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La liquidez… el maná en el desierto
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Juan Gómez Bada

Rumbo Inversor

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La liquidez… el maná en el desierto

Antes de invertir debemos pensar en cuál es la utilidad del patrimonio para nosotros

Foto: Foto: Flickr/Ken Teegardin.
Foto: Flickr/Ken Teegardin.

Fernando no gasta todo lo que ingresa. Ahorra mensualmente unas cantidades sin un objetivo concreto. No sabe cuándo puede necesitar el dinero y decide invertirlo para que la inflación no se coma poco a poco el valor. No tiene previsto utilizarlo en mucho tiempo. Por ello decide invertir una parte de su patrimonio en un plan de pensiones, otra en un producto garantizado bancario a 15 años, otra en el capital de la empresa de un amigo y otra en un fondo de capital riesgo.

Dos años después cambia su idea inicial. Necesita disponer de ese capital para destinarlo a algo que no tenía previsto (montar un negocio, comprar un inmueble, estudiar un máster en el extranjero, realizar un gran viaje, tratar una enfermedad grave, etc).

Se encuentra con un serio un problema. El plan de pensiones no lo puede rescatar hasta que no se jubile o pasen otros ocho años. Si cancela el producto bancario anticipadamente pierde una parte significativa del capital frente a una rentabilidad positiva garantizada que obtiene si espera al vencimiento (faltan 13 años). La empresa de su amigo va bien, pero no hay compradores de su participación a precio decente y no quiere regalarla. Y por último, al fondo de capital riesgo le faltan muchos años para que se desinvierta y devuelva el dinero a los partícipes. Fernando necesita el dinero, tiene patrimonio suficiente y sus inversiones van bien, pero no puede recuperar su capital o perdería mucho respecto a su valor por la venta anticipada.

Perseguir una mayor rentabilidad no es motivo para comprometerlo de una manera que no podamos disponer de él cuando lo necesitemos

Para evitar este problema, antes de invertir debemos pensar en cuál es la utilidad del patrimonio para nosotros. Perseguir una mayor rentabilidad no es motivo para comprometerlo de una manera que no podamos disponer de él cuando lo necesitemos. Si no está cuando hace falta es como si no estuviese.

El capital que no tengamos previsto utilizar en el corto plazo conviene invertirlo, pero aquella parte que podamos necesitar para cubrir cualquier imprevisto, decisión de consumo o realizar otra inversión debería estar en activos vendibles a bajo coste, incluyendo como coste la diferencia entre precio de venta y valor razonable. Debemos ser conscientes de que en mercados ilíquidos el comprador tratará de aprovecharse de nuestra necesidad de venta y ofrecerá un precio muy bajo comparado con su valor.

Muchas veces quien nos ofrece una inversión nos pone los dientes largos hablándonos de elevadas rentabilidades a un determinado plazo u horizonte temporal. Habitualmente omiten comentar qué pasaría si queremos salir de esa inversión antes de tiempo. Corresponde a los inversores analizar si se puede y qué coste real tendría en dicha tesitura recuperar el capital.

Fernando no gasta todo lo que ingresa. Ahorra mensualmente unas cantidades sin un objetivo concreto. No sabe cuándo puede necesitar el dinero y decide invertirlo para que la inflación no se coma poco a poco el valor. No tiene previsto utilizarlo en mucho tiempo. Por ello decide invertir una parte de su patrimonio en un plan de pensiones, otra en un producto garantizado bancario a 15 años, otra en el capital de la empresa de un amigo y otra en un fondo de capital riesgo.

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