Es noticia
España, un mercado roto
  1. Mercados
  2. Valor Añadido
Alberto Artero

Valor Añadido

Por

España, un mercado roto

No nos podemos quejar. Mal que nos pese. Todos somos corresponsables de lo que nos está pasando: de que esta brutal crisis económica que nos amenaza

No nos podemos quejar. Mal que nos pese. Todos somos corresponsables de lo que nos está pasando: de que esta brutal crisis económica que nos amenaza haya venido con la intención de quedarse por una temporada. Podemos empeñarnos en mirar a derecha e izquierda en busca de un pequeño atisbo de solidaridad, pero estaríamos errando el tiro. Cada uno de nosotros, en mayor o menos medida, hemos sido excesivamente complacientes con los excesos, demasiado tolerantes con las aberraciones, indiferentes hasta la saciedad con los monstruos que creamos en el pasado y que ahora amenazan con devorarnos. La historia de la prosperidad con pies de barro de la España de los últimos doce años se derrumba y arrastra a muchos de sus actores pasivos con ella, ciudadanos que se preguntan perplejos el por qué cuando tienen, en su propia actuación durante todo este tiempo, la respuesta. Vivíamos demasiado bien como para preocuparnos del deterioro de la educación, de la pérdida de la competitividad, del absurdo modelo autonómico que estábamos consintiendo. Y ahora que pintan bastos descubrimos que, como el rey del cuento infantil, transitábamos por la economía mundial como nación desnuda mientras nos creíamos envueltos, eso sí, en los más vistosos ropajes, vestimentas de Champions League probadas inexistentes.

Hoy me voy a centrar, precisamente, en la ruptura del mercado interior. Se trata de una de las características específicas de la crisis española, factor propio de muy difícil solución y que puede retrasar sustancialmente la recuperación económica de nuestro país. Un elemento repetido como crítico hasta la saciedad por los economistas más veteranos como el propio Juan Velarde, pero que es citado con mucha menor frecuencia por los analistas menos experimentados. España es un país, a día de hoy, fragmentado desde prácticamente todos los puntos de vista. Precisamente cuando el desarrollo de unas infraestructuras más o menos modernas había permitido salvaguardar el tradicional escollo orográfico patrio, que algunos estudiamos en el cole Maravillas-La Salle como hándicap a la modernización nacional, nos hemos empeñado en hacer un desarrollo del estado de las autonomías, círculo vicioso de delegación de competencia y sucesivas reivindicaciones, que ha sustituido las hasta hace poco infranqueables barreras naturales por los no menos impresionantes penachos de la burocracia administrativa.

Las consecuencias son del todo demoledoras. Vivimos en medio de un guirigay de normas, lenguas, subvenciones y similares que tienen efectos devastadores en momentos de ralentización económica como el actual. Quizá el ejemplo más palmario sea la trasposición al ámbito español de la Directiva Comunitaria de Servicios que persigue una liberalización de la actividad en el entorno de la Unión Europea. Pues bien, como ya comentamos en su día en este mismo blog, hasta 7.000 normas hay que cambiar en nuestra legislación para poder implantarla de las que apenas un 10% tienen carácter nacional. Absurdo. Su tardía puesta en marcha beneficiará la atracción de talento por parte de nuestros competidores. Pero no es el único supuesto: la numantina defensa de las lenguas minoritarias frente a uno de los idiomas de mayor uso a nivel internacional, como es el español, ha provocado que la potencial movilidad geográfica interna de nuestros trabajadores sea sustancialmente inferior al de otros países desarrollados, realidad a la que contribuyen otros factores como el elevado porcentaje de vivienda en propiedad que hay en España. Otro ejemplo de gran relevancia es la ausencia de una política común y coordinada de incentivos, carencia que exacerba  la competencia interior a la vez que dificulta la exterior, al estar más el foco en la ventaja administrativa que en la venta competitiva. Para muestra, tres botones aunque la lista es infinita. Espero sus contribuciones.

Como hemos señalado al inicio de este post, se trata de una cuestión de las más peliagudas a afrontar por nuestra economía y que de mayor valentía política requiere ya que supone desandar parcialmente un camino que se ha probado claramente erróneo en el presente gracias a los demenciales presupuestos sobre los que se emprendió en el pasado: el bienestar de cada uno de los hijos en perjuicio del bien común del conjunto de la familia. Es precisamente en este punto donde servidor se muestra más proclive a un entendimiento conjunto de los dos principales partidos nacionales, por encima de unas diferencias ideológicas que, no obstante, superan la cortedad de miras de los postulados nacionalistas, que sólo velan por lo suyo. Imagino que será mucho pedir, pero es imprescindible. La nueva ronda de financiación autómica puede ser una oportunidad de oro. Hay que aprovechar que todos se acuerdan de Santa Bárbara Estado cuando truena para reconducir el rumbo de una nave que no sólo va mal orientada sino que comienza a hacer aguas por las vías del paro y el descontento social. Establecer un marco normativo común, eliminar trabas administrativas, centralizar la supervisión, potenciar la unidad idiomática, rechazar el dumping regional, primar, en definitiva, el todo frente al uno es un buen punto de partida sobre el que trabajar. Sólo faltaba que, en la coyuntura actual, siguiéramos empeñados en pegarnos puntapiés los unos a los otros, fronteras interiores mediante, mientras que nuestros principales competidores son todo uno para hacer frente a la crisis, ¿no creen? Buena y corta semana a todos.

No nos podemos quejar. Mal que nos pese. Todos somos corresponsables de lo que nos está pasando: de que esta brutal crisis económica que nos amenaza haya venido con la intención de quedarse por una temporada. Podemos empeñarnos en mirar a derecha e izquierda en busca de un pequeño atisbo de solidaridad, pero estaríamos errando el tiro. Cada uno de nosotros, en mayor o menos medida, hemos sido excesivamente complacientes con los excesos, demasiado tolerantes con las aberraciones, indiferentes hasta la saciedad con los monstruos que creamos en el pasado y que ahora amenazan con devorarnos. La historia de la prosperidad con pies de barro de la España de los últimos doce años se derrumba y arrastra a muchos de sus actores pasivos con ella, ciudadanos que se preguntan perplejos el por qué cuando tienen, en su propia actuación durante todo este tiempo, la respuesta. Vivíamos demasiado bien como para preocuparnos del deterioro de la educación, de la pérdida de la competitividad, del absurdo modelo autonómico que estábamos consintiendo. Y ahora que pintan bastos descubrimos que, como el rey del cuento infantil, transitábamos por la economía mundial como nación desnuda mientras nos creíamos envueltos, eso sí, en los más vistosos ropajes, vestimentas de Champions League probadas inexistentes.