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La crisis y sus siniestras similitudes con la Gran Depresión
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Alberto Artero

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La crisis y sus siniestras similitudes con la Gran Depresión

Me recordaba hace pocos días un interlocutor un tanto peculiar cómo la velocidad de circulación del dinero se había reducido en Estados Unidos a niveles no

Me recordaba hace pocos días un interlocutor un tanto peculiar cómo la velocidad de circulación del dinero se había reducido en Estados Unidos a niveles no vistos en cerca de 70 años, esto es: desde la época de la Gran Depresión. Pocos elementos hay tan representativos para medir la recuperación de la confianza del/en el sector privado y la sanidad de un sistema bancario como éste, con su consecuente impacto en precios y/o producción, si atendemos a la teoría cuantitativa del dinero. El aumento de la masa monetaria, objetivo perseguido por los bancos centrales con sus bajadas de tipos de interés y medidas adicionales de quantitative easing, carece de impacto en la economía real si el multiplicador que la velocidad representa permanece deprimido. El exceso de apalancamiento en gran parte de las economías desarrolladas, por una parte, y la prevención de las entidades financieras ante la situación de su activo, las dificultades para financiar su pasivo y los nuevos requerimientos de solvencia, por otra, justificarían tal parálisis.

Los datos que mi acompañante manejaba eran de finales de febrero. Entonces, aunque ya se vislumbraban las dificultades soberanas que finalmente han aflorado con tanta virulencia, para muchos era difícil aventurar un desenlace como el vivido por los mercados financieros en la última semana, comportamiento similar al que se produjera cuando el colapso de Lehman Brothers. El elemento temporal es importante ya que la situación de inacción monetaria era ya previa a la más reciente coyuntura y revelaba una notable desconfianza en cualquier recuperación medianamente sólida. Aún así la propensión al riesgo por parte de los inversores siguió aumentando en la creencia de que lo peor había pasado. Nunca entenderé demasiado bien esa complacencia toda vez que, parece mentira, era hacía apenas veinte meses que el apocalipsis financiero llamaba a nuestra puerta. Escenas de pánico, por cierto, que se han vuelto a revivir esta semana como pone de manifiesto las muchas preguntas que un servidor ha recibido relacionadas con la posibilidad de un corralito o la efectividad de la garantía de depósitos establecida en España.

Estamos, por tanto, en una situación similar a la que se vivió a escala global después del Crack del 29. Un rebote bursátil importante que llevó a muchos políticos y analistas a proclamar el fin de la crisis, sólo para comprender poco después que no se trataba del principio del fin sino del final del principio. La atención se ha centrado en Grecia y en las naciones periféricas del Sur de Europa pero podía haber descansado igualmente en los países de Europa del Este, Japón –donde gran parte de la deuda está en manos domésticas y se ve compensada por el fuerte ahorro privado-, Reino Unido o Estados Unidos. La mayor economía del planeta se enfrenta a ingresos decrecientes, gastos al alza, un déficit presupuestario brutal con muchas de sus administraciones regionales y locales quebradas –que, por cierto, están siendo víctimas igualmente de los CDS-, un mercado de financiación municipal bajo enorme presión y así sucesivamente, ¿les suena de algo? Es el tuerto en el país de los ciegos, emergentes aparte. No se lleven a engaño. Los paralelismos con lo que aconteciera hace siete décadas son preocupantes, con dos peros que ahondan en tal percepción: uno, actualmente la economía financiera es mucho más global que nunca, lo que facilita la difusión de sus dificultades; y segundo, el volumen que se negocia es ingente hasta el punto del que sólo en el mercado de divisas se intercambian, DIARIAMENTE, cuatro billones de dólares de los que el 37% tienen contrapartida en forma de euros. Es decir, 1,48 billones diarios en la moneda única contra los que se pretende luchar con un fondo comunitario de… ¿100.000, 200.000 millones? David contra Goliat.

Más nos vale, por tanto, estar preparados para lo peor. No lo digo con ánimo derrotista sino desde el realismo más crudo. No se han querido aprender las imprescindibles lecciones del pasado y el resultado ha sido incurrir en los mismos errores. Ahora lo importante es tratar de evitar las penosas consecuencias que de ellos se derivaron y que concluyeron, más nos vale no olvidarlo, en una guerra mundial. Cuanto antes se produzca una toma de conciencia colectiva, mejor que mejor. Hora de trabajar el doble y cobrar la mitad. Pienso sinceramente que nos vemos abocados por la fuerza de los acontecimientos a una tierra de promisión, un lugar donde van a abundar las oportunidades para todos aquellos que sean capaces de navegar por las procelosas aguas de la crisis actual con naves bien diseñadas y preparadas. Se ha oído hasta la saciedad en los últimos meses el discurso de la necesidad de adaptación. Y, sin embargo, seguimos lamentándonos de lo todo aquello que no depende de nosotros y que es el medio en el que, sí o sí, nos hemos de desenvolver. El futuro siempre será negro como boca de lobo para que el que espera sentado a que sea otro el que le saque las castañas del fuego. Evitemos caer en esa tentación. Buena semana a todos.

Me recordaba hace pocos días un interlocutor un tanto peculiar cómo la velocidad de circulación del dinero se había reducido en Estados Unidos a niveles no vistos en cerca de 70 años, esto es: desde la época de la Gran Depresión. Pocos elementos hay tan representativos para medir la recuperación de la confianza del/en el sector privado y la sanidad de un sistema bancario como éste, con su consecuente impacto en precios y/o producción, si atendemos a la teoría cuantitativa del dinero. El aumento de la masa monetaria, objetivo perseguido por los bancos centrales con sus bajadas de tipos de interés y medidas adicionales de quantitative easing, carece de impacto en la economía real si el multiplicador que la velocidad representa permanece deprimido. El exceso de apalancamiento en gran parte de las economías desarrolladas, por una parte, y la prevención de las entidades financieras ante la situación de su activo, las dificultades para financiar su pasivo y los nuevos requerimientos de solvencia, por otra, justificarían tal parálisis.