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¿PIG, PIGS o PIIGS? Esa es la cuestión
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Víctor Alvargonzález

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¿PIG, PIGS o PIIGS? Esa es la cuestión

Soy de la opinión de que la eurozona puede manejar perfectamente tener a los PIG en casa. Es más, al euro tampoco le pasaría nada si

Soy de la opinión de que la eurozona puede manejar perfectamente tener a los PIG en casa. Es más, al euro tampoco le pasaría nada si Portugal, Italia o Grecia lo abandonaran. De hecho, lo que haría es subir como la espuma. Un globo que suelta lastre sube, no baja. No hace falta ser economista para entenderlo.

Otra cosa es el impacto político, pero yo hablo de mercados, no de política, salvo que afecte a los mercados, claro. El problema PIG es un problema que tiene dos soluciones muy claras: o pagar por tenerlos en casa, o que abandonen el club. Pero, por duro que sea decirlo, es un problema con solución, por traumática que resulte, en términos políticos, la segunda opción y, en términos económicos, la primera. Y así acabarán viéndolo los mercados.

Además, en el caso de que la solución adoptada sea mantener a los PIG dentro de la divisa común  -pagando el resto sus cuotas de socio- habría una ventaja, y es que ayudan a que el euro no esté tan fuerte que no haya quien exporte. Tengamos en cuenta que Alemania, la jefa del club, exporta un tercio de su producción a países que están fuera del euro. Y tiene que competir con un dólar débil, pues los americanos, que no son tontos, prefieren que por el momento su divisa esté barata, para que el precio de sus exportaciones resulte atractivo. En Europa, por el contrario, tenemos un banco central obsesionado con la inflación. Es tal la obsesión que, cuando alguien se postula para dirigirlo, lo primero que dice es que hay que subir los tipos de interés. Como el que dice “buenos días, me llamo Zutano”. Aunque en ese momento la inflación no sea un problema ni tenga aspecto de serlo a medio plazo. Con este banco central, si encima tiran al PIG por la borda, el globo (el euro) puede acabar en la estratosfera. Ni desaparecería ni perdería valor. Moriría de éxito, si es que se le puede llamar así, porque en términos políticos y sociales sería un auténtico fracaso.

Por el contrario, si el problema es de PIGS -con “S” de Spain-, la cosa se complicaría. España es mucha España. La cuarta economía de la eurozona, con lazos comerciales y financieros importantísimos con los países sanos (o con capacidad de sanar) y cantidades ingentes de sus bonos en bancos de esos países. Mal asunto. La salida de España del euro no sería una buena noticia para los mercados, ni siquiera para el euro. Una cosa es que te quiten unos michelines en una liposucción y otra que te corten un brazo (sugiero lean mi post de hace unos meses titulado “La última trinchera”). Así que si llegáramos a ese extremo, cosa que dudo -aunque conociendo a nuestros políticos no descarto- la consigna para el inversor sería vender activos de riesgo, comprar dólar, franco suizo y otros activos conservadores y esperar a que pase la tormenta. Y, por supuesto, tener en cartera sólo fondos de gestoras internacionales domiciliados en Luxemburgo o en cualquier otro país que esté firmemente anclado en el euro, en lugar de fondos u otros productos de entidades españolas, porque esos, de entrada, se comerían la devaluación por el artículo 33, como el resto de activos depositados en España.

El acabose sería que aumentara el ruido sobre la posibilidad de que entrara Italia en la ecuación. Es posible, aunque francamente improbable, que el euro pudiera sobrevivir a la salida de España. Pero sin Italia, no. Italia no hizo como España del Monopoly su modelo económico. Es un país innovador, con industria, capacidad de exportar, etc. No solo no se merece sufrir las mismas consecuencias que quienes decidieron comprar todas las papeletas en el sorteo de una crisis inmobiliario financiera, sino que su importancia ya no es sólo política, es también industrial. Desde la Fiat, pasando por Prada y siguiendo por su importantísima actividad manufacturera, Italia merece castigo por endeudarse en exceso, pero no por su modelo económico. Si acabara fuera del euro, al fracaso político se uniría el fracaso total de la idea misma del euro como concepto económico.

Así que si en los mercados lo que se habla es de PIG, no venda, o limítese a cubrir la cartera (hoy en día es sencillísimo cubrir una cartera de fondos frente a un aumento temporal de la volatilidad). Esa crisis se superará, o bien poniendo dinero de los contribuyentes -la imaginativa solución que están aplicando actualmente estos genios que tenemos por políticos- o aplicando cirugía, cuando finalmente se den cuenta que por mucho dinero que pongan el problema es que Alemania y Grecia no pueden estar en el mismo club, salvo que haya la misma autoridad económica en los dos, o que Alemania pague la cuota de Grecia, Irlanda y/o de Portugal. En cambio, si España vuelve con fuerza a la ecuación -PIGS con S- , entonces hay que buscar refugio. Y si la ecuación empieza a tomar la forma PIIGS -con doble I, es decir, Italia incluida-, entonces venda todos sus activos de riesgo, compre dólar, oro, franco suizo y váyase de vacaciones. Ya veremos en qué interesa invertir cuando acabe la debacle de la Unión Europea. Pero seamos optimistas. Lo más probable es que Grecia y algún otro país tengan que reestructurar su deuda, que los ricos sigan pagando la cuota de los pobres y avalando sus deudas o incluso que alguno o todos los PIG acaben saliendo del euro, lo cual a la larga no sería malo para los mercados, que adoran las soluciones drásticas que acaban con la incertidumbre. Pero, afortunadamente, el peor escenario, que el tema acabe en PIGS  -o en PIIGS- fuera del euro, es altamente improbable. Y no digo imposible sólo porque en política no existe límite a la incompetencia, y al fin y al cabo los políticos son los que mandan.

Soy de la opinión de que la eurozona puede manejar perfectamente tener a los PIG en casa. Es más, al euro tampoco le pasaría nada si Portugal, Italia o Grecia lo abandonaran. De hecho, lo que haría es subir como la espuma. Un globo que suelta lastre sube, no baja. No hace falta ser economista para entenderlo.