Telón de Fondo
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'Desinflator': bienvenidos a la desinflación digital
Cuando pensamos en la inflación, solemos tener en mente la gasolina o la cesta de la compra, pero ahora también tiene mucho que ver con Internet
Cuando pensamos en la inflación solemos tener en mente la gasolina, la cesta de la compra y toda una serie de componentes que, siendo sin duda representativos de la evolución de los precios, no lo son tanto si pensamos en la economía de un país desarrollado, donde el mayor peso corresponde al sector servicios. Y mucho menos en lo que será en el futuro. Y, como en casi todos los cambios económicos importantes actuales, éste también tiene que ver mucho con Internet.
Este verano, uno de mis hijos vino en autobús al sitio donde pasamos las vacaciones. Llegó echando pestes. Como donde veranemos no llega el AVE, en un trayecto donde en coche se tardan cuatro horas y pico - parada para ir al baño y bocata incluida - el tren tarda casi seis horas y el autobús lo mismo. O más. Encima le pusieron -y repitieron varias veces - la misma película de Tom y Jerry todo el trayecto. En cuanto al servicio al cliente, creo que para encontrar el autobús asignado tuvo que deshacerse en alabanzas, amabilidad y tacto con los empleados para captar su atención, porque los pobres iban asfixiados y no daban abasto. Eso o se quedaba en tierra, porque no había quién encontrara – o supiera donde estaba – el maldito autobús. Y les aseguro que mi hijo – al contrario que yo – no es de los que se quejan. Bueno, pues este delicioso y eficiente viaje le salió por casi 40 euros, y eso que cogió la tarifa más barata.
Como los jóvenes son jóvenes pero no tontos, y en temas de tecnología bastante más avanzados que los que somos menos jóvenes, mi hijo entró en Internet y ¿saben cómo volvió a Madrid? A través de una empresa que pone en contacto a gente que quiere hacer el mismo trayecto y uno de ellos tiene coche. Vamos, como el auto stop de nuestra época, pero con enormes ventajas si lo comparamos con la aventura que era ponerse en medio de la nada a ver quién te llevaba. Eso si te cogía alguien.
Así que, para empezar, el viaje le salió por la mitad de precio, gasolina incluida (compartieron el coste del viaje entre cuatro). Segundo: no se fue con un perfecto desconocido. El conductor y el vehículo estaban puntuados en la web, con su currículum, opiniones de usuarios, etc… Igual que los hoteles en esa web que recoge miles de opiniones de clientes y que, desde que la conozco, no voy a uno que no tenga una buena calificación en cuanto a relación calidad precio ni dejo de leerme los comentarios de los clientes. Y encima eran gente de edades similares y en el CV del conductor en la web aparecen los años de carnet. Lo que a la ida fue una mala experiencia, a la vuelta se convirtió en un viaje agradable, divertido, más corto y a mitad de precio.
Les pediría que no nos quedemos en si el sistema es más o menos seguro- desgraciadamente los autobuses también sufren accidentes– porque, además, nuestros hijos también conducen o son conducidos por amigos y conocidos cuando salen por la noche o viajan de ‘finde’, mientras que en este caso hay un ‘informe’ del conductor que ya quisiéramos tener cada vez que se suben en el coche con alguien.
Aquí hablamos de economía, de mercados y de inversiones, no de formas seguras de moverse. Comparamos las seis horas, Tom y Jerry, el mal olor y la media hora para encontrar el autobús con el autostop 2.0 y su precio. Tampoco hablamos de legalidad, porque esto no es un blog sobre temas legales, y además creo que es un servicio legal – mi hijo me dijo que pagó a la empresa, no al conductor, lo cual me suena a legal - pero si no, honestamente no sé por qué si la empresa paga sus impuestos donde tenga que pagarlos y la seguridad social a sus empleados, no tiene porque ser legal su actividad, que es parecida a la de una red social. Me preocupa más la ilegalidad demostrada de los EREs falsos, no la supuesta ilegalidad de organizarse para viajar de forma buena, bonita y barata.
Pasemos ahora al terreno de la imaginación: imaginemos que llega mi hijo a Madrid y llama al controvertido servicio ese que hace algo parecido pero compitiendo con los taxis. No se me enfaden los taxistas. Lean “Atención, nadie está seguro: llegan los 'drones' digitales”, artículo del 26 de Junio de este año, y verán que yo no soy el enemigo. Su enemigo es el de todos: el Estado gordo y glotón que tiene que vaciarnos los bolsillos para mantener su bulimia y a ellos les impide bajar precios para competir. Y esto va por las administraciones central, autonómica y local, sean del color político que sean.
Lo dicho: imaginemos que en lugar de un sufrido taxista que, machacado a impuestos, licencias y extorsiones varias por ‘protección’ del padrone frente a la competencia, va y contacta con la controvertida aplicación que compite con los taxis. Nuevo descuento (creo que alrededor de un 30%)
Luego supongamos que llega a casa y, en lugar de ir como yo al ‘super’ a hacer cola lo pide todo por Internet y, ojo al dato: como lo hace con una empresa que no tiene tiendas, sino almacenes en las afueras de las ciudades – o en medio de la nada - y una gestión muy eficiente de stocks, sus costes son mucho menores que quién tiene que mantener una tienda en el centro de la ciudad. Consecuencia: que el precio del ‘brick’ de leche o el detergente es mucho más bajo. Calculo que desde que mis hijos hacen la compra por Internet estoy pagando un 20% menos en todo lo que no es carne, pescado o fruta, y eso porque prefiero verlo y olerlo - sobre todo el pescado – y no lo encargo por Internet. ¿Que mi hijo decide luego irse a Inglaterra a ver a unos amigos? Ticket con anticipación por Internet en empresa low cost a más o menos el mismo precio que el autobús de Tom y Jerry.
Podría seguir ad infinitum: que si luego se baja una ‘peli’ por mucho menos de lo que cuesta ir al cine – hablamos de ser ‘legales’, no vale pirateársela - etc., etc. Pero llegaríamos a la misma conclusión: con el tiempo, el IPC se verá afectado por el efecto desinflacionista de los ‘drones digitales’. Incluso si ahora mismo se diera a los servicios el peso que debería en una economía donde es el sector con mayor peso, seguramente tendríamos una visión de la evolución de los precios mucho más realista. Recordemos que muchos elementos del IPC nunca van a bajar porque están dominados por oligopolios, o porque el Estado aprovecha para subir impuestos (luz, alcohol, gasolina, tabaco,..) o donde cuatro listos manejan el mercado de distribución (frutas, verduras,...).
Además, en España el turismo es con diferencia ‘la industria nacional’ ¿Creen que no influye en los precios el hecho de que existan los comparadores de precio y buscadores de ofertas como Trivago, Kayak, etc? O herramientas como Trip Advisor? ¿O en otros temas, como los Rastreators en los seguros? Y lo que vendrá señores. No dejen de leer “Atención, nadie está seguro: llegan los 'drones' digitales”, porque este y aquel son artículos complementarios y juntos dan una visión mucho más amplia y clara de lo que viene a nivel empresarial y su influencia estructural sobre casi todo lo que hasta ahora considerábamos inamovible o sobre conceptos que nos resultaban impensables (como un IPC negativo, por ejemplo).
Para finalizar, y con objeto de evitar malas interpretaciones y polémicas estériles – que no debates interesantes, serios y, muy importante, educados como el que mantuvimos el otro día en Twitter al respecto y que pueden ver en @AlvargonzalezV - ahí van una serie de aclaraciones sobre las bondades y los inconvenientes de la caída de los precios (lectura aparte de este artículo, aclaratoria y obviamente opcional, aunque muy útil para entender lo anterior. Si se la quieren saltar, pasen directamente al epígrafe ‘Conclusión’)
- Que bajen los precios – desinflación - es bueno, al menos en mi opinión. Y que además eso vaya acompañado de mejora de calidad, mejor todavía. Es la esencia del mercado eficiente.
- Incluso un periodo deflacionista (IPC negativo) no demasiado prolongado también aporta. Corre el aire. Pone las cosas en su sitio.
- Lo que no es bueno, en mi modesta opinión, es un periodo deflacionista largo, a la japonesa, porque:
Baja todo, pero, atención: también los salarios, ya que las empresas no pueden bajar constantemente sus precios de venta y, en consecuencia, sus márgenes (*), sin repercutirlo en los salarios de sus trabajadores
(*) Los costes fijos como el transporte, la energía o los impuestos no bajan (ya comenté antes porqué) así que si cae el precio de venta de forma continuada los márgenes se resienten.
Además, lo único que no baja en un periodo deflacionista - aparte de los impuestos, que esos nunca bajan - son las deudas: te bajan el sueldo, pero al banco y al concesionario de coches les debes lo mismo, no hay rebaja. Si la deflación dura un año o dos no pasa nada. Pero si dura diez … “Houston, tenemos un problema”. En Japón llevan veinte años sin salir del proceso deflacionista, quitando bocanadas inflacionistas breves y ocasionales. Eso es un problema y sino que se lo pregunten a los japoneses.
Tampoco desaparece la deuda que han generado los políticos, pues eso es básicamente lo que saben hacer: gastar dinero que no tienen. Pero el país genera menos dinero porque obviamente una deflación prolongada en el tiempo no suele ser buena para el crecimiento. Además, si bajan los salarios, se recaudan menos impuestos. Así que como país tenemos el mismo problema que como particulares. Y ya saben cómo arreglan cualquier problema los políticos: endeudándose más todavía y subiendo más los impuestos.
Aclarado esto, bienvenidos sean los ‘desinflators’ y los drones digitales, pero los gobernantes tiene que entender (ya es pedir) que el proceso de ‘desinflación digital’ tienen que ir acompañado de una política económica inteligente, de bajo endeudamiento, que premie el esfuerzo y fomente el crecimiento, no basada únicamente en crujir a impuestos a los ciudadanos, porque esa política se carga la demanda interna, si baja la demanda bajan los precios y si encima vienen los ‘desinflators’ en lugar de una sana desinflación (precios a la baja pero no negativos) nos encontraremos la fea cara de la deflación persistente.
Disculpen por la longitud del artículo. Será porque llevo tres semanas sin escribir o porque me parece un tema realmente importante para consumidores, inversores, directivos, etc. Espero que lo haya sido. Un placer estar de nuevo con ustedes.
¡Buen fin de semana!
PD. Me parece tan insultante para el contribuyente que los políticos digan que el Estado no puede generar/ahorrar dinero de su patrimonio ni apretarse el cinturón que, a partir de ahora, voy a poner todas las semanas ejemplos concretos de donde pueden hacerlo. Hoy toca inmuebles (ahí tienen buenos michelines).
Al lado de mi casa - así que sé de lo que hablo - está el Instituto de Estudios Fiscales. No sé muy bien para qué sirve, pero sí que está entre la urbanización Puerta de Hierro y la de Fuentelarreina, dos de las zonas más caras de la ciudad. No sé cuánto mide el instituto este pero les aseguro que es enorme. Todavía no he sido capaz de darle la vuelta entera paseando al perro. Vendido como solar vale un pastón (o remodelado para pisos). Y es una zona dónde los precios han bajado bastante menos que en otras, así que no vale la típica excusa de “se malvendería”.
Personalmente no me gustaría que me montaran una obra ahí, pero ¿no se puede hacer la misma ardua labor que ahí se desarrolla en, digamos, Tres Cantos? Con una pequeña parte de lo que vale el terreno al que hago alusión se compraba uno en las afueras y se construía un nuevo y flamante “Instituto de Estudios Fiscales”. Y con el resto, dinero para bajar impuestos, meterlo en el bolsillo de los ciudadanos y animar el consumo. Eso sí que sería ejemplar: vender el sitio donde se maquinan formas de crujirnos a impuestos para reducirlos y que ese dinero vaya a algo productivo.
Cuando pensamos en la inflación solemos tener en mente la gasolina, la cesta de la compra y toda una serie de componentes que, siendo sin duda representativos de la evolución de los precios, no lo son tanto si pensamos en la economía de un país desarrollado, donde el mayor peso corresponde al sector servicios. Y mucho menos en lo que será en el futuro. Y, como en casi todos los cambios económicos importantes actuales, éste también tiene que ver mucho con Internet.