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Invertir con robots, ¿estamos seguros?
El asesor financiero nos ayudará a separar emoción de racionalidad cuando corresponda, sabiendo que las emociones se gestionan, no se ignoran, como pretende un 'robo-advisor'
En este 2020, año aciago que tendrá capítulo propio en el libro de la historia de la Humanidad, quedan aún muchas dudas por resolver y mucha ansiedad que deberemos ir templando con el paso del tiempo. Una de las cosas, sin embargo, que quedaron más que claras cuando nos vimos encerrados en casa durante semanas es que la adopción de la tecnología digital ha galopado en unas pocas semanas lo que seguramente hubiera tomado años en un entorno de la llamada antigua normalidad (cómo la añoramos, por cierto).
La versión de ese salto tecnológico vertiginoso en el sector bancario es la constatación de que la banca digital no es un capricho de algunos, sino una ola imparable —por no llamarla tsunami— que cambia la forma en que los clientes se relacionan con sus bancos y viceversa. Esta tendencia, sin embargo, tiene diferentes tonalidades en función del servicio bancario de que se trate: si bien la banca comercial, la de toda la vida, está siendo desahuciada de las oficinas físicas a marchas forzadas para pasar a canales digitales, la banca privada se resiste a la virtualización sin más.
¿Alguien ha visto empatía en un 'chatbot'? Asesorar en inversiones no puede ni debe ser lo mismo que asesorar en la compra de cápsulas de café
A pocos les resulta ya inédito el término 'robo-advisor', aunque no les sea fácil definirlo. Una definición en la que podríamos estar de acuerdo casi todos sería: plataforma digital que proporciona servicios de inversión automatizados y guiados por algoritmos. Hasta ahí, todo bien. La tecnología, mejor de amiga que de enemiga. Que pregunten si no a los 'millennials' y los de la generación Z. Pero, por bien que sea cierto que el covid-19 ha acelerado la adopción digital de forma generalizada, ¿estamos seguros de que cuando se trata de asesoramiento en la gestión de nuestro patrimonio nos pondremos en manos de un robot? ¿Así, sin más?
Un 'robo-advisor' suele establecer una relación con el cliente que se basa en una serie de preguntas con respuestas cerradas para clasificarlo dentro de una serie de perfiles de riesgo predefinidos. Cada uno de estos perfiles lleva asociada una cartera modelo de inversiones que, eso sí, nos aseguran que es personalizada (como casi todo 'a priori', y como casi nada en realidad). El 'robo-advisor' nos trata como un 'robo-investor', por bien que traten de tintar de humano todo el proceso y de personalizar el resultado. Pero, seamos serios, ¿alguien ha visto un ápice de empatía en un 'chatbot'? Asesorar en inversiones no puede ni debe ser lo mismo que asesorar en la compra de cápsulas de café.
Cuando el cliente necesita incorporar complejidad y emociones en la conversación con su 'robo-advisor', la relación no fluye porque nadie le mira a los ojos ni le escucha activamente. Cuando se tiene que hablar de preparar la transición a la jubilación, planificar la herencia, vender la compañía o incluso presupuestar la compra de una primera vivienda o el nacimiento del primer hijo para un 'millennial', muy pocos son los que se pondrían en manos de un robot. Ahí es cuando se coge el teléfono y se llama a nuestro asesor financiero de cabecera, de carne y hueso. Él sí nos mirará a los ojos, nos hará preguntas con respuestas abiertas, nos escuchará empáticamente y nos devolverá respuestas a nuestras preguntas. El asesor financiero nos ayudará a separar emoción de racionalidad cuando corresponda, sabiendo que las emociones, con el miedo al frente, se gestionan, no se ignoran, como pretende un 'robo-advisor'.
Un asesoramiento financiero seguramente necesite un 'robo-4-advisor', un asesor humano que apoye sus consejos en la tecnología más puntera
Y para asesorarnos, ahí sí, deberíamos exigirle a nuestro asesor que esté dotado de unos conocimientos técnicos muy profundos y se acompañe de la mejor tecnología para gestionar la complejidad de los mercados financieros y las decenas de miles de distintos productos de inversión que podemos encontrar. En esto último, en la gestión directa de productos de inversión —de fondos, para ser más concretos—, es donde la necesidad de confiar en la inteligencia artificial, el 'big data' y los algoritmos se hace más recomendable. Un gestor de inversiones no puede permitirse que sus emociones nublen sus decisiones, porque los mercados financieros “siempre tienen la razón” y le pueden dejar en muy mal lugar durante demasiado tiempo. La conocida 'gestión de autor', cuando se identifica con la gestión 'olfativa' y no está fundamentada en criterios cuantitativos sólidos y robustos, podría estar en peligro de extinción. Me atrevo a decir que se hablará tanto o más de 'robo-gestores' que de 'robo-asesores' en los próximos tiempos.
Para cerrar, no seré yo quien niegue el papel de los 'robo-advisors' para aquellos inversores menos sofisticados y más pasivos (entiéndase como la industrialización del asesoramiento básico en inversiones). Ahora bien, pretender que esos mismos 'robo-asesores' faltos de humanidad y sin rastro alguno de empatía sean la elección preferida de los inversores que tienen necesidades más complejas, que tienen miedos y emociones que les quitan el sueño, es mucho pretender. Un asesoramiento financiero realmente personalizado e integral seguramente no necesite un 'robo-advisor', sino un 'robo-4-advisor', es decir, un asesor humano que apoye sus consejos financieros en la tecnología más puntera.
Sergi Martín Amorós es director general de Negocio de Vall Banc.
En este 2020, año aciago que tendrá capítulo propio en el libro de la historia de la Humanidad, quedan aún muchas dudas por resolver y mucha ansiedad que deberemos ir templando con el paso del tiempo. Una de las cosas, sin embargo, que quedaron más que claras cuando nos vimos encerrados en casa durante semanas es que la adopción de la tecnología digital ha galopado en unas pocas semanas lo que seguramente hubiera tomado años en un entorno de la llamada antigua normalidad (cómo la añoramos, por cierto).