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De Cafeterías Morrison a Corporación Dermoestética, pasando por la ‘sobrerregulación’ en los mercados
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Jesús García

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De Cafeterías Morrison a Corporación Dermoestética, pasando por la ‘sobrerregulación’ en los mercados

La otra noche, en una cena de amigos en la que un conocido economista nos amenizó declamando algunos versos de su niñez, dos viejos lobos del

La otra noche, en una cena de amigos en la que un conocido economista nos amenizó declamando algunos versos de su niñez, dos viejos lobos del parqué madrileño, uno periodista después de fraile bursátil y otro gestor, se afanaban en darle detalles a una joven analista sobre lo mejor y lo peor de la Bolsa de la década de los 70 y recordaban una espectacular salida al mercado.

Es cierto que creó muchísima expectación aquella OPV de una mediana compañía, llamada Cafeterías Morrison, propiedad de un indiano que había hecho fortuna y necesitaba crecer y poner en valor su empresa, con dos locales en Madrid, uno en Arapiles y otro en Gran Vía. Iba a competir con la cadena de Cafeterías California y los Manila de turno, que no estaban en Bolsa. Ahí es nada, porque lo iba a hacer desde la cuna del stock exchange madrileño.

Aquel debut bursátil se hizo sin grandes complicaciones, sin dificultades para registrarse, pagando los cánones correspondientes y saliendo a cotizar, puesto que lo único que había que demostrar era que se tenían tres años de beneficios, un capital mínimo determinado y un mínimo de colocación para que el valor tuviera liquidez suficiente.

Luego bastaba, aunque no era obligatorio, contratar a un cuidador del valor medianamente razonable. En aquellos tiempos en los que la Bolsa funcionaba de martes a viernes y de 10 a 12, era suficiente con esa medida para que las previsiones de cotización se cumplieran. De la desaparición de aquella compañía en el parqué pocos se acuerdan.

Eran aquellos años de la picardía bursátil, en la que los agentes y operadores celebraban, por separado, sus pelotazos, en la que la información privilegiada corría a raudales, tanto casi como hoy en día, y en la que la viva voz; la palabra, era tanto como un contrato ante notario.

Desde entonces hasta ahora ha llovido mucho y los mercados, aunque siguen siendo un monopolio, han hecho felizmente una reforma que acabó con los agentes –bueno, los hizo notarios-, terminó casi de un plumazo con los corros e instaló la contratación electrónica en tiempo real. Paralelamente, puso en marcha un órgano supervisor, dependiente de Economía, que ha tratado de poner orden en el sector, pero que ahora se encuentra con el vértigo y el sustancial debate de la sobrerregulación.

Manuel Conthe ha advertido en las dos últimas semanas al respecto. Una vez, en la presentación de la memoria de la CNMV, en una hora muy torera, las cinco de la tarde; pero malísima para los periodistas que siguen la Bolsa porque es cercana a la hora del cierre. Otra, en la clausura de un seminario de mid caps organizado por BME.

Existe, por lo tanto, una verdadera preocupación por este asunto. Las pequeñas y medianas empresas no se acercan al mercado, entre otras cosas, por esa excesiva regulación. Bueno, hay que tener en cuenta también que buscar financiación por medios distintos al mercado es mucho más fácil con tipos de interés oficiales del 2%. Aún así, y aunque con la llegada del Nuevo Mercado se rompió aquella máxima de varios años de beneficios, lo cierto es que cotizar cada vez resulta más engorroso y costoso, tanto que asusta a algunas mid caps dispuestas a crecer en los mercados de valores.

Folletos, folletos ampliados, folletos continuos, trípticos, planes de negocio, auditorías, con o sin salvedades, adecuación a las NIC, dos códigos de buen Gobierno, informe del Gobierno Corporativo, cuentas trimestrales y anuales, página web, hechos relevantes, atención al accionista y un sin fin de requerimientos, que aún así no impiden ni de lejos que el pequeño accionista sufra los avatares de algunas grandes empresas.

No son pocos, además, los emisores que, ante tanta regulación y exigencia, hacen preferentes cotizadas en Luxemburgo o emisiones de obligaciones, que dejan a verlas venir a los adquirentes de estos activos, puesto que para conocer los precios se las ven y se las desean.

Pero una cosa es la transparencia, la necesidad de presentar la contabilidad como mandan los cánones, sobre todo tras los escándalos de los últimos años, y otra que esas exigencias impidan por sus altos costes la salida al mercado.

Entre ambos lados, entre Cafeterías Morrison -cuando la Bolsa era una especie de ciudad sin ley- y las exigencias que ha tenido que cumplir cualquiera de las empresas que está cotizando o va a cotizar, como Corporación Dermoestética, cuyo folleto, por cierto, es muy revelador, tiene que haber una zona intermedia que facilite la salida al mercado de pequeñas y medianas empresas sin costes excesivos.

Los fondos de capital riesgo se están poniendo como el tenazas de sacar empresas del mercado, entre otras cosas, porque no quieren que les controlen de este modo. Amadeus es la penúltima.

El regulador lo tiene difícil para deshilvanar ahora las normas que son pesadas, aportan poco o simplemente complican la salida a Bolsa, pero son necesarias para conseguir la mínima transparencia necesaria y conocimiento al mercado y las que son un obstáculo verdadero y no restan esa transparencia.

Diferenciar las condiciones de negociación de las grandes empresas y las medianas, una idea lanzada por Conthe estos días, es todo un desafío que abre el debate entre los dos extremos: la autorregulación y la regulación excesiva. De este desafío depende, en gran parte, el ensanchamiento de un mercado como el español donde aún existen muchos sectores de la economía no representados. Acaba de solicitar su salida del mercado Volkswagen, última empresa automovilística cotizada en Bolsa tras aquella fiebre de los 90 que trajo a nuestra Bolsa también a Commerzbank, ambas con una liquidez casi inexistente.

La otra noche, en una cena de amigos en la que un conocido economista nos amenizó declamando algunos versos de su niñez, dos viejos lobos del parqué madrileño, uno periodista después de fraile bursátil y otro gestor, se afanaban en darle detalles a una joven analista sobre lo mejor y lo peor de la Bolsa de la década de los 70 y recordaban una espectacular salida al mercado.

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