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Estados Unidos: jubilados en bancarrota
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Salvador Mas

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Estados Unidos: jubilados en bancarrota

Es curioso cómo de diferentes se ven las cosas de la crisis desde el otro lado del Atlántico. Aunque ya las sabes, sólo cuando estás allí

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Estados Unidos: jubilados en bancarrota

Es curioso cómo de diferentes se ven las cosas de la crisis desde el otro lado del Atlántico. Aunque ya las sabes, sólo cuando estás allí las llegas a entender mejor. La diferente sensibilidad de los ciudadanos al problema de la deuda, por ejemplo: cómo las familias americanas asumen que en el fondo el déficit o la deuda pública se convierten, a fin de día, en déficit o deuda privado. El famoso reloj de la deuda no sólo marca una gigantesca cifra macro que corre a toda velocidad (puedes consultarla en tiempo real aquí), sino (y ahí está la diferencia) la parte de esa pesada tarta que toca a cada ciudadano.

 

Esa idea de vaso comunicante entre las deudas está asumida de forma generalizada: si el Estado se endeuda más, las familias y empresas ahorran para compensar esa deuda o para pagar los impuestos que acarreará. La generalización de esta idea resulta algo extraña viviendo en un país en los políticos piensan a menudo que el dinero público no es “de nadie” o como mínimo actúan como así fuera. Y  por supuesto, explica las diferencias de enfoque en cualquier debate político y social, como por ejemplo, el rechazo de los contribuyentes de Chicago a la candidatura olímpica o la actitud de los americanos ante la reforma sanitaria de Obama: nos cuesta mucho entender que en ese empeño el presidente se haya podido dejar tantos puntos de popularidad ciudadana sin percibir cómo ellos lo hacen el reloj de la deuda con su “family share”. El reloj está ahí, no sólo a la vista de taxistas y peatones, también interiorizado por todo americanito medio.

 

Esta estructura mental también condiciona la relación de los clientes de banca con sus entidades y asesores, muy diferente también. Basta un paseo por cualquier banco comercial americano para ver la diferencia entre lo que preocupa allí y aquí. La resaca de la “burbuja hipotecaria” en la que muchas familias se endeudaron irresponsablemente, pasa por una vuelta a los fundamentos de la planificación financiera. En este sentido, se ha agudizado la sensibilidad de las entidades hacia los planes de jubilación: “retirement plan” son las dos palabras más recurrentes en la publicidad de la banca comercial.

 

Y la preocupación no es para menos, la verdad, porque esos planes de jubilación privados (conocidos allí por el mote de 401k) son la base del sistema de pensiones americano, del bienestar de sus jubilados. Su funcionamiento es muy liberal: los trabajadores tienen libertad para realizar o no sus aportaciones y las decisiones de inversión durante el plan dependen de ellos. Ahorrando a través de un 401k se difieren los impuestos hasta el momento del rescate.

 

Los resultados para la última generación de jubilados (cuyo número obviamente ha aumentado en una crisis como la actual), son deprimentes, un auténtico crack: de 2.007 a marzo de 2.008 el patrimonio de esos planes cayó un 31%, según Fidelity. Perder un tercio de los ahorros acumulados durante toda una carrera en el último momento debe ser bastante duro, sobre todo sin capacidad ya de recuperar. El patrimonio medio de un 401k en 2.008 era de poco más de 45.000$, que más que para una retirada digna, da para una bancarrota. O como mínimo para retrasar la jubilación, algo complicado con el paro actual. Michael Moore tiene material para un par de documentales, de esos que tanto gustan en Europa.

 

Aunque sólo sea para mejorar en el futuro, hay motivos para indagar cuáles han sido las causas de este desastre, más allá de la caída de los mercados. La primera es clara: aunque la mayoría de los trabajadores americanos sí tienen planes 401k, de media han contribuido (de media) poco y mal. Parece que es difícil imponerse a uno mismo la disciplina necesaria para aportar periódica y establemente, a pesar de lo que está en juego.

 

La segunda causa es la poca lógica con qué se han invertido esos planes, con un bajo uso de seguros de ese plan y una exposición al riesgo que paradójicamente, iba siendo menor a medida que el trabajador iba teniendo más edad: los resultados “de media” son peores en las franjas de edad 55-65 que en las anteriores. Además la mayoría de los ahorradores han invertido en renta variable en los momentos de euforia y salido de bolsa en el pánico.

 

Sin disciplina de ahorro y una lógica diversificación de la cartera en cada momento no hay manera. Los ahorradores han actuado en libertad, sí, pero de forma poco racional. El daño para esta generación ya está hecho, pero cabe pensar en un sistema más organizado o simplemente en alguna otra solución que tampoco sea refundar un sistema público de pensiones que dispare (aún más) el reloj de la deuda:

 

- por ejemplo, que se obligue al trabajador a contribuir regularmente con una cantidad mínima (en Chile hacen esto, por ejemplo) para su jubilación. Aunque esta medida choca con el espíritu liberal yanqui, se podría utilizar el mismo argumento que subyace en su nada liberal legislación antitabaco: “no ahorrar puede ser letal para su salud”;

 

- otra: mejorar la inversión de ese ahorro a largo plazo. Aquí, aunque el Estado también puede hacer cosas por aumentar la cultura financiera del país, que es un bien común, finalmente invertir bien o mal va a depender de cada ahorrador. O como mínimo del asesor que elija. En cualquier caso, la elección del asesor la hace el cliente final. Y la cultura de la planificación financiera es, también y sobre todo, un bien privado, de aquél que la tiene o no la tiene.

Es curioso cómo de diferentes se ven las cosas de la crisis desde el otro lado del Atlántico. Aunque ya las sabes, sólo cuando estás allí las llegas a entender mejor. La diferente sensibilidad de los ciudadanos al problema de la deuda, por ejemplo: cómo las familias americanas asumen que en el fondo el déficit o la deuda pública se convierten, a fin de día, en déficit o deuda privado. El famoso reloj de la deuda no sólo marca una gigantesca cifra macro que corre a toda velocidad (puedes consultarla en tiempo real aquí), sino (y ahí está la diferencia) la parte de esa pesada tarta que toca a cada ciudadano.