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España 2010-2011, ahora o nunca
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Alberto Artero

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España 2010-2011, ahora o nunca

La vorágine de lo urgente que ha impuesto la mal llamada Sociedad de la Información ha relegado lo importante al trastero del subconsciente colectivo. Prima el

La vorágine de lo urgente que ha impuesto la mal llamada Sociedad de la Información ha relegado lo importante al trastero del subconsciente colectivo. Prima el hecho sobre la tendencia, el acto sobre la causa. Es tal el bombardeo de noticias que apenas queda tiempo para poder reflexionar sobre ellas, sobre las claves que encierran. Es lo que ocurre con ese problema llamado España. Pocos parecen darse cuenta que el curso 2010-2011 puede ser la última gran oportunidad para enderezar el dudoso rumbo por el que ha decidido transitar nuestro país. Para evitar su italianización en la política y su argentinización en la economía y la sociedad. Aún hay posibilidad de hacerlo, pero el tiempo se agota. Es ahora o… nunca.

Evitar la italianización de la política.

El dramatismo de tal afirmación no es gratuito. Cada vez son más las voces que reniegan de la democracia incluso como el menos malo de los sistemas de gobierno posibles. No era esto, no era esto. La casta política es contemplada con desprecio y su legitimidad para los cargos cuestionada. Si en la empresa privada la falta de confianza en el equipo gestor suele estar en el origen de cambios sustanciales en el esquema organizativo y en la estrategia de la corporación, cuánto más debería ocurrir en esa S.A. llamada España. La ruptura de la inercia actual no es fácil pero resulta imprescindible si no queremos quebrar definitivamente el débil hilo que aún une a electores y elegidos.

Es precisamente la crisis que abunda en todas las esferas de la Administración la que permite poner negro sobre blanco ese reinado de los mediocres que hemos consentido; mostrar cuántos de nuestros dirigentes se pavoneaban desnudos, con el único ropaje del sesgo ideológico más radical. Llegó la hora de exigir responsabilidades, de ligar acción pública a programas estratégicos y no a arbitrariedad táctica, de identificar la solvencia profesional como criterio de selección, más allá de la fidelidad al partido. Es la hora de hacer valer el voto, sabiendo que es una gota en el océano pero que el océano no sería el mismo sin esa gota.

El proceso de selección del candidato del PSM en Madrid es una extraña bocanada de aire fresco, de normalidad, que se nos presenta como la extravagancia que no debería ser. Curioso. Militantes del mundo, uníos. No es anecdótico que el propio The Economist haya tomado este hecho como signo del cambio necesario que en la configuración del sistema se ha de producir en España, hasta el punto de afirmar que ganará las elecciones del 2012 aquel de los dos principales partidos que antes ponga en la calle a su líder. La alternativa al inmovilismo es el desistimiento social frente al poder, el reconocimiento de la ruptura entre interés de casta y conveniencia popular, el aumento de la posibilidad del nacimiento de un para-estado como el que surge de la economía sumergida. Italia en estado puro.

Y la argentinización de la economía.

Cuando se hace un recorrido por aquellas frases célebres que configuran el carácter de gobernantes que han dejado huella, se puede observar fácilmente que la mayoría de ellas han sido pronunciadas en estados de dificultad, en momentos donde era necesario que alguien tomara las riendas y tirara del carro. Normalmente iban ligadas a sacrificios que, adecuadamente adoptados, permitirían a las sociedades por ellos dirigidas sentar mejores bases para su futuro. En definitiva, se trataba de estrategas imbuidos del sentido histórico del cargo que desempeñaban, sabedores como eran de que trascendía con creces su persona y se incardinaba en el destino de su pueblo. Estrategas.

Si tiramos de hemeroteca veremos como tal determinación ha estado desde el comienzo ausente del discurso político en nuestro país. Se ha gestionado la crisis de un modo tacticista, vinculada al posible rédito electoral de las decisiones que en cada momento se adoptaban. Y cuando ha venido el tío FMI-UE con la rebaja se ha seguido actuando al calor de la propia conveniencia y no del interés general, con constantes cambios de criterio que en poco o nada han ayudado a consolidar la imagen de España en el exterior y la seguridad jurídica de las empresas en el interior.

El resultado es que, en lugar de tratar de corregir los excesos del pasado de un modo ordenado tratando de aprovechar el ajuste del cinturón para cambiar el modelo productivo nacional, estamos donde estábamos pero peor. Los excesos, de producción y precios, siempre revierten a la media salvo que se produzca un cambio de paradigma –que sólo puede ser tecnológico-que justifique lo contrario. Aprovechar ese proceso natural para llevar a cabo una reordenación del sistema hubiera sido lo inteligente. Sin embargo se ha tratado de permanecer en la fatua ilusión de riqueza anterior apostando las arcas del estado a este absurdo.

Ahora, a la falta de mejora de los tres indicadores que augurarían el principio del final de la crisis –estabilización del mercado inmobiliario, desapalancamiento y creación de empleo- se une la obligación de hacer deprisa y corriendo lo no ejecutado hasta ahora por la vía presupuestaria. Se trata de reconocer la austeridad como camino, una vía rechazada por el Nobel Krugman que no ha dudado en comparar la evolución del coste de la deuda pública entre naciones que ya la han aplicado, como Irlanda, y España para denostar su validez. Pena que se le olvide que el problema de la isla es que ha aplicado a los créditos dudosos, fundamentalmente inmobiliarios, su verdadero valor, un 60% por debajo de cómo figuran en los balances de la banca. 200.000 millones de pérdidas que quebrarían el sistema bancario español. Pequeño detalle.

El principal riesgo de este proceso es que, por confundir consecuencias con causas, nos encontremos en una dinámica suicida para el futuro de la sociedad. Que, para evitar conflictividad social, primen las medidas populistas –centradas en determinados colectivos- sobre las impopulares, y que se entre en una acción impositiva y de recorte de estado del bienestar que termine con la mayor conquista española de la segunda mitad del siglo XX,  una clase media amplia y diversificada.  Naciones como la Argentina han puesto de manifiesto qué ocurre cuando la mayor riqueza de un país, la iniciativa de sus ciudadanos, queda ahogada por la asfixia financiera primero y la cultura del subsidio después. Una dinámica que parte siempre del apego salvaje de sus dirigentes por el poder. ¿Les suena?

La necesidad de unas elecciones anticipadas.

Gran parte de los grandes debates que presiden el mundo económico y financiero actual, como el de naciones desarrolladas contra emergentes o la dicotomía deflación-hiperinflación, quedan muy lejos del interés del ciudadano medio español ante la trascendencia de lo que se está dirimiendo dentro de nuestras fronteras. Nos jugamos demasiado como para continuar mirando hacia otro lado. Es hora de exigir un cambio, primero de políticas y, si éste no se lleva a cabo, de personas. El actual mecanismo de asignación de escaños en España impide el nacimiento de una tercera vía a la británica. Una mayoría suficiente del partido de la oposición, acompañada de la valentía de asumir el mensaje que acompaña tal voluntad de renovación, mandato ignorado por Aznar en su segunda legislatura, podría ser la última esperanza. El momento es crítico. Mucho más que, de lo inmediato, pudiera parecer. Hora de actuar.  

La vorágine de lo urgente que ha impuesto la mal llamada Sociedad de la Información ha relegado lo importante al trastero del subconsciente colectivo. Prima el hecho sobre la tendencia, el acto sobre la causa. Es tal el bombardeo de noticias que apenas queda tiempo para poder reflexionar sobre ellas, sobre las claves que encierran. Es lo que ocurre con ese problema llamado España. Pocos parecen darse cuenta que el curso 2010-2011 puede ser la última gran oportunidad para enderezar el dudoso rumbo por el que ha decidido transitar nuestro país. Para evitar su italianización en la política y su argentinización en la economía y la sociedad. Aún hay posibilidad de hacerlo, pero el tiempo se agota. Es ahora o… nunca.