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Europa renuncia a sus principios y abre las puertas al caos
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Alberto Artero

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Europa renuncia a sus principios y abre las puertas al caos

El FT Deutschland recogía en su edición de ayer una entrevista con la ministra francesa de economía Christine Lagarde. En ella, la interpelada proponía una relajación

El FT Deutschland recogía en su edición de ayer una entrevista con la ministra francesa de economía Christine Lagarde. En ella, la interpelada proponía una relajación temporal de ese Pacto de Estabilidad y Crecimiento que se podría considerar como el mínimo imprescindible de armonización entre las distintas economías adheridas a la moneda única europea. En concreto hacía referencia a la posibilidad de incrementar el déficit público de cada país por encima del 3% respecto al Producto Interior Bruto que fija el Tratado de Maastricht. A buenas horas, mangas verdes. Parece que ya no sirven las triquiñuelas por el lado del denominador que permitirán, de acuerdo con las directrices de la Eurostat, incorporar a la riqueza nacional la economía sumergida e incluso las actividades ilícitas de cada Estado. Cosas veredes, amigo Sancho.

La propuesta de la francesa va más allá del simplista enunciado anterior y pasa por permitir un desdoblamiento de los desequilibrios presupuestarios en dos partidas claramente diferenciadas: una, estructural, que se tendría que ajustar a los límites fundacionales; y una segunda, categorizada como coyuntural, que por estar ligada a la situación actual de crisis y la necesidad de intervención excepcional de los poderes públicos con objeto de suplir la carencia de demanda e inversión privadas, carecería de tal limitación. Se trata de una idea perversa en su concepción y que parte del hecho más que previsible de que las principales economías de la Eurozona se van a encontrar con agujeros en las cuentas de sus gobiernos superiores en dos y tres veces al nivel de referencia de consenso del 3% antes citado.

Y se trata de una propuesta perversa, en esencia, por dos motivos principales. En primer lugar porque presupone como necesaria la existencia de una situación deficitaria en la Administración. Estructural es lo mismo que inamovible, permanente, estable. Un punto de partida que sería inaceptable en cualquier sociedad en manos de los particulares y que supone un consentimiento explícito a la gestión inadecuada por parte del poder ejecutivo de los recursos escasos. Pero es que además, y entramos en la segunda consideración, tiene la malicia propia de quien trata de vestir con los ropajes de la circunstancia lo que viene envuelto, por su dimensión, en un halo de continuidad en el tiempo. Cuesta mucho pensar que situaciones de déficit respecto a PIB por encima del 8-10% logren corregirse antes de que la frontera entre temporal y duradero se haya atravesado, aun con una recuperación de los ingresos como consecuencia de una improbable salida anticipada de la crisis.

Además hay un factor de distorsión adicional y es la ausencia de coordinación supranacional a la hora de emplear masivamente el gasto público por parte de los distintos gobiernos del euro. Una disparidad que impide que se pueda considerar de forma armónica su equiparación. Así, el dispendio indiscriminado en gastos corrientes de carácter asistencial y vinculados al Estado del Bienestar debería catalogarse como estructural mientras que aquella inversión productiva que busca estimular la demanda y favorecer el crecimiento a medio plazo tendría que encuadrarse dentro del déficit coyuntural. Una idea para el debate. Pero, ¿quién es el guapo que se atreve a hacer tal distinción e imponerla a los países miembros? Es precisamente esa pluralidad de usos, y esa imposible fijación de criterios que satisfagan a la mayoría, la que obliga a establecer para la corrección de los excesos, en cualquier caso, un horizonte temporal cierto en el tiempo.

La pregunta inevitable que se deriva de todo el discurso anterior es si a través de la renuncia a sus principios fundacionales no está sembrando Europa el camino hacia su propia destrucción como idea colectiva, al permitir unos excesos que pueden condenar a la muerte financiera a alguno de sus miembros. La necesidad de límites absolutos y relativos es indispensable, aún en circunstancias como las actuales. Está en juego la supervivencia de ese matrimonio de conveniencia europeo cuya voluntad última de devenir en amor sincero es, cuando menos, dudosa, como prueba el deterioro en la percepción de sus instituciones por parte de los ciudadanos. No echemos más leña al fuego, madame Lagarde. Una quiebra nacional dentro de la Unión, algo no tan descabellado como recuerda el historiador Niall Ferguson en el Independent, supondría un golpe mortal para el proyecto común y, de los males el menos, destrozaría cualquier aspiración del euro a ocupar el trono de un dólar que empieza a vislumbrarse como una alternativa más que golosa de inversión a corto. Ahora, su turno.

El FT Deutschland recogía en su edición de ayer una entrevista con la ministra francesa de economía Christine Lagarde. En ella, la interpelada proponía una relajación temporal de ese Pacto de Estabilidad y Crecimiento que se podría considerar como el mínimo imprescindible de armonización entre las distintas economías adheridas a la moneda única europea. En concreto hacía referencia a la posibilidad de incrementar el déficit público de cada país por encima del 3% respecto al Producto Interior Bruto que fija el Tratado de Maastricht. A buenas horas, mangas verdes. Parece que ya no sirven las triquiñuelas por el lado del denominador que permitirán, de acuerdo con las directrices de la Eurostat, incorporar a la riqueza nacional la economía sumergida e incluso las actividades ilícitas de cada Estado. Cosas veredes, amigo Sancho.