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Una inflación estructuralmente más alta en Europa
Las últimas cifras 'macro' obligan a perfilar la narrativa con la que nos aproximamos a la coyuntura económica post pandemia en materia de precios
Hace unos días, se publicaron los datos de inflación de enero en la Eurozona, así como las perspectivas de inflación para 2022 en adelante recogidas en el documento de la Comisión. Estas cifras, si bien no fueron una sorpresa, sí obligan a perfilar la narrativa con la que nos aproximamos a la coyuntura económica post pandemia en materia de precios. La inflación sigue siendo transitoria, aunque persistente, pero esa persistencia puede llevar a la permanencia, es decir, puede acarrear efectos estructurales.
La idea es que esta inflación, que originalmente nacía de un shock transitorio en los costes energéticos y de transporte al tardar en diluirse y permear al resto de la cesta, cambia de forma persistente los precios relativos y presiona para revisiones nominales, como los salarios o precios preestablecidos (como alquileres).
Este hecho y otros motivos hacen pensar que nos enfrentamos a una inflación estructuralmente más alta, una vez concluya el repunte actual (que seguramente dilate y conserve su efecto base hasta 2023). La razón está en cambios que, más allá de la coyuntura actual, están cristalizando en esta nueva fase de la recuperación. Estos son los sospechosos habituales. Por un lado, los precios de la energía apuntan a crecer de manera persistente a lo largo del tiempo, ya sea por la transición verde y la internalización de las externalidades productivas o la búsqueda (siempre deficitaria en sus inicios) de nuevas y costosas fuentes energéticas, costosas al menos a corto plazo. Esto es especialmente preocupante en Europa, que tiene una fuerte dependencia tanto energética como de materias primas y donde esa alternativa verde (litio, rodio, tierras raras…) se ve encorsetada por la geopolítica en todos sus puntos cardinales a la vez que es presa de compromisos a veces difíciles de justificar (nuclear en Alemania).
A su vez, encontramos nuevamente los problemas que se derivan de las cadenas de suministro. El desacople con China sigue su curso a ambos lados del Atlántico. Aunque por el lado de EEUU (Build Back Better) se haya tamizado, su filosofía subyacente sigue viva y puede retomarse por renovadas tensiones comerciales. De la misma manera, Europa también sabe que China es un reto estratégico y trata de reducir su dependencia, especialmente, en semiconductores, donde el objetivo es alcanzar el 25% de producción global frente al 10% actual, lo que de momento se trasladará a costes hundidos que repercutirán en la inflación a largo plazo.
Esta prolongación de las tasas de inflación más elevadas ya está teniendo calaje a otros bienes y servicios. Los efectos de segunda ronda serán más profundos cuanto más dure esta fase de re-preciación de ciertos bienes y servicios y sus efectos traídos a valor presente con una celeridad también proporcional. Esperemos que el eslabón entre los efectos de largo y corto plazo resista, y seamos capaces de demorar los efectos que vendrán en el futuro a tiempos actuales. No es precisamente lo que necesitamos en este cambio de ciclo.
Hace unos días, se publicaron los datos de inflación de enero en la Eurozona, así como las perspectivas de inflación para 2022 en adelante recogidas en el documento de la Comisión. Estas cifras, si bien no fueron una sorpresa, sí obligan a perfilar la narrativa con la que nos aproximamos a la coyuntura económica post pandemia en materia de precios. La inflación sigue siendo transitoria, aunque persistente, pero esa persistencia puede llevar a la permanencia, es decir, puede acarrear efectos estructurales.
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