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Víctor Alvargonzález

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Es la segunda mejor en el AVE después de la clase Club, así que seguro que a más de uno lo de acciones preferentes le sonó

Es la segunda mejor en el AVE después de la clase Club, así que seguro que a más de uno lo de acciones preferentes le sonó a accionista VIP. Es más, el tipo de interés era auténticamente VIP si se comparaba con los ya de por sí elevados intereses que pagaban bancos y cajas por conseguir ese dinero que no les prestaban ni el mercado ni otros bancos y cajas. Así que verde y con asas, ¿no?

Pues no. Pero vayamos por partes. Primero: no tengo nada en contra de las acciones preferentes como vehículo de inversión en sí. Como les ocurre a casi todos los productos financieros –quietando los fondos garantizados– no son malos “per se”. Depende de para quién. Las acciones preferentes, si son de una entidad solvente y son compradas en un momento de altos tipos de interés y con las entidades financieras con el agua al cuello, pueden ser un excelente y muy rentable instrumento financiero. Lo pueden ser, por ejemplo, para una fundación o un plan de pensiones. Una Fundación permanece en el tiempo. Como las acciones preferentes. Y son acciones, como su nombre indica, aunque también se parezcan a una deuda de una entidad financiera, así que no suelen amortizarse, o si se amortizan es cuando le conviene a la entidad financiera por cuestiones de mercado. Así que si un banco le ofrece al director financiero de una fundación acciones preferentes de la entidad y además le explica con detalle la letra pequeña, en la que se avisa de que o no se amortizarán nunca o solo cuando le venga bien al banco, y partiendo de la base de que un director financiero entiende lo que le están ofreciendo y considera que es una oportunidad de garantizarse un buen tipo de interés, pues perfecto.

Ahora bien, lo que para el director financiero de una fundación puede suponer garantizarse un tipo de interés, para un ahorrador medio puede significar quedarse literalmente atrapado en un activo. Para toda su vida y la de sus descendientes, porque, y aquí viene la segunda cuestión que hay que explicar muy bien, las acciones preferentes se pueden vender, pero no es fácil y como son muy ilíquidas casi siempre se venden muy mal, porque el comprador –que sí sabe lo que está comprando y por qué– aprovecha que compradores hay pocos y vendedores muchos y pone sus condiciones.

De nuevo la cuestión del perfil de inversión: para ese comprador –por ejemplo, el gestor de un plan de pensiones– el producto es adecuado –importante palabra en este asunto–, mientras que para el que lo está vendiendo ha resultado totalmente inadecuado.

Pero ahí no acaba la cosa. Cuando se compra algo que paga dividendos hay que analizar las expectativas de pago de dividendos de esa empresa, porque si la empresa va mal pues no los paga o paga menos. Y cuando se trata de ese curioso espécimen que es un banco dirigido y gestionado por políticos, espécimen que quedará a la historia como ejemplo de lo que no se debe hacer nunca en banca, pues las probabilidades de que el accionista “preferente” acabe pagando el pato son inversamente proporcionales a que las paguen los políticos, como de hecho se ha demostrado. Hay miles de personas que pagan el pato de las preferentes, pero ¿cuántos políticos?

No voy a ir a la conclusión fácil de qué malos son los bancos. El problema es mucho más profundo. El problema es que en España en el sector financiero no se respeta la cadena básica de producción y distribución de la economía de mercado. Por ejemplo: los medicamentos los fabrica un laboratorio, luego los distribuyen las farmacias y los que aconsejan a los pacientes son los médicos. O las propias farmacias, que normalmente aconsejan bien porque no son fabricantes, son distribuidores y quieren que doña María venga siempre con sus recetas a la farmacia. En general trabajan, como el médico, por y para sus clientes, porque sus ingresos dependen de ellos. En cambio, el laboratorio lo que quiere –y está en su derecho– es vender sus medicamentos, cuantos más, mejor.

¿Se imaginan que el laboratorio, las farmacias y el médico fueran del mismo accionista? Pues eso ocurre exactamente en la industria financiera española: el banco fabrica sus productos – como es lógico–, los distribuye a través de sus sucursales –no a través de redes de distribución independientes– y además el empleado de la sucursal es el médico que receta al cliente.

Advertimos en su día sobre la importancia de que el inversor que compre preferentes esté comprando un producto adecuado a su perfil. Está sobradamente documentado. Hemos advertido muchas veces de la importancia de que los clientes se asesoren con un asesor que no tenga producto propio, que no sea fabricante, que no sea arte y parte en el asunto. Si, cierto, barremos para casa –somos asesores financieros independientes– , pero esa es la realidad: la cadena de producción se dividió hace cientos de años para evitar estos problemas, y hace años también que fuera de España los clientes se asesoran con asesores independientes, que son más que apoyados y protegidos por la administración, porque en productos complejos la figura del asesor objetivo que está del lado del cliente es fundamental. Sentimos que las circunstancias nos vuelvan a dar la razón.

La semana que viene les contaré unas cuentas ideas sobre cómo deben de actuar si son poseedores de acciones preferentes. Que pasen un buen fin de semana.

Es la segunda mejor en el AVE después de la clase Club, así que seguro que a más de uno lo de acciones preferentes le sonó a accionista VIP. Es más, el tipo de interés era auténticamente VIP si se comparaba con los ya de por sí elevados intereses que pagaban bancos y cajas por conseguir ese dinero que no les prestaban ni el mercado ni otros bancos y cajas. Así que verde y con asas, ¿no?