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Tribuna Mercados
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Efectos no previstos de la guerra arancelaria: reconfiguración logística y desdolarización
Poca atención han recibido los efectos de segundo orden que también se producirán, producto de las decisiones estratégicas de las empresas afectadas para blindarse o defenderse
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Es realmente difícil seguir el día a día de la errática política comercial de la Administración Trump. La penúltima medida que se ha conocido es un aplazamiento de 90 días en la aplicación de los aranceles impuestos por encima del 10% a aquellos países que no hubiesen respondido con represalias, y una nueva subida completamente exorbitante e inédita del 145% a China. Y la última: una serie de exenciones arancelarias para teléfonos móviles, ordenadores, microprocesadores y otros productos electrónicos. Entre ambas decisiones han mediado escasamente 24 horas. ¿Serán estos los últimos anuncios en la guerra comercial en que nos ha instalado el dirigente estadounidense? Mucho nos tememos que no, lo que nos instala en la única certeza de que la incertidumbre y, por tanto, la volatilidad, seguirán instaladas en los mercados financieros y condicionarán las medidas que adopten los operadores económicos en las próximas semanas o incluso meses.
Desde que se iniciara esta espiral de políticas contra el libre comercio, los expertos no han dejado de advertir sobre sus consecuencias inevitables. Básicamente, un encarecimiento general de los insumos y de los productos de consumo en general, además de un efecto contractivo en el comercio y en el crecimiento económico mundiales. Sin embargo, menos atención han recibido los efectos de segundo orden que, con toda seguridad, también se producirán, producto de las decisiones estratégicas de las propias empresas afectadas para blindarse o defenderse de estas barreras al comercio. Nos referimos, por ejemplo, a la reconfiguración de las cadenas de suministro globales y al previsible aumento de operaciones comerciales al margen del dólar.
De hecho, no estamos ante un fenómeno nuevo. La ofensiva arancelaria lanzada por Donald Trump en 2018, y mantenida con matices por la administración Biden, provocó una reacción en cadena que hoy se traduce en decisiones logísticas y financieras de largo alcance. Esta misma tendencia ha ido adquiriendo mayor relevancia tras la pandemia del COVID, cuando las interrupciones de suministro, el cierre de puertos y el encarecimiento del transporte marítimo hizo que muchas empresas que antes dependían casi exclusivamente de China comenzaran a diversificar sus bases de producción.
Efectivamente, multinacionales que antes producían en el Gigante Asiático para exportar a EE. UU. han desplazado en los últimos años parte de su capacidad a Vietnam, India o México. Al mismo tiempo, potencias como China, Rusia o Brasil han acelerado acuerdos bilaterales para comerciar en sus monedas nacionales, evitando la exposición al dólar y a las sanciones estadounidenses. Lo que empezó como un pulso comercial entre dos gigantes se está convirtiendo en un proceso de reconfiguración silenciosa del comercio internacional.
Aunque la desdolarización total es poco probable en el corto plazo, ya hay señales concretas que indican esta nueva tendencia
Aunque la desdolarización total es poco probable en el corto plazo, ya hay señales concretas que indican esta nueva tendencia. Por ejemplo, el peso del dólar en las reservas globales ha caído del 71% en 1999 al 59% en 2024, según el FMI, y hay que señalar también que, en 2023, solo el 58% de las exportaciones chinas se facturaron en dólares, frente al 85% una década atrás. Y al mismo tiempo, el CIPS (sistema chino alternativo a SWIFT) ya procesa transacciones por valor de cientos de miles de millones anuales en yuanes.
Diversos análisis coinciden además en subrayar que el estatus del dólar como principal moneda de reserva mundial aporta múltiples ventajas a la economía estadounidense, entre otras una aportación directa al PIB nacional que oscilaría, según algunas estimaciones, entre 0,3 y el 0,5%.
Estos beneficios provienen de factores como menores costes de endeudamiento y la capacidad de financiar déficits a tasas de interés más bajas. Sin embargo, si el dólar perdiera su estatus dominante, Estados Unidos podría enfrentar aumentos en las tasas de interés de su deuda y una disminución en la demanda de activos financieros denominados en dólares. Esto afectaría la capacidad del país para financiarse y podría tener repercusiones significativas en su sector financiero.
Los departamentos financieros deberían prepararse para un entorno donde el dólar pierda parte de su capacidad estabilizadora
Aunque solo sea a título indicativo, por primera vez en muchos años, en esta crisis el dólar se ha comportado de manera diferente a como lo había hecho anteriormente. La lógica económica sugeriría que el aumento de los aranceles estadounidenses sería alcista para el dólar, sobre todo porque la divisa refugio tiende a repuntar durante períodos de mayor incertidumbre y tensión en el mercado. Sin embargo, este no ha sido el caso, quizás porque todos estos efectos que comentamos pueden llevar a la economía estadounidense a una recesión. En su lugar, los claros ganadores han seguido siendo el yen japonés y el franco suizo, considerados refugio seguro, lo cual no sorprende, mientras que el euro también se ha consolidado como un cuasi refugio seguro dada su alta liquidez.
Estados Unidos sigue siendo, de momento, el epicentro del sistema financiero global. Pero al utilizar los aranceles como arma recurrente de presión, corre el riesgo de erosionar la confianza que sustenta ese liderazgo. Cada ruta de aprovisionamiento que se desvía y cada transacción que deja de hacerse en dólares son síntomas de una transición silenciosa. Y en la economía global, los cambios estructurales, aunque no se notan de inmediato, terminan consolidándose y cambiando las reglas por las que se conducen las empresas y el resto de los operadores económicos.
En este contexto, las empresas no pueden quedarse ancladas en los esquemas del pasado. Diversificar proveedores, explorar mercados alternativos y monitorizar el uso de monedas locales en operaciones internacionales ya no es solo una opción estratégica, se ha convertido más bien en una necesidad. Asimismo, los departamentos financieros deberían prepararse para un entorno donde el dólar pierda parte de su capacidad estabilizadora, incorporando coberturas de riesgo cambiario más flexibles y reforzando alianzas con entidades que operen en entornos multilaterales. La desglobalización parcial y la fragmentación monetaria no son amenazas inmediatas, pero sí señales claras de que las cosas empiezan a cambiar en el mundo que hasta ahora habíamos conocido.
*Enrique Díaz-Álvarez es director de Riesgos Financieros de Ebury
Es realmente difícil seguir el día a día de la errática política comercial de la Administración Trump. La penúltima medida que se ha conocido es un aplazamiento de 90 días en la aplicación de los aranceles impuestos por encima del 10% a aquellos países que no hubiesen respondido con represalias, y una nueva subida completamente exorbitante e inédita del 145% a China. Y la última: una serie de exenciones arancelarias para teléfonos móviles, ordenadores, microprocesadores y otros productos electrónicos. Entre ambas decisiones han mediado escasamente 24 horas. ¿Serán estos los últimos anuncios en la guerra comercial en que nos ha instalado el dirigente estadounidense? Mucho nos tememos que no, lo que nos instala en la única certeza de que la incertidumbre y, por tanto, la volatilidad, seguirán instaladas en los mercados financieros y condicionarán las medidas que adopten los operadores económicos en las próximas semanas o incluso meses.