas a gas liberan metano (entre el 0,8% y el 1,3% del gas utilizado) a través de fugas y combustión incompleta. Ello produce la liberación de óxidos de nitrógeno, perjudiciales para la salud, que en los hogares sin campanas extractoras o con poca ventilación, pueden alcanzar o superar un límite saludable en cuestión de minutos.
Se reportan, además, casos de fugas cuando se utiliza en forma licuada (GNL), por ejemplo según los datos proporcionados por la Organización Marítima Internacional (OMI), al utilizarse como combustible marítimo dichas pérdidas se producen directamente en los motores de los barcos. Se estima que, en función del tipo de motor, entre el 0,2% y más del 3% del gas fósil se escapa en el proceso de combustión y se libera directamente a la atmósfera.
Por si fuera poco, poniendo en perspectiva la contribución del sector energético, esta propuesta de normativa presentada por la Comisión Europea solo abordaría el 19% de las emisiones totales de CH4 en la UE. El grueso de las emisiones de metano, el 53% por ciento, se corresponde con la actividad agraria, siendo la ganadería la fuente principal. Es evidente que sin una directiva específica para esta industria no se alcanzará una reducción significativa. Por otro lado, también se ha de prestar atención a las emisiones derivadas de la gestión de los residuos. Estas equivalen al 26% de las emisiones totales de CH4 en la UE.
En cuanto a las emisiones de metano procedentes de estas fuentes, España es uno de los países clave. A pesar de ocupar el sexto lugar en el ranking de emisiones de CO2 totales, cuando hablamos de las emisiones de metano procedentes del sector agrario y el de los residuos alcanza el tercer puesto (un 11% del total de la UE-27 en ambos casos). En este último, el Estado español tiene un gran reto por delante, ya que datos satelitales han identificado a dos vertederos de Madrid como los principales focos emisores de CH4 en Europa.
En este contexto, es necesario establecer medidas ambiciosas para atajar la reducción de las emisiones de metano. La solución más directa, más allá de reforzar e implementar un reglamento ambicioso (lo cual es necesario), pasaría por reducir al máximo la utilización de combustibles fósiles en el sector energético lo antes posible, reducir las importaciones y por ende las emisiones asociadas a la cadena de suministro. Esto ayudaría, asimismo, a reducir la dependencia energética.
Por otro lado, los datos arrojan que hacen falta profundas transformaciones en el modelo agroindustrial para mitigar las emisiones asociadas a la producción intensiva. Para ello, se debería reducir el consumo de carne y avanzar hacia un modelo agroecológico menos intensivo en emisiones de metano y en el que los ecosistemas pasen a ser sumideros de carbono. Por último, queda de manifiesto que es necesario trabajar en la prevención en la generación de los residuos mediante la aplicación del principio de jerarquía en la gestión (reducción, reutilización, reciclaje y valorización, en ese orden) y la implementación de la economía circular de los materiales, sobre todo en la reducción del vertido de los biorresiduos sin estabilización previa. Los vertederos son una pieza clave al representar la principal fuente de emisiones de este gas dentro de la gestión de los residuos.
Pablo Saballera es antropólogo e investigador de Ecologistas en Acción.
Marina Gros es biotecnóloga y responsable de campaña de Gas de Ecologistas en Acción.
El metano es un gas que nos resulta familiar, pero su papel en la emergencia climática ha pasado prácticamente desapercibido para la opinión pública. Cuando hablamos de la subida exponencial de la temperatura global, el primer sospechoso es, sin duda, el CO2. Sin embargo, aunque haya pasado inadvertido, el metano (CH4) es el gran enemigo invisible. Este gas ocupa el segundo puesto en el ranking de gases de efecto invernadero (GEI). Es 82.5 veces más potente que el CO2 y ha contribuido a un calentamiento global de 0.5ºC, cerca de los 0,8 ºC atribuibles al dióxido de carbono. A pesar de que ha mantenido en alerta a la comunidad científica durante décadas, las grandes corporaciones no han parado de aumentar sus emisiones a la atmósfera desde la Revolución Industrial. Ahora, la ciencia climática advierte que su ritmo está aumentando drásticamente y podría contribuir a sobrepasar puntos de no retorno que dispararían las temperaturas por encima de los 1,5ºC, el máximo al que se ha comprometido la comunidad internacional.
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