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Que vienen las OPVs: un nuevo ejército de chicharros en la rampa de salida
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Jesús García

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Que vienen las OPVs: un nuevo ejército de chicharros en la rampa de salida

Una docena de pequeñas y medianas empresas llamadas a engrosar el alucinante mundo de los chicharros está en la rampa de lanzamiento de la Bolsa o

Una docena de pequeñas y medianas empresas llamadas a engrosar el alucinante mundo de los chicharros está en la rampa de lanzamiento de la Bolsa o al menos eso dicen. Es el mercado más usado para financiarse, pero también para poner en valor a la compañía, para salir airosos de la empresa y para intentar forrarse con la demanda existente y con la inexistente.

En fin, esa sal que da alegría, engorda y engrasa a los bancos de inversión, a las sociedades de valores, a la siempre ávida de noticias prensa económica y, en suma, al mercado que vive de esas campanadas matinales en la que todos disfrutan y el pequeño inversor cruza los dedos para ver si se le aparece la virgen.

Hay milagros en los que incluso se gana mucho, pero en otros, como el de Telefónica Móviles, queda claro años después que nunca valieron aquello que pagaron los minoritarios. Sin embargo, el de Móviles no es un caso excepcional. Hay muchos otros en los que la valoración se hizo de aquella manera. Como siempre con todas las bendiciones, aunque el mercado nunca las aceptó. Cosas que tiene la vida.

Igual ocurre con algunos directores globales de OPVs que, después de situar el valor allá donde requiere el cliente, termina el periodo de acompañamiento y se van dando un portazo.

Es lógico, aunque no lo sean las altísimas comisiones que se cobran por situar a una empresa en el mercado. Ha habido casos como el de Corporación Dermoestética en los que la comisión alcanza el beneficio de un año o más. Y esto suele ser habitual en las empresas que no son demasiado grandes. Así, es lógico el enorme esfuerzo que hace el banco de inversión de turno por convencer y colocar entre sus clientes un papel del que se desconoce casi todo.

Eso mismo pasa con algunas emisiones de preferentes en las que se paga más al que coloca que al sufrido comprador, que recibe rendimientos realmente escasos mientras que quien vende la burra se lleva los éxitos y el dinero a la buchaca, que diría un catalán.

Pero en las salidas de nuevo cuño existe, en esta ocasión, un elemento diferente. La existencia de private equity dispuestos a sacar la rentabilidad prometida cuando llegaron a la compañía, y que, como es normal, se niegan a que los precios de salida tengan excesivos descuentos.

Ya hay ejemplos con Morgan en Fadesa, con 3i en Renta Corporación, con GED en Corporación Dermoestética y Morgan Stanley en todas, además, como director o colocador. Por cierto, es de gran interés seguir los informes de MS antes y después. El último de Corporación Dermoestética no tiene desperdicio.

También hay otro elemento nuevo, la idea de colocar las empresas mediante listing a inversores cualificados y limitar mucho la oferta a los minoritarios. Es decir, sólo se tira de ellos cuando la cosa está muy malita.

Han dicho que van a salir inmobiliarias como Astroc o Parquesol, compañías online como Lanetro -donde están la familia Dolset, Apax Partners e Inova-, General de Alquiler de Maquinaria (GAM) -en la que están Dinamia y Nmas1- y se ha oído hablar de Grifols, Isolux, Técnicas Reunidas, Vueling, la inmobiliaria San José e incluso Marina d’Or, sin olvidarnos de la recurrente salida al mercado de BME, convertida en algo más que el parto de la burra o el lobo que nunca llega.

Veremos cuántas de ellas están a medio plazo en el mercado cotizando, sobre todo con el petróleo camino de los 72 dólares.

Nos topamos con un nuevo frenesí de salidas a Bolsa. Nada que ver con el capitalismo popular de grandes compañías privatizadas. Aunque allí también hubo casos escandalosos, como el de la primera privatización de Repsol, que algunos periodistas avezados de la época titularon como Repshow.

Ahora son microcaps o así les han llamado algunos entendidos. Una retahíla de empresas medianas que llegan al parqué para vender sus expectativas y que son directamente incluidas en el capítulo de chicharros, chicharrillos y chicharrones, mientras que no decidan ampliar capital e ir más allá de donde salieron.

Los de BME deberían pensar en un nuevo índice de chicharros. Sería un éxito.

Toda una generación de nuevas y medianas empresas -una mayoría inferior a los 1.000 millones de euros- dispuestas a engrosar ese apasionante submundo, los valores del furgón de cola, los que viven entre la iliquidez y la fácil manipulación, los que aportan tantos riesgos como incapacidad para salir de la vorágine de los foreros dispuestos a un intradía que aporta emociones y en algunas ocasiones hasta ganancias, suculentas o espectaculares pérdidas.

Y pasan las modas de las OPVs y se reproducen los esquemas, con la Comisión Nacional del Mercado de Valores parando balones en la división de emisiones o echándolos fuera como si de un portero autómata se tratara y siempre con el flanco de los bancos de inversión descubierto, sin capacidad aparente para saber cuál es la demanda existente, esa especie de multiplicación de los panes y los peces que suele desaparecer una vez colocada la empresa.

Es necesario mantener la cabeza fría antes de participar en esta fiebre de ofertas que aprovecha el momento de liquidez del mercado. No va más.

Una docena de pequeñas y medianas empresas llamadas a engrosar el alucinante mundo de los chicharros está en la rampa de lanzamiento de la Bolsa o al menos eso dicen. Es el mercado más usado para financiarse, pero también para poner en valor a la compañía, para salir airosos de la empresa y para intentar forrarse con la demanda existente y con la inexistente.

Oferta Pública de Venta (OPV)